Talking Heads, Dadá y la polirritmia africana
77; More Songs About Buildings And Food; Fear Of Music; Remain In Light; y Speaking
In Tongues
(Todos reeditados en formato doble por Rhino-Warner)
Por Xavier Valiño
Tal y como prueba la reciente reedición de sus primeros cinco discos -completados ahora con
unas mezclas renovadas que consiguen que nos maravillemos aun más ante su sonido, además
de extras, versiones, videos y grabaciones en directo que en ningún caso superan a las canciones
que componían los álbumes originales-, aquellos discos se encuentran allá arriba,
inalcanzables, como una de las cimas creativas más memorables de la historia del rock.
Al contrario que muchos de sus contemporáneos de la nueva ola, Talking Heads asumieron desde
sus inicios la pulsión de la música negra, distanciándose, por lo tanto, de
la carrera extenuante hacia ella en la que se convirtió la trayectoria de una parte de los
grupos que se encuadraron en el post-punk. El pulso, que no el ritmo, y las texturas creadas por
la banda -sobre todo, aunque no exclusivamente, con Brian Eno- proporcionaban una música
sensual que funcionaba perfectamente como contrapartida a los neuróticos recitados de David
Byrne. Por otro lado, sus frías yuxtaposiciones de sonidos y su forma de componer inspirada
en la arquitectura reforzaban la fascinación de Byrne por lo que subyace bajo la ética
del trabajo de la sociedad protestante americana y la psique desquiciada de sus personajes.
Esta impredecible conjunción de arte, ambición y nervio estaba ahí desde el primer
single, “Love-Building On Fire”, que se incluyó en su debut, Talking Heads (1977).
Tal vez por eso el disco, a pesar del relativo éxito de “Psycho Killer” -aquí también
recogida en versión acústica- no llegó a ser entendido por un público
que estaba más interesado en la explosión del punk de grupos como los Ramones, quienes
compartían las tablas de escenarios como el CGBG con los Talking Heads.
En él están las claves del funk minimal que cimentaría su reputación e
influencia: la forma nerviosa de cantar las letras inconexas por parte de Byrne; las rupturas y
las alteraciones imprevistas de ritmos cruzadas gracias al teclado de Jerry Harrison; la guitarra
fluctuante de Byrne acompañando con impaciencia las secuencias y el resonar funk del bajo
de Tyna Weymouth; y la batería ajustada de Chris Frantz determinando el dinamismo de la banda.
En su segundo álbum, More Songs About Buildings And Food (1978), los trillones de ideas
que encerraba sólo se logran atisbar tras repetidas escuchas, agazapadas tras la extraordinaria
producción de Brian Eno, en lo que sería su primera colaboración. Los logros
más relevantes aparecen en “Found A Job” o “The Good Thing”, al lograr
combinar el funk sudoroso de James Brown con los riffs de guitarras de The Velvet Underground.
Con Fear Of Music (1979) se cerraría una etapa que les dejaba en un callejón
sin salida, al haber forzado hasta el límite sus propias convenciones. Su cuarteto de canciones
inicial (“I Zimbra”, “Mind”, “Cities” y “Life During
Wartime”) puede considerarse como lo mejor que el grupo grabase nunca. “I Zimbra”,
el corte que lo abre, marcaba la alianza entre la polirritmia africana y la poesía dadaísta. “Heaven” sería
su momento más pop hasta entonces y “Drugs” un ensayo modernista a través
de universos psicodélicos nunca explorados antes por el cuarteto.
Su cumbre, sin duda, llegaría en 1980. Remain In Light es hoy, todavía, un objeto único,
como si hubiese llegado de parajes desconocidos y nadie aún los hubiese tocado. Los elementos
entrevistos en “I Zimbra” se desarrollan ahora en toda su extensión, con alusiones
al afro-funk de Fela Kuti y a las experiencias ensayadas por el alemán Holger Czukay (componente
de los alemanes Can). Todavía hoy parece un disco sin ascendencia ni descendencia, del que
resultaba un primitivismo contemporáneo, hipnótico, complementado por la espiritualidad
vacía de las letras que evocaban una sociedad moderna sin orientación.
Como no podía ser de otra manera, Speaking In Tongues (1983), editado tras experiencias
en solitario de cada uno de los cuatro componentes del grupo, no pudo mantener el nivel, pero no
se trata para nada de un álbum fallido, sino del disco que muchos grupos siempre han querido
grabar por tratar de conjugar los elementos básicos del sonido de un grupo con una mayor
accesibilidad. Aquí está el funk blanco más disciplinado, tal y como era exprimido
en la Europa del post-punk.
Sería el primero de sus discos retocado en el estudio una y otra vez, y se convertiría
en el primero de sus éxitos, con “Burning Down The House” como su canción
emblema y “This Must Be The Place (Naive Melody)” convertida en la más embrujadora
de sus canciones, una melodía para perderse dentro. Aquí David Byrne dirigía
ya su atención hacia los sentimientos comunes de la gente común, sacrificando la tensión
y el absurdo que lo había caracterizado en el pasado. Nada que echase por tierra años
de aventuras, pero sí el puente entre una primera etapa irrepetible y la llegada de una nueva
era de mayor relevancia pública y una contenida creatividad.
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