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Eduardo de Guzmán: Madrid rojo y negro

Oberón. Madrid, 2004. 215 págs.

Por Iván Gallardo

Reivindicación del anarquismo en la Guerra Civil

Eduardo de GuzmanSócrates entendió que la escritura no fue un invento tan bueno como parecía a primera vista. Fomentaba la pereza mental. Era la grasa, los michelines de la memoria. Quizá por eso una parte del pensamiento anarquista, de fecunda tradición ágrafa, se conserva en el olvido. Aunque para desmentir esto existieron escritores libertarios como Eduardo de Guzmán.

Que regrese ahora a la librerías Madrid rojo y negro es como encontrase con un muerto viviente, con un zombi. Esta obra se publicó en unos talleres de la CNT de Madrid en el verano del 38, y desde entonces había permanecido casi inaccesible para la mayoría de los lectores. Por aquella época su autor dirigía Castilla Libre, uno de los periódicos ácratas más importantes, y al finalizar la guerra fue condenado a muerte –por el mismo tribunal que juzgó a Miguel Hernández-, pena que se les conmutó a ambos. Después de más de un lustro entre rejas se ganó la vida hasta la desaparición de Franco publicando novelas del oeste bajo el seudónimo, entre otros, de Edward Goodman.

Quien conozca la obra de Eduardo de Guzmán sabrá de su honestidad intelectual y de la manera objetiva y ponderada con que reflejó la posguerra y la intríngulis del movimiento anarcosindicalista español. Por eso sorprende bastante este libro. Madrid rojo y negro es una extensa crónica de un testigo presencial y protagonista de los hechos que abarca desde el momento de la insurrección militar hasta los días posteriores a la muerte de Durruti en los combates de la Ciudad Universitaria. Narrado con un tono de inmediatez beligerante se trata de un texto de pura y dura propaganda, en su más estricto sentido. En sus páginas se aglutinan todos los tópicos del imaginario anarquista y sus más íntimas contradicciones, desde el rechazo de la democracia burguesa hasta el feroz antiintelectualismo, pasando por la legitimación de la violencia (“La ejecución de fascistas es revolución”). Pero no es este un libro de teoría libertaria, sino de acción. Con él Eduardo de Guzmán buscaba, primero, reivindicar la participación de los anarquistas en la guerra, tanto de los combatientes en el frente como de los sindicatos en la organización de la retaguardia y, segundo, elevar la moral de los militantes haciéndoles ver que su causa era justa. La información que ofrece sobre los acontecimientos se puede considerar como un documento histórico –y esto no quiere decir fiel a la realidad-, y resulta muy valiosa. Hechos como la toma del cuartel de la Montaña, los combates en la sierra de Gredos, el Alcázar de Toledo, la resistencia en Sigüenza, la llamada “defensa de Madrid”, la llegada a la capital de las Brigadas Internacionales y la extraordinaria labor del Comité de Defensa y de los Ateneos entre otros sucesos ocupan gran parte de los once capítulos del libro. 

 Además, en la obra queda patente el desprecio hacia las autoridades republicanas y las estrategias torticeras de éstas para debilitar a la FAI y a la CNT. También se advierte, por mucho que algunos lo maquillen, cómo desapareció la legalidad democrática en la zona republicana cuando se armó a los sindicatos y las tensiones, por decirlo con suavidad, entre comunistas y anarquistas, sobre todo cuando se obligó a las milicias confederales a integrarse en el llamado Ejército Popular, ya totalmente dominado por los comunistas, donde eso de hacer la revolución mientras hacía la guerra se castigaba con las delicias de las checas.

Desde la perspectiva actual, y después de lo que poco a poco se va sabiendo sobre la Guerra Civil española, Madrid rojo y negro se aprecia como una interpretación sesgada y restrictiva de la contienda, condicionada por la ideología y por proximidad de los hechos, pero justamente por eso resulta muy pertinente ya que refleja de forma clara cómo vieron esos acontecimientos algunos de sus protagonistas, precisamente aquellos que después serían ninguneados por una historiografía de corte marxista, tan ortodoxa como falsaria. Una cara más del poliedro de nuestra historia.

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Nº 8 - Febrero de 2006

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