Enrique Vila-Matas: Doctor Pasavento
Barcelona, Anagrama, 2005, pp. 392
Por Mercedes Martín de la Nuez
Doctor Pasavento y la novela posmoderna
Doctor Pasavento es uno de esos ejercicios que pasan por Literatura en los estantes de las tiendas
y librerías. Leyéndolo, recordamos que para hacer una obra literaria no basta con
poner una palabra detrás de otra, ni coleccionar títulos de obras, citas, nombres
de autores. Tampoco basta con ser un erudito, un letraherido, un gran lector, ni saber hacer algunas
frases sentenciosas y sonoras. ¿Qué hace falta para que una obra cualquiera sea de
arte? Precisamente no una receta. Leyendo Doctor Pasavento uno ve la receta que hay detrás
y lamenta el tiempo empleado en la lectura.
Doctor Pasavento no tiene mal comienzo. El protagonista (léase irónicamente, pues
no hay palabra menos apropiada para estos casos) nos cuenta: “Paseábamos por la
llamada alameda del fin del mundo, un melancólico sendero junto al castillo de Montaigne,
cuando me preguntaron: ¿De dónde viene tu pasión por desaparecer?” (p.
11). A continuación, poco a poco, la trama intuida se convierte en un alegato circular
construido en torno a una huida constante de los propios miedos y esquizofrenias, poco elaborados,
incomprensibles y majaderos.
Hay que reconocer el esfuerzo (visible) por hacer una obra posmoderna. El protagonista
es un escritor que comparte “la poética de la extinción, de la consternación
del escritor al ver que todo a su alrededor se deshumaniza o desaparece y que incluso la Historia
misma se desvanece” (p. 39). Estos fragmentos plagan la obra tratando de suplir la falta
de argumento, de personajes, de vida. En fin, se trata más bien de un discurso con personaje. ¿Quizá es
esto la novela posmoderna?
Un país, Siria, y una calle, la rue Vaneau, tratan de convertirse en los ejes de esta
novela, apareciendo y desapareciendo casualmente hasta la saciedad a lo largo de todo el discurso
y de los modos menos verosímiles.
El tema central es la desaparición del escritor, vista como retirada del mundo, del mercado,
del éxito, incluso de la escritura. Pasavento es un escritor famoso y español
que admira la discreción de los escritores que pasan inadvertidos y son como perlas
raras de la historia de la literatura, desconocidos, pero valiosos. Emmanuel Bove (en la portada
del libro), Robert Walser y otros. “De pronto, decidí que debía dejarme
de rodeos y desaparecer yo mismo. Desaparecer, ese era el gran reto. Se trataba de no olvidar
que yo siempre había pensado que hay que intentar ser infinitamente pequeño,
que seguramente es la perfección misma” (p. 41). Esta se convierte en su meta
principal, que interpreta como huida de los lugares donde pueden reconocerle, de su pasado
(se inventa otro) y de la escritura misma (cada vez escribe menos y sobre lo más intrascendente).
Se convierte en un escritor fugaz, se encierra con sus fantasmas, inventa otro yo, otra vida.
Interesantes ingredientes si la obra no se hubiera quedado sólo en una palabrería
vana y su personaje no fuera un impostor, sensación que tenemos todo el tiempo.
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