Laurence Sterne: Viaje sentimental por Francia e Italia
Editorial Funambulista. Trad. de Max Lacruz Bassols. Madrid 2006, 297 págs.
Por Ismael Belda
Hay
novelas que nos dejan en la memoria un personaje (Moll Flanders, Drácula).
Otras nos sumergen en un sueño (El castillo, Locus Solus, La
subasta del lote 49). Otras se sustentan sobre un mundo entero y
son en sí mismas un mundo (una casa, una ciudad, un país,
un planeta: Cumbres borrascosas, Ulises, Guerra y paz, Ada).
Y también, aunque por supuesto no por último, hay otro tipo
de novelas cuyo rasgo más importante es cierto aroma, cierta coloración,
cierto peso de sus páginas.
La sensación que produce la lectura del Viaje sentimental por
Francia e Italia, del gran Laurence Sterne, es de una extraordinaria
ligereza, una levedad que parece transportarnos a toda velocidad por sus
amables y melancólicas páginas como en un suave vuelo rasante
y que nos deja más livianos, más transparentes; se diría
incluso que respiramos mejor tras acabarla. Se trata quizá de la
levedad que Italo Calvino pedía para la ficción en sus Seis
propuestas para el próximo milenio, esa melancolía
y humor mezclados que en su opinión posee el personaje de Hamlet
y que “no es una melancolía compacta y opaca, sino un velo
de minúsculas partículas de humores y sensaciones, un polvillo
de átomos, como todo lo que constituye la sustancia última
de la multiplicidad de las cosas”. He aquí una aceptable
descripción de la novela que aquí nos ocupa.
Laurence Sterne (1713-1768), irlandés de nacimiento, admirador
de Cervantes, Rabelais y Montaigne, pasó de ser un pobre vicario
de Yorkshire a convertirse en 1760, con cuarenta y siete años de
edad, a raíz de la publicación de su obra maestra, La
vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, en una de las figuras
literarias más famosas y celebradas de toda Europa. Gravemente
enfermo de tuberculosis (lo cual no estorbaba su excepcional sentido del
humor) apenas tuvo tiempo, poco antes de morir, de publicar la primera
parte de su Viaje sentimental, novela que dejó inacabada.
Autobiográfica tan sólo de forma superficial, el Viaje
sentimental se escribe en parte como respuesta a los Viajes por
Italia y Francia, de Tobias Smollett, publicados en 1766, de los
cuales Sterne nos habla solapadamente en su libro: "El sabio Smelfungus
viajó de Bolonia a París, de París a Roma y así
sucesivamente, mas como padecía melancolía e ictericia,
todo lo que veía le parecía descolorido y desfigurado. Escribió
un relato de su viaje; pero no resultó sino el relato de sus miserables
sentimientos".
En el viaje por Francia de Yorick, protagonista y narrador del Viaje
sentimental, asistimos a la vida interior de un hombre en respuesta
a los personajes y a las situaciones que pasan por los capítulos.
A lo largo de Calais, Montreuil, Nampont, Amiens, París, Versalles,
Rennes, Moulins y el Bourbonnais, encontramos siempre una capacidad deliciosa
para captar lo más interesante, lo más enriquecedor de cada
situación. La actitud del protagonista, esa especie de ingenuidad
mezclada con cierto apasionamiento, está tratada mediante un sutil
distanciamiento
entre el autor y el narrador (del cual emana el delicioso humor que sobrevuela
la novela), y sin embargo los sentimientos y pensamientos de Yorick son
intensos y verosímiles y humanos de una forma desconocida en la
literatura precedente del siglo XVIII. Sentimos que con Sterne comienza
una nueva sensibilidad, un modo de pensar y de existir en el mundo alejado
de los modelos racionalistas imperantes en su siglo. A lo largo de la
novela, de hecho, precisamente el racionalismo recibe numerosos ataques
por parte de Yorick, el cual hace en todo momento una defensa del sentimiento
y de la imaginación, y en capítulos como aquel en que el
narrador visita a la doncella loca Maria (personaje que había aparecido
en Tristram Shandy), encontramos párrafos como el siguiente,
que parecen anunciar un nuevo tipo de literatura: "Era ir, bien que
lo sé, como el Caballero de la Triste Figura, en busca de aventuras
melancólicas, mas es lo cierto que nunca me siento tan conciente
de que existe en mí un alma como cuando me adentro en esta clase
de aventuras".
El estilo de Sterne es irónico y elíptico, y sin embargo
tiene esa claridad de pensamiento que asociamos con los grandes escritores
de todos los tiempos. Algunas imágenes se quedan en nosotros mucho
tiempo después de haber leído la novela, imágenes
significativamente irrelevantes para la estructura de la novela, como
esa muchacha que va a comprar una novela romántica en una librería
del Quai de Conti y que "sacó una bolsita de satén
verde, atada con cintas del mismo color, y metiendo en ella índice
y pulgar tomó la moneda y pagó". El gesto preciso,
real e inolvidable ante nosotros, detectado por la atención y la
imaginación de Yorick/Sterne.
La editorial Funambulista ha realizado una preciosa edición de
este clásico de la novela de todos los tiempos, con una ilustración
de Adrian Ludwig Richter en la portada que sugiere ya el incipiente romanticismo
del libro. La traducción de Max Lacruz Bassols es excelente y está
en la estela de la incomparable versión del Tristam Shandy
que en su día hiciera Javier Marías, a quien está
dedicado el epílogo.
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