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Santiago Roncagliolo: PudorEditorial Alfaguara. Madrid, 2005. Págs. 182Seis personajes en busca de guionistapor Xavier Ariza i Pujol ¿Porqué atracas bancos? le preguntaron. Porque es donde está el dinero, respondió. Así de sencillo. El mismo razonamiento tuvo el autor de Pudor cuando pensó que la mejor materia narrativa se atesoraba entre las cuatro paredes de un hogar, a la luz de las bombillas, bajo el reflejo de un televisor, al fuego de las sartenes o bajo las sábanas de un matrimonio. Resumiendo, que donde hubiera una familia la literatura acababa triunfando. Porque antes que él allí buscaron Zola y Balzac, Tolstoi y Henry James, Flaubert y García Márquez y los resultados no fueron tan malos, pensó por segunda vez nuestro autor. Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) es un autor con un currículum curioso. Ha escrito discursos para líderes políticos, ha trabajado como negro en una editorial y ha probado suerte en el teatro, donde figura como uno de los autores con cierta proyección en el panorama peruano contemporáneo. Fue elegido Nuevo Talento FNAC en 2003 ( Sic Transit Tarjeta Visa Mundi ) y con Pudor se quedó en las puertas de ganar el Premio Herralde de Novela. En el Purgatorio de la Gloria, vamos. Cuando nos enfrentamos a esta nouvelle, pues toda lectura es un combate, vemos armarse frente a nosotros a los miembros de una familia limeña que podría ser la nuestra, si ésta descubriera sus miserias. Una madre que se deja seducir por un amante invisible, una adolescente presa de sus propios fantasmas que acabará conociendo el deseo en el cuerpo de otra mujeres, un abuelo que se lanza a la revolución por un amor tragicómico, única forma del amor cuando éste existe (recordemos por un momento, el uso ridículo dado al frasco de veronal en Romeo y Julieta, que había de unir a los amantes y por su torpe uso los llevó ante Proserpina . Del veronal, Verona) y, para terminar, el hijo de los protagonistas, ese niño feliz, que como el niño de Bruce Willis en el Sexto Sentido a veces ve y, voilà! toca muertos. Y no olvidemos, ni por un momento, al padre, el único que atesora por pudor un secreto que puede costarle la vida. Y todos ellos rodeados por una troupe de magníficos secundarios que les dan la réplica, que les acompañan, que les susurran, que les mantienen en esa trinchera donde se esconden y de donde no pueden escapar, tal vez por miedo, tal vez porque la arquitectura que sostiene su mundo es demasiado frágil para ser expuesta ante una sociedad que sólo entiende a los héroes o se complace ante las víctimas. Los hombres frágiles, los que se muestran heridos, no son bien recibidos en la mesa de los elegidos que festejan victorias con fecha de caducidad. Así son ellos. Materia con la que están hechos nuestros peores sueños. Pudor es la escritura de un secreto, de múltiples secretos. De los que guardamos para defendernos y para que nos protejan de nosotros mismos. Es una crónica familiar y es la historia de la desaparición del lenguaje. Del lenguaje de la tribu, de ese lenguaje que nos cohesiona y nos permite reconocernos ante nuestros iguales. Pero es también una sitcom urbana y multirreferencial donde descubrimos a Carrie de Stephen King y al entrañable abuelo de Los Simpson o donde nos deslizamos secretamente por muchas de las series televisivas que nos han acompañado en los últimos años y que Roncagliolo conoce perfectamente. Pura hipertextualidad en formato fast food . Aunque la novela no nos pide ninguna altura moral para enfrentarnos a ella, ni nos seduce con alturas complejísimas de oscuridad hermenéutica, sí que desprende un perfume que nos recuerda a Jacques Lacan. A su último Seminario " Encore ", el que el psiquiatra dedicó al amor. " Amar es dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere ", dijo Lacan. Eso mismo les ocurre a los personajes de Roncagliolo. Están ocupados por fuerzas extrañas, por las fuerzas de la emotividad y el amor, un amor que no saben nominar y expresar y que como tal no pueden reconocer. Y en este punto es donde lo trágico se convierte en dramático, en humano. Se nos hace próximo. Deja las tinturas nitzcheanas para resultar convivencial, diario, familiar. Es donde lo que habíamos iniciado retorna a nosotros, porque, no lo olvidemos, hablábamos de familia, de hogar y de perpetuidad. Y en ese punto, la novela crece, da una visión poliédrica, hermosa. En el recorte, en el fuera de juego, en lo disímil esta lo que todo escritor debería buscar. El resto tal vez sea, lo otro, lo mismo, el siempre. Porque todos tenemos una familia. Y todos escondemos un secreto. Concluyendo: nos escondemos, nos azoramos, sentimos Pudor . |
Nº 2 - Junio / Julio de 2005
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