Monet y la abstracción
Museo Thyssen-Bornemisza y Fundación Caja Madrid
Del 23 de febrero al 30 de mayo de 2010
Raíces de Modernidad
Por Carmen González García-Pando
La permanente obsesión de Monet por captar la instantaneidad le llevó a desdibujar la representación pictórica hasta el extremo de crear una atmósfera casi abstracta. Esto lo captaron algunos pintores europeos y norteamericanos cuando, tras investigar la pintura de sus últimos años, comprendieron que aquellos paisajes y nenúfares que el pintor repetía incansablemente desde su casa de Giverny, eran algo más que una mera impresión. Monet estaba anticipándose a la abstracción mucho tiempo antes que este movimiento llegara a madurar.
En su deseo por captar todos los matices y las infinitas gamas de color, Monet no repara en repetir incansablemente los temas. Uno de ellos es la representación del río Támesis bajo la bruma donde se percibe por vez primera una atmósfera casi abstracta y misteriosa. Desde este momento y hasta el último capítulo de la exposición, donde se estudia la estela del autor en algunos pintores contemporáneos, vamos conociendo dos importantes máximas en la pintura de Monet. Por un lado, la descomposición de la pincelada, y por otro la maravillosa experiencia de obtener de la naturaleza una fuente inagotable de inspiración.
Se dice que era un hombre con mal genio, que tenía bruscos arranques de cólera, sobre todo cuando volvía al lugar que estaba pintando y lo encontraba cambiado por estar nublado o porque la lluvia del día anterior había cambiado la luminosidad. Tenía entonces que pintar varios cuadros a la vez del mismo entorno, a distintas horas y condicionesatmosféricas diferentes.Todo ello le llevaría a una reflexión profunda sobre la propia naturaleza de la pintura a través del estudio del color. Un color que se alza en el verdadero protagonista y presagia composiciones abstractas como las que encontramos en Hans Hofmann, Rothko o Adolf Gottlieb.
Así surgieron las famosas series de puentes, catedrales y ninfeas. Y como si de magia se tratara descomponía los colores, creaba sombras y descubría luces nuevas. Su serie más ambiciosa y en la que trabajó obsesivamente durante las últimas décadas de su vida, se centró los nenúfares que adornaban su casa de Giverny. La atracción que sintió Monet por aquella residencia, situada en un pueblecito cercano a París, se remonta al año 1883 cuando fortuitamente la descubre durante un paseo. Comprendió que ese sería "su" lugar y allí se instaló con Alice Hoschedé y los hijos de ambos. Atrás quedaban aquellos terribles años de penuria económica donde la pareja no tenía dinero para calefacción, luz o alimentos para el bebé. Años de desesperanza en los que se sintieron apoyados por su amigo Renoir que vivía próximo a ellos.
Finalizada aquella etapa y superados los problemas económicos, Monet decide comprar la casa y reformar el jardín. Para ello, y siguiendo una estética orientalista, mandó realizar un estanque en el que instaló ninfeas, lirios, puentes y pasarelas. Para ello no dudó en desviar el curso del río que atravesaba el terreno y le permitía ampliar el estanque de nenúfares.
A este paraíso natural Monet se retiró en busca de la armonía y la tranquilidad que le permitiera trabajar en silencio. Allí llevó a cabo su serie más ambiciosa y experimental: los Nenúfares. Incansablemente cambia de lienzo en busca de la instantaneidad, para conseguir transmitir ese momento preciso de luz y color. No obstante, y en contra de lo que se cree, pinta con lentitud. El mismo confiesa su satisfacción por esa forma de trabajar: … "las cosas fáciles logradas a la primera me hastían… Me empeño en una serie de efectos diferentes (los almiares), pero en esta época el sol declina tan rápidamente que me es imposible seguirlo…"
Monet logra en esas composiciones acuáticas una espontaneidad sin precedentes. Gracias a una innovadora técnica donde la pincelada se convierte en mancha y las formas se difuminan, el artista consigue un lenguaje nuevo, anticipo de una futura abstracción más expresiva y gestual.
En la última serie de las Ninfeas, iniciada hacia 1897, los colores ya no siguen la gama fuerte de los años anteriores, sino que, por el contrario, su paleta se dulcifica y los contrastes se sustituyen por tonos más delicados de rosas, azules y lavanda. Los motivos se agrandan y el formato del cuadro también.
Hacia 1923, y debido a problemas con la vista que le llevan a una operación, Monet tiene dificultades para percibir correctamente los colores. Los objetos que anteriormente eran representados por medio de un juego habilidoso de reflejos, desaparecen ahora para convertirse en una modelación de manchas de color.
Mientras en el París de principios de siglo están surgiendo las vanguardias, Monet silenciosamente, desde Giverny, ahondaba en el misterio de las cosas cambiantes de la naturaleza y, tal vez, sin proponérselo, estaba creando las bases del arte venidero que otros buscaban en el torbellino de las ciudades.
Si tenemos en cuenta el liderazgo que Monet tuvo entre el grupo de los impresionistas y el reconocimiento del momento, resulta paradójico que tras la muerte del pintor, en 1926, su pintura cayera en el olvido. Y es que los primeros pintores abstractos reconocieron el origen de la abstracción en los volúmenes de Cezanne, mientras que la pintura de Monet la consideraron blanda y un tanto amorfa.
Todo esto cambió cuando en los años cincuenta se produjo un cambio de sentimiento hacia su pintura, una especie de redescubrimiento que convirtió el jardín del pintor en un santuario donde acudían artistas de todas partes del mundo. "Fueron los informalistas europeos y los abstractos norteamericanos los que miran hacia la materialidad de su pintura o a sus pinceladas sueltas y desdibujadas" como afirma Guillermo Solana, el director artístico del museo Thyssen.
La exposición pretende - y a mi juicio consigue- que nos percatemos de la huella que dejó Monet en estos pintores abstractos y, lo que aún es más interesante, cómo su dilatada madurez le llevó a experimentar una pintura que se adentra en el camino del expresionismo.
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