Martín Chirino

Galería Marlborough. Madrid.
Del 19 de octubre al 19 de noviembre.

Por Mariano de Blas Ortega

La espiral constituye un símbolo vinculado a muchas culturas. Se empleó por los arios/celtas, en conjunción con la esvástica, como dualidad del movimiento de la emoción y de la razón, respectivamente. Los guanches lo tenían como culto solar y Martín Chirino lo relaciona con el viento del sur de las Canarias, de su natal isla de Las Palmas.

Este es el contenido central de una obra que ha ido desarrollando desde que, en 1959 el autor, introdujera la espiral como motivo de sus piezas, al año de haberse incorporado al Grupo El Paso. El hierro, su material usual y tal es el caso de esta exposición, tiene una connotación filial para el artista, puesto que era hijo del jefe de unos astilleros en Canarias. Se sabe de su afición temprana por contemplar los cascos de hierro de los barcos varados. Así podría relacionarse esa dialéctica del movimiento contenido, el barco varado, la estática espiral que referencia al movimiento, incluso la lava canaria en espirales, roca en moción que al enfriarse se detiene en contenido signo.

El trabajo de Martín Chirino no ha envejecido; la poética de su trabajo está cargada de significados de raíces muy profundas. Desde luego que, en la cumbre de sus ochenta años, el artista hace gala de una gran madurez en la expresión. No obstante, su docena de grandes esculturas, realizadas desde el 2003, exhalan el inevitable frescor del buen clasicismo, aquel que permite nuevas relecturas desde miradas contemporáneas. La muestra va acompañada de aguafuertes de 2.00x2.00 metros, dibujos preparatorios y una "Espiral" de 1964. Esta obra, de menores dimensiones que sus hermanas más jóvenes, muestra la evolución de su motivo central de la espiral. De una espiral amazacotada, casi maciza a las extensiones espaciales de las más recientes, en donde las de mayor tamaño, como "Alfaguara" -que sobrepasa los cuatro metros en una de sus dimensiones- la espiral crece hasta formar una especie de hoja laberíntica. Al culminar su vida, el artista puede estar en la posición de mostrarnos que él está a punto de salir del laberinto, o acceder a su centro, algo tan incomprensible como la capacidad de amablemente enjaular el viento que tiene este trabajo.

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