DANIEL BARENBOIM
por Jorge Barraca Mairal
Concierto extraordinario de Ibermúsica.
Daniel Barenboim, piano.
Programa: J. S. Bach: El
clave bien temperado, 2º Cuaderno, BWV. 870-893.
Auditorio Nacional. Sala Sinfónica
(Madrid), 15-I-06.
Recital extraordinario
Quizás muchos aficionados desconozcan aún hoy la trascendencia para la historia de la
música de una página como El clave bien temperado. Valorado en ocasiones como
un mero ejercicio de modulaciones, un recorrido repetitivo por las distintas tonalidades, sin más
alcance que el de demostrar el virtuosismo y las habilidades técnicas del viejo Bach, la
obra, en realidad, es un monumento a la creatividad, a la variación, a la flexibilidad compositiva
y —lo más importante— a la inspiración y la belleza. Y esto sin considerar
su inmensurable aportación al desarrollo de la armonía y el contrapunto, establecida
canónicamente durante siglos por el Cantor de Leipzig gracias, en parte, a esta partitura.
De hecho, es tal la hermosura y profundidad
que podemos encontrar en sus pentagramas que la obra admite multitud de lecturas e incluso versiones.
La elección del instrumento —clave frente a piano— ha suscitado algunas controversias
en aras de la fidelidad interpretativa; sin embargo, cuando se escuchan recitales o discos de la calidad
aquí alcanzada, estas discusiones pasan a un segundo plano.
Barenboim brindó una interpretación llena de serenidad, elegante y equilibrada. Hoy en
día, es uno de los pocos pianistas capaz de consumar el recorrido por las distintas páginas
de los dos libros para ofrecer una visión general, llena de coherencia, en la que el camino a
través de los preludios y fugas conforma una supra-armonía, en el que se logra, al fin,
el propósito último: presentar todo un compendio del mundo armónico de la música
de su tiempo.
La calidad del artista judío-argentino-español le permite superar las dificultades técnicas
sin que se aprecien esfuerzos violentos, que romperían el clima sereno que crea su lectura. Por
supuesto, en un concierto tan extenso, que exige tantas horas de concentración, aparecen pequeños
borrones, pero Barenboim logra que nunca empañen la versión global. Con su actitud, su
compostura, transmite un tono emocional que lleva a un estado del alma que predispone a la escucha atenta,
en la que el oyente se sumerge en la partitura. Es por eso que resulta difícil detener la crítica
sobre un preludio concreto —aunque es verdad que algunos como el que cierra la primera parte fueron
realmente mágicos— y nos quedamos al fin con un todo, una síntesis maravillosa de
la historia de la música occidental. Es este uno de esos conciertos que lleva a amar la música
por encima del intérprete (que sabe convertirse aquí sólo en el medio) y que convoca
los instantes de felicidad más elevados.
«
|