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Gioconda Belli: El infinito en la palma de la manoSeix Barral, Barcelona 2010, 296 págs.Por Mercedes Martín de la Nuez Para ver el mundo en un grano de arena William Blake también dijo: "Los profetas describen lo que vieron en visiones... con sus órganos imaginativos e inmortales. Un Espíritu y una Visión no son, como supone la filosofía moderna, un nuboso vapor o una nada: se hallan organizados y articulados meticulosamente, más allá de lo que pueda producir la naturaleza mortal y perecedera. Quien no imagina rasgos más fuertes y mejores, y bajo una luz más fuerte y mejor que la de su ojo perecedero, no imagina en absoluto". La imaginación responde donde la razón se calla. No ha hallado la ciencia todavía relato que explique el origen de la vida, como sí lo han hallado los pueblos de tiempos remotos. Ni El origen de las especies, ni los aceleradores de partículas, ni el Gran Colisionador de Hadrones han sabido contestar aún lo que los antiguos relatos impusieron desde tiempos inmemoriales a la imaginación de los hombres y mujeres. El misterio, rodando de boca en boca, de piedra en piedra, de pergamino en pergamino y, finalmente, en papel o en internet, llega hasta nosotros con mil formas y sabores. Esta vez, la forma se la da Gioconda Belli, que ganó el premio Biblioteca Breve 2008 con su versión del relato de la expulsión del Paraíso. Y se la dedica a las víctimas inocentes de la Guerra de Iraq, porque fue allí donde se cuenta que comenzó la vida y allí murieron recientemente miles de personas por la arbitraria mano de los hombres. A nosotros no nos importa desentrañar si estos relatos fueron revelados alguna vez a nuestra imaginación, si sucedieron realmente o imaginariamente, sino que siguen funcionando, reactualizándose, reinventándose, funcionando como si todos los días Caín matara a Abel, como si todos los días nos ganásemos el pan con sudor y pariéramos con dolor, como si el mito corriera mucho más que los avances científicos, con miles de años de ventaja, con una fuerza descomunal imponiéndose a cada paso sobre toda la existencia. Nosotros tenemos que seguir temiendo a la muerte, tenemos que seguir creciendo y multiplicándonos, tenemos que seguir sin saber hasta cuándo con la conciencia de "ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror..." como diría Rubén Darío miles de siglos más tarde. Nuestras medidas y hasta nuestras palabras son convenciones que no pueden apaciguar el ansia de ir más allá de nosotros mismos. Un Dios no malvado, pero desconocido, incomprensible y, por eso, impredecible, condena a toda la humanidad por haberse atrevido a usar su libertad. El Adán y la Eva del cuento de Gioconda Belli, se las apañan como pueden, sufren, se aman, como dos niños que salen a la edad adulta, se ven solos, se asustan, lloran y, aún así, una fuerza los obliga a seguir. Se preguntan por todo, recelan de los designios del Señor, de los consejos de la serpiente, de sus propios sentidos. Y asisten, impotentes, al curso de la vida y de la muerte. Sin esperar ya a ser readmitidos en el Paraíso, tan sólo confiando la eternidad perdida a la reproducción. Una historia sencilla que sugiere que Satán no es malvado, sino una especie de consejero que se aparece para ayudar y hacer pensar a los inocentes primeros seres humanos. Otras veces se insinúa que es el doble de Dios, otras que está en el interior de nosotros, que es la voz de nuestras consciencias. Por lo demás, reproduce los patrones que la cultura parece haber asignado a hombres y mujeres según los antropólogos: cazar, recolectar, determinación, intuición, fuerza, sensibilidad. Parejas de complementarios, etiquetas que no acabamos de sacudirnos con los planes de igualdad, como si realmente se impusieran más allá de nosotros y no simplemente fueran modelos, caminos que seguimos para no tener que pensar a cada paso qué hacer, cómo ser, qué sentir. Los caminos ya hechos nos dan seguridad, pero no dan lugar a usar la libertad y la imaginación de Eva. |
Nº
57 - Mayo de 2010 |
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