Pedro A. González Moreno: Calendario de sombras
Visor, Madrid 2005, 70 pp. XVIII Premio Tiflos.
PorÁngel Luis Luján
Pedro A. González Moreno ha escrito un largo poema, dividido en 34 poemas numerados, sobre
el tiempo, el dolor, la desposesión, el cuerpo, la memoria, los temas esenciales de la poesía,
que muchas veces no se dicen directamente por cierto pudor mal entendido. Aquí el poeta
acepta con valentía el reto de volver a nombrar palabras que diversas estéticas habían
desgastado y arrumbado en el desván de los tópicos líricos. Y sale airoso
de ello, demostrando que uno se puede considerar heredero de estéticas como la romántica
y la simbolista y ser capaz de proyectarlas sobre un lenguaje contemporáneo. Las citas de
Bécquer y de Keats dejan bien claro cuales son las vías que transita el autor en
este libro.
Ello se consigue entre otras cosas debido a la confluencia en el libro de otra fuerza en alguna medida
contrastante como es un tono reflexivo, casi filosófico, que sería más propio de
una poética de corte clasicista. De esta manera, el libro se convierte en un campo de tensiones
que el autor sabe administrar y conjugar armonizándolas en un nivel superior donde el libro se
convierte en realidad en el propio acto de escribir, en su propia poética como queda claro en
el poema 34, “Para una poética”, que cierra la serie antes de la “(Contraportada)”.
Para Pedro A. González la poesía es lo que escapa al poema, un presupuesto que claramente
comparte con la estética simbolista: “Pero el poema / (…) se quedó ahí,
aún no pronunciado, / manando por la herida, / turbia voz del dolor, sobrevolándonos” (65-66).
El texto nombra vagamente algo que le da significado, pero no logra atraparlo. Todo el poema no es por
tanto más que el asedio a eso que no se puede nombrar. Las palabras, entonces, no significan en
su sentido literal y eso las salva de desgastarse, son puertas hacia lo esencial innombrable.
La memoria, que es hermana del tiempo, cumple un papel importante en este proceso, ya que no sólo
salva instantes pasados sino que contribuye a crearlos y es por tanto similar al poema. La memoria crea,
además, el mundo material, el cuerpo: “El cuerpo solamente es una costra / que deja la memoria
al enfriarse” (20). Se trata de una postura claramente idealista, lo que otorga a todo el poema
un carácter filosófico muy marcado. Es el poder de evocación de las palabras, las
acertadas metáforas (“Agua de sal y de erosión, que sólo / tiene memoria ya
de sus naufragios”, 31), el juego inteligente con el encabalgamiento los que hacen que el poema
se convierta en una reflexión interiorizada y tocada por el sentimiento.
Un hondo sentido de forma recorre el libro, desde el uso variado del endecasílabo, heptasílabo
y alejandrino hasta la organización simétrica con una “(Portada”) que abre
el libro y una “(Contraportada)” que lo cierra. Y es precisamente ese afán de forma
el que consigue transformar el impulso inicial de desahogo personal en un mensaje universal compartible: “Y
en ese calendario, no sé aún / con qué sangre o qué tinta, anotaré /
de cuando en cuando algún endecasílabo” (39). A ello contribuye también el
uso de símbolos fácilmente reconocibles en la tradición: el agua, la casa, el puente,
la luz y las sombras.
Pedro A. González ha conseguido un difícil equilibrio entre la pureza lírica, el
desgarro romántico y la reflexión inteligente. Las sombras del título se convierten
en la luz de la buena poesía.
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