Arno Schmidt: El brezal de Brand
Editorial Laetoli. Pamplona, 2006. 139 páginas.
Por Ismael Belda
El último libro de Arno Schmidt que se tradujo al español, editado por Minotauro hace
unos cinco años, incluía dos narraciones: Espejos negros, primera parte de
la trilogía Los hijos de Nobodaddy (cuya segunda parte examinaremos aquí),
una historia acerca de uno de los últimos supervivientes de la tercera guerra mundial, solo
durante años en ciudades llenas de cadáveres; y Leviatán, su primera
obra publicada, en 1949, una nouvelle de poco más de cuarenta páginas que
definía ya por completo el peculiar estilo del escritor y que es completamente inolvidable
para quien esto escribe.
Poco más se había publicado
en España de la extensa obra de este autor con fama de intraducible y que, al parecer, tampoco
ha contado en su propio país con el reconocimiento que se merece. El corazón de piedra, Momentos
de la vida de un fauno (la cual ya va siendo hora de que reediten, pues es imposible encontrar la única
edición de 1978, en Fundamentos) y la deliciosa novela de ciencia-ficción La república
de los sabios, agotan el catálogo de sus traducciones al castellano.
La reciente edición de El
brezal de Brand constituye por tanto un acontecimiento muy feliz para los que leyeron y amaron aquellas
narraciones, ya que Arno Schmidt es sin duda uno de esos escritores que provocan una fuerte y dulce adicción.
Los hijos de Nobodaddy (en
este orden: Espejos negros, El brezal de Brand y Momentos de la vida de un fauno),
es una trilogía acerca del fin del humanismo, del fin de las esperanzas puestas durante siglos
en la humanidad. Sus protagonistas son encarnaciones de un personaje que Schmidt creó para sí mismo:
un hombre culto, enamorado de los grandes poetas, de las ciencias y de la técnica, que ha presenciado
todo el horror de la guerra y cuyo ideal global es la lenta extinción de la raza humana. Sus obsesiones
giran en torno al alto Romanticismo alemán: Schopenhauer, Wieland, Tieck, Fouqué, Gluck,
Jean Paul, Klopstock, además de James Fenimore Cooper, Edgar Allan Poe, la astronomía,
las matemáticas, la Grecia clásica...
En El brezal de Brand, el escritor
Schmidt llega, en plena ocupación de Alemania por parte de las tropas aliadas, a la población
de Blakenhof, donde se propone examinar ciertos documentos del archivo parroquial relativos al escritor
romántico alemán Friedrich de la Motte Fouqué (1777-1843), del cual está escribiendo
una biografía. Allí conoce a Grete y a Lore, dos refugiadas, con las cuales traba amistad
y convive en mitad de la más completa precariedad. Los paseos nocturnos por los bosques del brezal
de Brand para recoger setas, las conversaciones con los habitantes de Blakenhof, los intentos de procurarse
alimentos, la historia de amor entre el protagonista y Lore, la lectura de documentos de y sobre Fouqué (en
la novela se incluyen varios fragmentos directamente extraídos de sus obras), son los elementos
de una narración fragmentaria en forma pseudo-diarística donde la prosa de Arno Schmidt
es a menudo la absoluta protagonista. Se trata de una escritura de carácter claramente experimental
donde tiene cabida absolutamente todo, desde el monólogo interior de tipo joyceano hasta la reflexión
erudita, pasando por todo tipo de juegos de palabras, oscuras referencias culturales y pasajes donde
el lirismo alcanza momentos de una belleza delicada y transparente.
La novela, dividida en tres partes
("Blakenhof o los supervivientes", "Lore o la luz que juega" y "Krumau o quieres
verme una vez más"), puede verse como la historia de la radical soledad de un hombre.
El individuo pasa brevemente por el mundo (uno de los leitmotivs de la obra es el estribillo de
una canción: "La vida es tan solo un soplo / Un canto que se extingue..."), establece
contacto con unos pocos semejantes y vuelve a su soledad, que no es sino el producto de sus ansias de
extinción, la cual es la única manifestación verdadera de la paz.
El profundo pesimismo del autor atraviesa
el relato de principio a fin, y sin embargo su sentido del humor, su observación minuciosa de
la realidad, el intenso amor que transmite por el mundo, por el arte, por las pequeñas cosas humanas,
hacen de esta narración una lectura feliz, por así decirlo. Lo mismo se puede decir,
increíblemente, de Espejos negros, donde se nos muestra el planeta devastado por la guerra
nuclear.
Las numerosas alusiones a los seres
sobrenaturales que pueblan el brezal de Brand son quizá alusiones a algo que podría permanecer
más allá de lo humano. Seres de una indiferencia absoluta hacia nosotros que habitaron
el brezal y seguirán allí cuando nosotros nos hayamos ido.
El nombre de la trilogía evoca
a Nobodaddy, el demiurgo demasiado humano de William Blake, que representaba en sus poemas la razón
humana divinizada en su forma más imperfecta. Este ser está claramente emparentado con
el Leviatán de la primera narración de Schmidt (descrito por Orígenes en su Contra
Celsum, refiriéndose al gnosticismo sirio) cuya noción proviene de sus lecturas de
Jakob Brucker, influido por la gnosis valentiniana. El sentimiento de que un dios maligno o inexperto
controla por completo las vidas humanas (a las cuales se niega el libre albedrío) es una constante
en las narraciones de nuestro autor.
La traducción de Fernando Aramburu
es digna de alabanza debido a la enorme dificultad de la tarea y a la cohesión admirable que presenta
su versión. Sin embargo, las ocasionales erratas y las ciertas rarezas léxicas de que se
sirve pueden, en ocasiones, distraer o molestar al lector (y no me refiero a la traducción de
los numerosos neologismos creados por Schmidt, sino al uso quizá innecesario de palabras como coñá en
lugar de coñac, chola, chirlo, releche, cachitos,
y sobre todo a la traducción de paisajes dialectales por medio de dialectos españoles).
Esta objeción es, de todas formas, poco considerable dentro del conjunto. La edición cuenta
además con un abundante y excelente aparato de notas que esclarece las innumerables referencias
culturales que trufan esta imprescindible novela del gran Arno Schmidt.
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