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  El genio de Mozart

Por Jorge Barraca Mairal

            Sin lugar a dudas Mozart encabezaría la lista en un supuesto ranking de las personas que más veces ha gozado la denominación de genio. Pero ¿qué cualidades reunió para que se haya convertido en el arquetipo del genio humano? ¿Por qué entre todos los hombres de la historia él es quien con más justicia parece merecerlo?
Mozart De entrada, habrá quien opine que éstas son preguntas ociosas: que Mozart es un genio parece algo tan obvio como que la Catedral de León representa una cima del gótico español o que Las Meninas es un cuadro inspirado dentro de la pintura de Velázquez. A cualquiera que se haya deleitado con una sinfonía de Mozart le resultará evidente que posee una gracia singular. Cuanto más se conoce su obra, cuanto más se sabe de armonía y cuanto más de su vida más palmario resulta que nos hallamos ante el genio en estado puro. Sin embargo, en las líneas siguientes vamos a tratar de responder a lo evidente; o, mejor, vamos a desgranar las razones que hacen del genio de Mozart algo tan incontestable. Para ello recurriremos tanto a las aportaciones de la Psicología Evolutiva y Diferencial como a detalles de su vida y a algunos trabajos musicológicos.
Para empezar, puesto que el artículo gira sobre ello, conviene que delimitemos qué es el genio. Desde los trabajos de la superdotación, la palabra "genio" se reserva para aquellas personas que presentan niveles de inteligencia o rendimiento extraordinariamente altos en un área o dominio particular, hasta el punto de llegar a producir nuevas estructuras conceptuales, conducir cambios paradigmáticos en una disciplina, en el arte o en una profesión. De acuerdo con esta definición, Mozart representaría la genialidad por los cuatro costados: su rendimiento en el ámbito musical era algo sin parangón, su dominio combinado tanto en el campo de la interpretación (violín, piano, instrumentos de viento, dirección de orquesta, etc.) como en el de la composición casi nunca se han alcanzado; protagonizó, además, cambios conceptuales y paradigmáticos en la historia de la música —su estilo es propio, muchas de sus obras pertenecen ya indiscutiblemente a la corriente romántica, a pesar de precederla en bastantes décadas—. Incluso su manera de concebir la profesión de músico fue revolucionaria: si Haydn encarna todavía al artista-artesano del Antiguo Régimen, un criado al servicio de un señor que dispone de él como de cualquier otro siervo, Mozart se constituyó como artista independiente, se instaló en Viena sin amos, patrones, mecenas, ni benefactores fijos y adoptó, en consecuencia, una posición casi subversiva frente al orden establecido. Aunque hubiese sido un compositor mediocre, probablemente este aspecto de su biografía le habría hecho célebre en la historia de la música.
Pero sigamos recogiendo datos. Otros conceptos que se emplean para delimitar la genialidad son los de "prodigio", "talento" y "precocidad". El primer término se aplica a aquellos niños que muestran una habilidad excepcional a una edad muy temprana, el segundo (que, en ocasiones, se ha empleado también como sinónimo de superdotado) se aplica preferentemente a la aptitud especializada en determinadas áreas de actividad o en un campo específico, sin que necesariamente aparezca prematuramente. Por su parte, la precocidad se refiere al énfasis en una maduración temprana, en la anticipación de determinados hitos del desarrollo. Es cierto que la mayoría de los niños con altas capacidades son precoces, pero hay niños con un desarrollo normal que posteriormente alcanzan niveles de desarrollo excepcional. De acuerdo con esto, Mozart sería uno de los pocos seres humanos merecedor de todos estos calificativos. Aunque siempre se nos recuerda lo temprano que compuso sus primeras sonatas, conciertos, sinfonías u óperas, y sus giras infantiles por las principales cortes de Europa, habitualmente se olvida mencionar que Mozart bastante antes de la adolescencia dominaba el latín, el francés, el inglés, el italiano y, naturalmente, su alemán natal; que desde la infancia escribía portentosamente —también en varios idiomas—, que pronto aprendió a andar y a hablar, que bailaba desde niño con una gracia particular, que era ingenioso, amigo de enrevesados juegos de palabras, vivo de entendimiento, que gozaba de un magnífico humor (de aquí que se le haya tachado en ocasiones de pueril) y, por cierto, que fue también llamativamente precoz (y nada inocente) en el terreno de las conquistas amorosas. Mozart, en suma, es el paradigma del niño prodigio, precoz y con auténtico talento, como luego demostró a lo largo de toda su vida.
