El sueño de una noche de verano
por Jorge Barraca Mairal
Música de Benjamin Britten.
Libreto de Benjamin Britten y Peter Pears.
Dirección Musical:
Ion Marin.
Dirección de escena, escenógrafo y figurinista: Pier Luigi Pizzi.
Iluminador:
Sergio Rossi.
Coreógrafo: Gheorghe Iancu.
Intérpretes: Oberon (Carlos Mena), Tytania
(Heidi Grant Murphy), Rafa Delgado (Puck), Darren Jeffery (Theseus), Hilary Summers (Hippolyta),
John McVeigh (Lysander), Grant Doyle (Demetrius), Christine Rice (Hermia), Kate Royal (Helena),
Conal Coad (Bottom).
Orquesta Titular del Teatro Real. Coro “Pueri Cantores” de Vicenza.
Madrid.
Teatro Real. Funciones desde el 11 de enero al 26 de enero de 2006
Juegos con la armonía natural
Basada en la célebre comedia de Shakespeare, El sueño de una noche de verano ha
sido una ópera de Britten con menos difusión que Peter Grimes, Otra vuelta de tuerca o Billy
Budd, aunque con bastante más presencia que Albert Herring, Gloriana o Muerte
en Venecia, por citar sólo algunas óperas del catálogo del compositor inglés.
Estrenada en 1960, ya en plena madurez artística, la enrevesada trama se ajustaba como un
guante a las intenciones del autor, que necesitaba una página de este tipo (aunque la simplificara
y modificara estructuralmente) para elaborar, desde su seriedad habitual, una comedia fabulosa.
Britten desarrolló en ella los más variados recursos musicales, con un trabajo armónico
bastante complejo, pero también con felices melodías y encantadores sonidos para ambientar
convenientemente este cuento de hadas.
Particularmente inspirado fue su juego
con los planos vocales, que sirven para caracterizar a los distintos grupos de personajes: el plano de
lo mágico (para las hadas y Oberon), con las voces blancas y de contratenor; el plano de los nobles
(para los jóvenes atenienses): tenor, barítono, sopranos; y el plano de los rústicos
(para los obreros y aldeanos): bajos, barítonos toscos. Todo un trabajo tímbrico en aras
del perfecto acomodo entre canto y carácter, que ayuda a localizarse de forma conveniente entre
la maraña de intérpretes.
Pizzi diseñó una escenografía de simbolismo fácilmente reconocible: como
los sueños emergen en la imaginación, van levantándose unos decorados que vuelven
a descender y modificarse cuando el personaje cae completamente dormido. Una vez más, el escenario
giratorio resuelve simbólicamente el rodar del sueño, al tiempo que facilita los cambios
de escena exigidos por la acción. El carácter festivo, burlón, los juegos amorosos
de iniciación y el sentimentalismo fácil representados en Lysander y Hermia, Demetrius
y Helena, se traducen en un vestuario brechtiano fácilmente identificable por parte del espectador,
pues parece reproducir el de unos chavales de familias anglosajonas bien de los años cincuenta,
con sus zapatillas, polos, y pantalones o faldas de color blanco. Para vestir a Oberon y Titania, esos
soberanos vinculados con el mundo clásico, se optó por las túnicas.
Era esperable una iluminación azul nocturna, por poco agradable que suela resultar y el efecto
que produzca en las pieles de los intérpretes. No obstante, supo compensarse con las líneas
de color elegidas para el atrezzo.
El montaje funciona y el espectador no se distrae, a pesar de ciertas deficiencias interpretativas, como
la del coro inicial, cuyo coreógrafa debería haber renunciado a que unos jovencísimos
intérpretes contratados, seguramente, por la pureza de su voz, se esforzaran por ejecutar unos
movimientos que habían de realizarse sin gracia, sin soltura, sin el menor sentido del ritmo ni
el menor conocimiento de los pasos y posiciones de baile más básicos.
Ion Marin, a pesar de su juventud,
es un director con una visión clara y definida de la obra. Su labor orquestal ha resultado muy
fructífera; y, realmente, sorprendió constatar la calidad de la Orquesta del Teatro Real
en una partitura tan alejada del repertorio habitual. No obstante, la lectura tuvo mayor convicción
en los instantes líricos, en los que Marin se recreó más, que en los vivaces, pues
siendo El sueño... una comedia, los momentos graciosos dependieron más de la actuación
de los cantantes que del acompañamiento musical.
Carlos Mena hacía su presentación
en el Real en el difícil papel de Oberon, para el que Britten rescató la figura del contratenor
(el compositor contó en su día con un artista como Alfred Deller, lo que representaba toda
una garantía). El buen dominio técnico del cantante español se acompañó de
una interpretación llena de sensibilidad; no obstante, la belleza algo limitada de su instrumento
y la proyección no siempre limpia, restaron atractivo a su concurso.
Muy hermosa resultó en cambio,
la voz de Heidi Grant Murphy, que encarnó a una Tytania más delicada y vocalmente atractiva,
aunque quizás menos noble de lo que exige su parte. Su instrumento lírico, con muy buenos
agudos, resultó ideal para el papel.
También fue una grata sorpresa
el Puck de Rafa Delgado, brillantemente caracterizado, con una dicción original muy graciosa y
bien ensayada. Su trabajo fue tan sobresaliente que permitió olvidar sus menores dotes como cantante.
Las parejas de atenienses John McVeigh
y Christine Rice (como Lysander y Hermia) junto con Grant Doyle y Kate Royal (como Demetrius y Helena)
estuvieron excelentemente dirigidos, y todos exhibieron una gran calidad vocal; singularmente Christine
Rice, dueña de una voz lírica de hermosísimo timbre. Los aristocráticos Theseus
e Hippolyte fueron muy bien plasmados tanto en la actuación cuanto vocalmente por Darren Jeffery
y Hilary Summers, respectivamente.
Sin embargo, por encima de todos ellos, merced a su gracia en el desarrollo del papel y por el feliz
maridaje entre sus cualidades vocales y su personaje, destacó el Botton de Conal Coad; un barítono
de voz recia que sabe transformar en cómica y que aprovechó magistralmente los momentos
de lucimiento.
Muy equilibrados y divertidos en sus
caracterizaciones todos los demás rústicos.
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