Enrique Falcón: Amonal y otros poemas
Ediciones Idea, Gran Canaria, 2005, 116 páginas.
Por Mª Ángeles Maeso
Buscando dinamita
Enrique Facón (Valencia,1968), profesor de Formación Profesional y miembro combatiente
contra las condiciones de marginalidad que padecen los barrios periféricos, desde la Comunidad
de Vida Cristiana ‘Ignacio Ellacuría’, ha escrito también trabajos de
teoría literaria (Notaciones para una Poesía del Estremecimiento, 1989; La
comunicación irracional, 1993; Aquí termina la poética y comienza lo
político, 1993; Las prácticas literarias del conflicto, 1995); Dimensiones
políticas del voluntariado (CiJ, Barcelona, 1997), Aproximación a las narraciones
juveniles de hoy (CiJ, Barcelona, 2001) y No doblar las rodillas: siete proyectos críticos
en la poesía española reciente (Universidad de Chile, Santiago, 2002). Enrique
Falcón es, sobre todo un vitalista poeta. Sus poemas son expresión de vida combatiente
y transformadora de lo real y son creación de un convulsa belleza. La que exigía
la última revolución artística que fue surrealismo, y que evidenció cómo
la poesía puede conciliar todas la dimensiones del yo, al grito de más, más,
más realidad.
Ese plus de realidad es el que se han autocensurado los poetas de finales del siglo pasado, temerosos
de ser tachados de hijos de la berza social. En realidad el mecanismo que ha operado en tal denostación
de la poesía social es resultado de una poderosísima colonización mental que
opera en las conciencias de los poetas, del mismo modo que en la de todo hijo de vecino. A finales
de la centuria pasada, el prestigio de ese yo todopoderoso se vio enfrentado al ridículo.
En la era del despido libre, ese yo tan celebrado tuvo que comprobar que el dolor del desempleado,
abocado a la nada pública, no tiene nada que envidiar al dolor del desamor, abocado al encierro.
En el epílogo de este libro se da cuenta de los que sí desvelaron las perversas trampas
del fantasmal yo autónomo, el que aún hoy goza de tan buena prensa en la constelación
ideológica que conforma el arte.
Enrique Falcón fue uno de los más combativos a la hora de embestir esa percepción
del individuo aislado del mundo. En consecuencia, su poesía incorpora todas las dimensiones
de esa primera persona gramatical. La social, por supuesto, también. La intimidad virgiliana
y la colectiva como estrategia componen su estética del delito poético.
Los poemas de Amonal forman parte, de una “trilogía química”,
(Amonal, Codeína y Ántrax) con la que el poeta busca dar
cuenta –según palabras- de cómo nuestras modernas sociedades de control construyen
y planifican individuos triplemente fragmentados, mansos y temerosos. Según
este plan, a Amonal le corresponde evidenciar la disminución de la persona,
dinamitada ante el dominio de la injusticia social. Un lenguaje directo, incómodo, contrapesado
por el humor de la expresión irónica, compone está sátira demoledora,
repleta de lirismo: Con / una sola perforación en sus fosas nasales/ podría destrozar
el mundo y volverse idiota/ para así no tener que desdecirse/ y darles la razón a
los verdugos.
Los antidisturbios, los jueces, los que inducen a las niñas a la prostitución, los
rojazos de salón y por un rato (Hobby) y otros dueños del presente no leerán
estos poemas. Los jóvenes encarcelados, los muertos en Génova o en cualquiera de
los barrios invisibles del cualquier periferia urbana tampoco. Quien los lea los tendrá por
imprescindibles.
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