Pío Baroja: Miserias de la guerra
Editorial Caro Reggio, Madrid 2006. 351 págs.
Por Iván Gallardo
Al
igual que a Fernando VII de vuelta al solar hispano después de
las turbulencias que provocó la invasión napoleónica
se le denominó "el Deseado", esta novela de Baroja ha
sido largamente esperada desde hace muchos años. Mutilada con generosidad
por la censura franquista en un primer momento (1951), el muñón
resultante fue tan amorfo que Baroja murió sin verla publicada.
Ahora, después de innumerables tribulaciones y peripecias del manuscrito,
los herederos del escritor donostiarra han decidido otorgarle el "placet"
en una cuidada edición a cargo de Miguel Sánchez-Ostiz,
autor además del enjundioso posfacio que la remata. Y parece un
momento adecuado para hacerlo dado el "revival" hagiográfico,
y muchas veces acrítico, que se está viviendo respecto a
la Segunda República española.
Baroja pasó la mayor parte de la guerra en el Colegio de España
de París después de que la columna de requetés de
Ortiz de Zárate casi lo fusilara en los primeros días de
la contienda. Allí escuchó un sin fin de historias acerca
de lo que sucedía en España, sobre todo de gentes del bando
nacional, testimonios orales que después conformarían una
de las fuentes principales de esta novela, ya que Baroja no vivió
directamente la mayoría de los hechos que relata.
La novela se abre en el Madrid posterior al intento de
golpe de estado por parte de las izquierdas mediante la huelga revolucionaria
del 34. Presenta una serie de anécdotas y episodios que recogen
el ambiente de enfrentamiento y violencia irreversible que se vive en
la capital en la época del Frente Popular y describe el clima de
enfrentamiento armado que culminará con los asesinatos del teniente
José del Castillo y del líder del Bloque Nacional José
Calvo Sotelo el 13 de julio del 36, antesala del levantamiento militar.
Una vez iniciada la guerra Baroja atenderá a todos los hechos significativos
ocurridos en Madrid –también a aquellos referidos a la vida
cotidiana de los madrileños durante el asedio-, desde el asalto
al Cuartel de la Montaña y los fusilamientos de la Cárcel
Modelo hasta que la Junta de Besteiro y Casado se subleva contra el Gobierno
filocomunista de Negrín para rendir la capital sin más derramamiento
de sangre cuando Cataluña ya había caído y la guerra
estaba perdida.
Para acometer esta empresa Baroja recurre a un subterfugio de larga tradición
literaria: la mirada del foráneo sobre los acontecimientos nacionales.
Al igual que Cadalso en las Cartas marruecas se sirve de la mirada del
joven marroquí Gazel para criticar la realidad española,
Baroja habla a través del protagonista de la novela, Carlos Evans,
militar y diplomático inglés y supuesto espectador neutral
de la barbarie desatada. Baroja adopta una mirada nada ambigua: no está
ni con unos ni con otros, ya se sitúa por encima, o más
bien al margen, de un pueblo brutal y un país muerto. De ahí
la necesidad de irse y las ideas escépticas de la mayoría
de los personajes de la novela. Aunque bien es verdad que Baroja señala
de forma inequívoca a la actitud sectaria de socialistas y republicanos
como el origen de la guerra, al igual que harían los tres intelectuales
liberales
(Ortega, Marañón, Pérez de Ayala) que firmaron el
fundacional "Manifiesto en defensa de la República" aparecido
en el diario "El Sol" el 10 de febrero de 1931. Pero ya en 1933
Ortega resumió el desencanto con el nuevo régimen con aquel
famoso "¡No era esto!"
Para narrar todo el maremagnum de acontecimientos (por ofrecer sólo
un dato y no atosigar al lector, entre el 16 de febrero y el 15 de julio
del 36 se quemaron 196 iglesias, se destruyeron 78 centros religiosos,
se perpetraron 223 asesinatos políticos y se asaltaron 10 periódicos,
cifras que permiten hacerse una idea sobre el ambiente que se respiraba
en aquellos meses) que envuelven a la República y a la Guerra Civil,
Baroja adopta un estilo memorialístico (con algunas incorrecciones
cronológicas), folletinesco y detallista. No siempre atento a los
hechos más significativos, y por lo tanto en ocasiones pintoresco,
pero siempre ágil y vivo. También desliza retratos de las
gentes anónimas que sufrieron el asedio de los nacionales en Madrid
y las persecuciones por parte de los iluminados de su propio bando, así
como de los principales protagonistas republicanos (militares, políticos,
sindicalistas, etc.), con especial acierto respecto a personajes tan siniestros
como García Atadell, dirigente de la Brigada del Amanecer o León
Carnicer, entusiasta chequista.
Memorias de la guerra recuerda a los "Episodios Nacionales"
galdosianos en su calado humano y en su manera de mezclar historia y ficción.
Es una novela histórica sobre una época intolerante que
sólo puede ser un modelo de convivencia actual para dogmáticos,
y un purgante contra tanto panegírico literario, tópico
e idealizante. Censurada por el franquismo y silenciada por el actual
régimen, esta novela de Baroja resulta imprescindible para todos
aquellos que quieran ir completando el conocimiento del fracaso total
para los españoles que supuso al Segunda República y la
posterior Guerra Civil.
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