La evidencia de su precocidad nos lleva a hacer otra consideración sobre su genialidad: ¿era el talento de Mozart una cuestión de herencia o de formación? Por lo que sabemos, Mozart no necesitó mucha instrucción para aprender a tocar y componer; nunca tuvo que seguir lecciones interminables y repetitivas: parecía poseer una facilidad natural; ello invita a pensar que gozaba de una predisposición genética que facilitó la adquisición deMozart estas destrezas. El padre de Mozart, Leopold, era un músico profesional de mediano talento y muy buen oficio; también un notable violinista y un excelente teórico de este instrumento (su tratado y su método de ejecución fueron de obligado conocimiento durante muchos años en toda Europa). Sin embargo, a diferencia de su hijo, no era alguien con facilidad natural y su personalidad era medrosa, seria y prudente hasta lo exagerado. La hermana de Mozart, Nannerl, fue otro talento singular —aunque, naturalmente, no alcanzó en la madurez el grado de genialidad de su hermano—; también extraordinaria instrumentista (violín, piano), casi tan precoz como Wolfgang y dotada de extensos conocimientos musicales. Mozart confiaba en su criterio tanto como en el propio. El hijo de Mozart, que se dedicó también a la música, fue, en cambio, un artista de poco talento, aunque con buen oficio, como muchos otros músicos de la época. En suma, parece que en la familia Mozart el talento musical estuvo muy presente; sin embargo, sólo en el caso de Wolfgang alcanzó extremos de genialidad. Es algo parecido a lo que sucedió con la familia Bach, de la que únicamente Johann Sebastian y tres de sus hijos (Christian, Friedemann y Emanuel), se tienen hoy en día por grandes artistas, aunque la saga de músicos fue muy abundante. Aun resultando evidente una cierta predisposición no puede olvidarse que, siendo el padre de Mozart un músico notable, desde el mismo útero materno escuchó música excepcionalmente interpretada y que, además, su contacto con el medio artístico fue permanente. A partir de su nacimiento, su padre se apresuró a darle una orientación musical. Cuando Leopold descubrió el innegable talento de su hijo —lo cual fue muy pronto, dada la precocidad del niño—, abandonó toda actividad para consagrase con máximo celo a su educación. Por tanto, como en otros casos, hay que hablar de dotes naturales pero que, probablemente, no se hubiesen desarrollado de manera tan sobresaliente de no haber sido tan atentamente cultivadas en un medio tan adecuado. Mozart nunca hubiera sido quien fue sin la devoción de un padre excepcional y consagrado a él.
Hace sólo un par de decenios, la genialidad era asociada con un determinado Cociente Intelectual (CI). Sin embargo, en la actualidad esa concepción es tachada de pobre. Los modelos que se manejan hoy en día sobre las altas capacidades vinculan la genialidad a un conjunto más amplio de factores que interactuarían armónicamente. En concreto, el planteamiento más divulgado y con mayor aval científico se denomina "modelo de los tres anillos" y defiende que la superdotación (que, como hemos visto, en su desarrollo más alto alcanza la genialidad) se produce por la conjunción de tres factores: un elevado desarrollo intelectual, una gran creatividad y una capacidad personal para involucrarse en las tareas (para motivarse y auto-exigirse a lo largo del tiempo). Mozart se acomodaría también con precisión a este modelo: su desarrollo intelectual fue muy notable (existen abundantes pruebas que desmontan la imagen de un ser simplón, talentoso únicamente en lo musical; sus capacidades lingüísticas, su viveza y sus conocimientos generales son una muestra de lo contrario); por otro lado, su creatividad no merece comentarios (recordemos únicamente que su dominio de la improvisación era lo que más epataba a sus contemporáneos); por último, su capacidad de trabajo es algo contrastado: Mozart dejó una gran obra y, de hecho, el volumen de su catálogo es prodigioso para un hombre que murió a los treinta y cinco años.
MozartAparte de estas consideraciones más o menos científicas, existen por último algunos otros datos que reflejan su genio de manera inapelable. Cuando contemplamos algunas de las partituras manuscritas del salzburgués vemos una limpieza inmaculada. Mozart parecía no dudar prácticamente nunca, no cometía errores (ni armónicos, ni rítmicos, ni contrapuntísticos). Su música fluía como al dictado —justo al contrario que la de Beethoven, cuyos manuscritos están plagados de correcciones, tachones, cambios... en un reflejo de la lucha titánica, de pasión y dolor ante el hecho compositivo que vivía el sordo de Bonn—. Y, en efecto, hoy podemos afirmar que se hacía al dictado: al dictado de su mente (aunque hay algunos tan entusiastas que prefieran entenderla como fruto directo de la divinidad). Por lo visto, Mozart “escribía” la partitura en su cabeza, hasta en los más acabados detalles, y luego sólo la pasaba al pentagrama. Algo que no se ha dado ni en los más grandes talentos de otras artes (literatura, pintura, escultura...). Esto explica, en parte, su extensa obra, ya que Mozart debió de componer mucho en sus viajes, trotando en los coches de caballos de una ciudad a otra, andando por las calles, impartiendo clases de piano, atendiendo incluso a los compromisos sociales y a los espectáculos a los que asistía en la capital imperial. También así podemos comprender el que sacase a la luz tan rápidamente sus obras. Se sabe que una ópera inconmensurable como Don Giovanni fue compuesta en un mes de verano, velocidad sin parangón en la historia de la música hasta el nacimiento de Rossini. Por tanto, lo más probable es que Mozart sólo transcribiese las ideas que habían ido germinado ya en su mente los meses anteriores. No obstante, ni el volumen de su obra ni la velocidad a la hora de pasarla al pentagrama tendría importancia si no fuese porque toda ella alberga una calidad excepcional. Qué pocas, si es que hay alguna, de sus obras pueden tildarse de rutinarias, pasables o circunstanciales. Desde su misma infancia, cada página de Mozart tiene el hálito de la inspiración, cada una es singular, cada una acoge una melodía feliz. ¿Cabe mayor muestra de genialidad?

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Nº 12 - Junio / Julio de 2006

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