El rapto en el serrallo
Por Jorge Barraca Mairal
Música de Wolfgang Amadeus Mozart.
Libreto de Gottlob Stephanie.
Dirección
Musical: Christoph König.
Dirección de escena: Jerome Deschamps y Macha Makeïef.
Escenografía: Miquel Barceló.
Figurinista y diseñador de la utilería:
Macha Makeïef.
Director del coro: Jordi Casas Bayer.
Intérpretes: Eric Cutler (Belmonte),
Wolfgang Ablinger-Sperrhacke (Pedrillo), Desirée Rancatore (Konstanze), Ruth Rosique
(Blonde), Eric Halfvarson (Osmin), Shahrokh Moshkin-Ghalam(Selim).
Coro y Orquesta Titular del Teatro Real
(Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid). Madrid. Teatro Real. Funciones desde el 8 al
23 de mayo de 2006.
Lienzos para el genio
La verdad es que juzgar a estas
alturas el arte de Miquel Barceló es una ridiculez, pero sí es importante señalar
la forma tan brillante que ha sabido poner su imaginario al servicio de una producción escénica
que, aunque aquejada de cierto estatismo, ha contado con una plástica sobresaliente. Las
funciones —originales del Festival de Aix en Provence de 2003— jugaban con una dirección
de actores muy desarrollada, una escena casi desnuda y sin mutaciones importantes, una gran libertad
para los cantantes y algunas novedades para el personaje hablado del Pachá Selim.
Precisamente, habría que empezar
por éste, pues si algo llama la atención del montaje son los bailes circulares (del tipo
derviche) de Moshkin-Ghalam. En vez de la convencional imagen parsimoniosa y serena del mandatario musulmán,
se nos mostró un pachá danzarín, algo alocado y poeta; aunque en el último
acto recupera la compostura para exhibir su nobleza y generosidad. Además, Moshkin-Ghalam tuvo
una buena actuación y su dicción en los momentos cumbre de la obra resultó perfecta.
Por su llamativa actuación y sus brillantes bailes cosechó los aplausos más
frescos de los abonados.
Esta originalidad en el planteamiento
del personaje iba en la misma línea que la divertida actuación ideada para unos figurantes
que se convertían en auténticos protagonistas. Frente al estatismo de los cantantes, los
esbirros al servicio de Osmín, se movían continuamente de aquí para allá y
divertían con detalles escénicos de gran comicidad, aunque sin chocar nunca con la equilibrada
partitura mozartiana.
También contribuyó a
esa armonía la joven batuta de Christoph König, plagada de detalles, absolutamente libre
de estridencias y llena de ritmo y vivacidad. El director alemán supo extraer de la Sinfónica
de Madrid un sonido brillante, aunque siempre adecuada al estilo. También fue excelente su acompañamiento
de los cantantes a los que no tapó en ningún momento.
En el papel de Belmonte, Eric Cutler
dio muestras de buen gusto y delicadeza. Siempre equilibrado, con una técnica muy correcta, que
permite mantener la homogeneidad del timbre a lo largo de todo el registro, aprovechó sobre todo
el aria del Acto I para componer un Belmonte noble y aguerrido.
La Konstanze de Desirée Rancatore
tuvo también una buena actuación. La particella, con sus tres arias, es inclemente
para cualquier soprano y aunque hubo algún desajuste mínimo en la coloratura y un cambio
en el esmalte de la voz en las notas agudas, en general la Rancatore estuvo brillante, sobre todo en
los momentos de mayor agilidad (Matern aller Arten) que destacaron por encima de las páginas de
canto elegiaco.
Correcta la pareja de graciosos: el
Pedrillo de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke y, sobre todo, la Blonde de Ruth Rosique, que tuvo una actuación
muy divertida, en particular en su aria de arranque (jugando a hipnotizar a Osmin), más que por
su solvencia vocal.
Por último, el Osmin de Eric
Halfvarson hubiese ganado con algo más de rotundidad en las notas graves —el auténtico
caballo de batalla de este papel—, pero se movió muy bien en todo el registro medio y su
participación, muy tributario de la dirección de escena, estuvo llena de comicidad.
Igualmente, funcionó muy bien
el coro y su conjunción con los músicos de la escena, que dieron un toque de ambientación
oriental nada discordante con el resto de la partitura.
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