Amélie Nothomb: Biografía del hambre
Editorial Anagrama, Barcelona 2006, págs. 208
Un paraíso perdido
Por Mercedes Martín de la Nuez
Lo increíblemente doloroso, por inefable, es propio de la Literatura. Sea en formato biográfico
o en novela de viajes, la experiencia inexplicable del abandono de la infancia y la entrada irremediable
en la edad adulta es un acontecimiento que ningún escritor que se precie dejará sin
narrar. Amélie Nothomb lo hace, en clave fabulosa que aprovecha la mirada de la infancia.
Abre el libro con una narración mitológica sobre un país de Jauja real, correlato
de la inocencia. Una niña hambrienta de curiosidad es la protagonista, la hipérbole descomunal
es su mirada, que nos lleva por las páginas del libro descubriendo mundos en gotas de agua, con
las alas de la explicación maravillosa.
Con afirmaciones tan extrañas como “el sueño no es ninguna tara” (p.13) o “la
ausencia de hambre es un drama que nadie ha estudiado” (p. 15), la autora va captando nuestra atención
y va configurando un mundo que aprecia la inocencia, de la que el hambre es metáfora, a medida
que la pierde.
La biografía arranca en la página veinte, con la siguiente afirmación: “El
hambre soy yo”. Verdadera negación de la edad adulta, anticipo de todas las negativas que
a lo largo del libro, la Amélie niña irá levantando incluso en contra de sí misma,
camino de la autoaniquilación.
“Me habría gustado señalarles quién era, quién estaba convencida de
ser. Era el desencadenamiento, el ser, la ausencia radical de no-ser, el río en su más
alto caudal, el dispensador de existencia, el poder a implorar” (p. 33).
La vida se encarga de socavar la plenitud y llega la escasez, representada en los pueblos hambrientos
que Amélie visita y en su propio crecimiento, la metamorfosis no aceptada, la anorexia, el mutismo
y la locura.
“Yo tenía once años. No era la edad de la compasión. En aquel gigantesco moridero,
no experimentaba nada más que espanto. Era como una soprano que hubieran enviado al más
sangriento de los campos de batalla y a la cual, de repente, aquel espectáculo le revelara la
incongruencia de su voz, sin que eso le impidiera cambiar de registro. Era mejor callarse. Me callé” (p.
145).
A pesar de estos párrafos que he seleccionado, en todo el libro, Nothomb, despliega un sentido
el humor lleno de vida que lo equilibra todo. Recomiendo, a este respecto, el episodio de la declaración
de amor en el ascensor.
Biografía del hambre es, pues, una hermosa alegoría de la muerte del misterio, la plenitud
y la belleza a manos de la vida; la narración increíble del mayor exilio que podamos experimentar:
la madurez.
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