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Mary Shelley: Frankenstein o el moderno PrometeoEditorial Mondadori. Barcelona 2006. 322 páginas.
Ciencia, conciencia, trasgresión y creaciónPor Arancha Oña Santiago Un reto literario con Lord Byron, una pesadilla y la inspiración en el mito griego que lleva el mismo nombre, llevan a Mary Shelly a crear su propio Prometeo, una ficción simbólica sobre la invulnerabilidad del ser y la causalidad entre la vida y la muerte, una obra en la que se armonizan moral y ciencia en una fantástica y terrorífica historia que invita a la reflexión sobre los misteriosos poderes de la naturaleza y los límites del ser humano, sobre el exceso de conocimiento y sus responsabilidades, sobre la justicia y la falta de neutralidad de la ciencia. El moderno Prometeo de Shelley no es un titán, sino un científico llamado Frankenstein, cuya imagen recuerda en ciertos aspectos al mítico y tradicional Dr. Faustus, un ser inteligente, visionario, benevolente y de sentimientos contradictorios, solitario y egocéntrico en su ambición de conocimiento, un ser que retó a la naturaleza excluyendo al hombre de sus normas; instigado por la inercia de su actividad sucumbe al experimento de crear vida con pasión pero también con dolor, angustia y terror. Frankestein es un Prometeo del romanticismo liberado del castigo de los dioses pero no del de su propia creación y conciencia. Su obra, una imagen armónica a la del vengativo Satán en el libro el Paraíso perdido de Milton, es una criatura racional e inteligente que demanda justicia y clemencia, un ser consciente, amante de la naturaleza y la literatura, la sociedad y la amistad, una creación cuya apariencia no es acorde a los cánones estéticos de los ojos que le miran; aprende por imitación y por ensayo – error a hablar, leer, amar y odiar, y nos da pena su solitaria agonía y su consecuente venganza. Al contrario que el Narciso de la mitología clásica, él nunca pudo enamorarse de su propia imagen aunque ambos fueron sus víctimas. El lenguaje de la obra es apasionado, descriptivo y simbólico, rico en metáforas, comparaciones, repeticiones y contrastes. A través de motivos identificadores de los diferentes personajes, se describen situaciones y estados sentimentales que no determinan pero tampoco nos dejan indiferentes. Debatiéndose entre el romanticismo, el género gótico y la ciencia – ficción, Shelley ha escogido una forma epistolar que imprime veracidad a la fantasía, a través de una estructura de cajas chinas que nos adentra en círculos concéntricos y contornos éticos cada vez más profundos. Su intención de sacrificar la sucesión cronológica de los acontecimientos, cede ante la lógica del relato y la inspiración de su realidad, y jugando con el pasado y el presente, describe diferentes perspectivas que apoyan, contradicen y dejan al lector libertad en sus conclusiones. Frankenstein es una parábola moral, pero también una novela romántica en tonalidad gótica, armonizada con motivos jurídicos, políticos y filosóficos. Con exaltación y fervor, la autora dibuja naturalezas y sentimientos que por paralelismos y contrastes, dibujan la justicia y la destrucción simbólica de los dos héroes de la historia: un creador y una criatura a la que se le han negado sus derechos, bajo una perspectiva roussoniana subyacente a la creación. Con una transparencia a veces difuminada, Shelley nos presenta una obra exenta de determinantes condenas y ávida de libertad interpretativa, donde el monstruo es ... Son muchas las ediciones, películas e interpretaciones
que se han realizado sobre la novela desde su primera publicación.
Ahora la editorial Mondadori ha vuelto a confiar en la fuerza de esta
fantástica historia y ha recogido un interesante volumen introducido
por Alberto Manguel y la visión traductora de Silvia Alemany.
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Nº 12 - Junio / Julio de 2006 |
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