Juan Valera, Correspondencia
Madrid, Castalia, 2002-2006.
Edición dirigida por Leonardo Romero Tobar.
Volúmenes I, II, III y IV (cartas de Juan Valera hasta 1884).
por Ana Isabel Ballesteros Dorado
Un epistolario de lujo
Nos encontramos en el centenario de la muerte de Juan Valera, uno de nuestros escritores decimonónicos
difícilmente definible o clasificable en el molde de una corriente literaria. Cuesta reducir
a unas pocas las claves de la literatura de quien tanto valoraba la sencillez, la expresión
aparentemente espontánea. Esa pretensión ha jugado a su favor en los siglos posteriores,
cuando han ido desechándose rigideces y retóricas aprendidas. En su caso, además,
esa sencillez -que en otros no pasa de simpleza o de ramplonería- significa depuración
y exquisitez en el gusto lingüístico, que puede llegar a ser muy preciso y poco eufemístico
en la mención de realidades escabrosas, pero nunca cae en lo grosero ni en lo "garbancero" de
Galdós.
Desde siempre, las cartas se han juzgado lo mejor de Juan Valera, y eso tiene que ver con la propia
personalidad del autor: consciente de las dificultades de escribir una gran obra artística
y lúcido para apreciar con justicia cuanto leía (también lo propio), no quería
escribir banalidades, como muchos escritores de su tiempo que él conocía y, por otra
parte, reconocía como su defecto más acusado la falta de voluntad, en su pereza para
afrontar el esfuerzo prolongado que requiere la construcción de una gran obra.
La lectura, en cambio, no le exigía tales sacrificios y, en cambio, le aportaba riqueza intelectual,
de ahí que, durante muchos años, fuera sobre todo un gran lector y un escritor sólo
en ciernes. Por otro lado, era muy aficionado a las relaciones sociales, también a las de
menor moralidad, lo que le quitaba el tiempo necesario para componer una obra de la que se sintiera
orgulloso pero, a la vez, facilitó el que epistolarmente se relacionara con los suyos de
la manera que lo hizo.
Se añadía a esto la paradoja de que sus aspiraciones vitales consistían en lograr
fama y dinero: pensaba en la literatura como en un medio para lograr el aprecio de los posibles
lectores, la notoriedad en su tiempo, y si de joven le atraía el teatro -aunque nunca llegó a
escribir para los escenarios- se debía a que entonces el género dramático
era el más rentable económicamente. Pero, al mismo tiempo, era muy consciente también
de que la literatura sólo podía ser un fin en sí misma y que se traicionaba
uno de sus principios si se la usaba como medio. De hecho, siempre estuvo en contra de la literatura
de tesis, de la literatura social.
Se sabía dotado de buenas cualidades intelectuales y de lo que no cabe duda es de que tuvo
el conocimiento y la lucidez bastantes para comprender todo lo anteriormente dicho, para no engañarse
a sí mismo y para ser modesto y humilde finalmente en sus intentos literarios. Así que,
si pensamos en alguna clave o adjetivos para definir la literatura de Juan Valera, tenemos que
hablar de la modestia y la humildad de su planteamiento, después de haber entendido de dónde
nacen. Por humildad no escogió sino géneros modestos según las concepciones
de la época, géneros como el epistolar (también en sus novelas) y el artículo
periodístico de ensayo.
Hoy, en cambio, el género epistolar está de moda porque permite combinar los gustos
de diferentes grupos de lectores: aquellos a los que les gusta la historia y verla reflejada de
fondo en los entramados de la vida cotidiana de los que la experimentaron, o aquellos a los que
les atraen las anécdotas literarias, por ejemplo. Cuando se recogen cartas de un escritor,
por supuesto que podemos encontrar mentiras a los amigos, pero si están anotadas o si el
lector es un especialista, incluso esas mentiras le sirven para comprender mejor el carácter
del personaje. Y si las cartas de Juan Valera son tan apreciadas por la crítica actual se
debe a que conjugan lo mejor de la pericia narrativa de Juan Valera, su riqueza lingüística,
su capacidad de introspección y de reconocimiento de los propios defectos, de las menos
nobles ambiciones, su perspicacia para leer en las conductas de los otros, la sutileza de su ironía
y capacidad de distanciamiento conforme pasan los años, la realidad histórica de
ciertos sucesos de la Europa de su tiempo, facetas poco conocidas de escritores y figuras históricas
que él trató, opiniones literarias perfectamente válidas hoy día y
un sinfín de detalles de la vida cotidiana, incluso los más íntimos, las costumbres
y los comportamientos sociales de los diferentes países en los que trabajó de diplomático.
Incluso pueden leerse como una novela porque, como en las propias novelas de Valera y como en la
vida, se observan varias ironías: por ejemplo, el que fuera un gran enemigo del matrimonio
y sólo entendiera, si acaso, el matrimonio por interés y el modo como se casó y
cómo vivió su matrimonio con una mujer que no le deseaba ni a su peor enemigo.
Permiten estas cartas comprender, también, los resortes de sus novelas, descubrir a las personas
que pudieron inspirarle algunos de sus personajes... y también entender que quien nunca
supo ni mirar ni ver más que de tejas abajo no acertara a crear personajes capaces de vivir
más allá de los esquemas de su autor.
Los volúmenes de cartas que lleva desde 2002 publicando la editorial Castalia contienen algunas
cartas no recogidas hasta ahora. El lector común puede echar en falta esas anotaciones editoriales
que le permitieran en muchos casos acceder al mundo en el que se movía Juan Valera. Pero desde
su misma concepción parece una edición pensada para satisfacer las exigencias del especialista
y las de la propia obra, cosa muy de agradecer hoy, que tantas veces hemos de soportar el que los cálculos
económicos impidan el acceso a documentos de interés cultural.
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