Temporada de la Orquesta Nacional de España
Maria Joao Pires = Piano en estado de gracia
por Jorge Barraca Mairal
Temporada de la Orquesta Nacional de España.
Concierto 13 (Ciclo I).
Maria Joao Pires, piano.
Friedemann Layer, director.
Orquesta Nacional de España.
Programa: A. Roussel: Baco y Ariadna,
Op. 43, suite núm. 2; W. A. Mozart: Concierto para piano y orquesta núm. 20, en re
menor, K. 466; H. Berlioz: Sinfonía fantástica, Op. 14.
Auditorio Nacional. Sala Sinfónica
(Madrid), 25-II-06..
Excepcional concierto de la Orquesta Nacional que merece una crítica singular. A lo largo del
ciclo, la ONE consigue atraer en ocasiones a intérpretes o directores especiales, que suponen
un auténtico revulsivo para la vida musical madrileña. En este 13º concierto
del Ciclo I, la gran actuación de esa artista genial que es Maria Joao Pires nos ha despertado
de una cierta modorra y nos ha vuelto a congraciar con las veladas musicales de la principal agrupación
sinfónica de la capital.
Baco
y Ariadna de Albert
Roussel es una obra cargada de inspiración y de brillante armonía. Concebida como
ballet, pero adaptada luego a suite orquestal, la página es una fiel muestra de la depurada
técnica del músico francés, contemporáneo de Ravel y dueño de
un estilo muy personal. La versión que dibujó Layer permitió comprobar su buen
oficio como director, su seriedad y sus buenos fundamentos con la batuta, pero también la
necesidad de la Nacional de trabajar más una tímbrica impresionista que, frecuentemente,
no acaba de perfilar. Eso sí, la dinámica de la obra y la construcción global
fueron muy meritorias.
Para la última parte del
concierto, se reservó la Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz.
La genial partitura tuvo una notable traducción, sobre todo en los movimientos primero (Ensueño
y pasiones), segundo (Un baile) y final (El sueño de una noche de sabbat), pero anduvo desmayada
en el tercero (Escena en el campo). Se cuidó el discurso general, pero algunos detalles quedaron
desdibujados.
Sin embargo, todo mereció la
pena para volver a escuchar a una Pires en estado de gracia. Su Mozart —en un año en
el que la música del salzburgués se repite por doquier— nos reconcilia con los
aniversarios y nos devuelve la frescura originaria de las obras. La limpieza en los ataques, la
pureza de la línea,
la comunión con el estilo de nuevo revelan la perfecta técnica de la portuguesa,
pero lo fundamental de sus versiones estriba en que siempre consigue volver a convocar el auténtico
espíritu mozartiano. Como si nos encontrásemos ante una sesión de espiritismo,
en que la pianista se vuelve médium, Mozart se sienta ante el instrumento y le oímos
tocar su propio concierto. Una obra, por cierto, este K. 466, que representa el más claro
antecedente de la corriente romántica que aún tardaría en estallar por la vieja
Europa. Pires es una artista especial, está tocada con la gracia del intérprete genial.
No hay en todo el concierto momento destacable, porque todo él es fluir musical: en cada
una de sus notas estaba Mozart.
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