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Sert, un muralista recuperadoReedición del libro que analiza la obra del gran pintor catalánPor Alberto López Echevarrieta Museo y monumento nacional El Museo Municipal de San Sebastián fue fundado a principios del siglo pasado por iniciativa de la Real Sociedad de los Amigos del País. El 3 de septiembre de 1932 se inauguraron sus instalaciones montadas en el antiguo convento dominico de San Telmo construido en la parte vieja de la ciudad a mediados del siglo XVI. Una parte del mismo ya había sido declarado Monumento Nacional en 1913, siendo propiedad del Estado. Cuando el ayuntamiento donostiarra lo convirtió en Museo Municipal, llevó a cabo una reforma del edificio, principalmente en la fachada neorrenacentista que da a la plaza de Zuloaga. Dos partes del complejo causan admiración en los visitantes: el bellísimo claustro y la iglesia. Para decorar el recinto de la iglesia se pensó en el pintor catalán José María Sert (Barcelona, 1874-1945) que gozaba de enorme reputación por los trabajos realizados para la Sociedad de Naciones de Ginebra, los comedores del Waldorf-Astoria y el salón de música del Conde de Polignac. Sert contó con un valedor de suma importancia, el pintor Ignacio Zuloaga, que sostuvo la necesidad de que fuese una sola mano la que interviniese en aquellas venerables paredes de San Telmo. Entre los artistas vascos hubo sus más y sus menos. Jorge Oteiza y Nicolás Lecuona preferían a Aurelio Arteta para llevar a cabo la obra, pero los colores sepias y los panes de oro que proponía el catalán, aparte de la espectacularidad de sus composiciones, hicieron que se llevara el importante encargo. La colosalidad de la obra Sert, en uno de los momentos más inspirados de su carrera, pintó nada menos que once pinturas de colosales dimensiones que representan acontecimientos clave en la historia de Guipuzcoa. Están realizadas a base de veladuras, es decir barniz con color sobre un fondo metálico. El trabajo se realizó en París, donde residía el pintor. Antes de plasmar las escenas en el lienzo, el artista dibujó la composición de las figuras representadas a menor escala y sobre papel, pasándola luego a un borrador al carbón al que se añadió la cuadrícula. Posteriormente, como paso previo a la realización de los lienzos definitivos, Sert hizo un segundo esbozo coloreado. Cinco de estos bocetos se pueden ver en la actualidad en una de las dependencias de la iglesia. Montserrat Fornells, doctora en Historia del Arte por la UPV, es de la opinión que la realización de estas pinturas tuvo que ser por fuerza muy laboriosa, ya que se utilizaron 17 paños –once lienzos- de enormes dimensiones que llegan a alcanzar los 784 metros cuadrados de superficie total. A destacar asimismo el magnífico acabado anatómico de sus obras, no siendo exageradas las comparaciones que se le han hecho al pintor catalán con Tintoretto y Miguel Ángel. Paseo por la historia de Guipúzcoa La obra más sobresaliente de todas las que se encuentran en la antigua iglesia del antiguo monasterio es la titulada "El altar de la raza", una glosa impresionante al valor de los marineros vascos. En el centro, sobre unas rocas, nace un árbol seco asaltado por las olas y los náufragos. Sobre él aparece un enorme lienzo donde se ve la figura de San Sebastián, el patrono de la ciudad a quien unos arqueros asaetean reviviendo el martirio desde las estructuras de madera de un astillero. Debajo, San Telmo, abogado de las gentes del mar y titular del viejo convento de la Orden de Santo Domingo, ayuda con su cayado a rescatar una de las cuatro lanchas que solicitan su socorro. Lo
forestal y maderero fueron algunas de las más señaladas
referencias de José María Sert. En "Pueblo
de libertad", el Árbol de Gernika es aprovechado para
que sobre sus ramas ascienda una figura con los brazos levantados. Al
pie del mismo se aprecia un gran libro abierto que simboliza el Fuero
de Bizkaia. "Pueblo de ferrones" centra su atención en los manipuladores del hierro que, con sus martillos y mazas, trabajaron el metal que dio fama a la industria naval guipuzcoana. Aquí les vemos forjando un ancla monumental que evoca los tiempos en que la ferrería Gilisasti enviaba este tipo de útiles a la armada inglesa. En un ángulo recto del templo, "Pueblo de pescadores" muestra la labor que se realiza desde una lancha al subir al muelle un recipiente de grasa de ballena. Mientras, en el muro contiguo, se arrastra un enorme cetáceo a tierra, posiblemente la famosa "balaena glacialis", para ser repartida luego entre los pescadores, la Orden de Santiago, los Reyes de Castilla y los prebostes de San Sebastián, y concejos de Getaria, Mutriku, Zarautz, Lekeitio o Bermeo. Al otro lado, ocupando la otra esquina de la iglesia, aparecen dos escenas complementarias, una de altos cargos y dignatarios de la iglesia, con sus enormes tiaras, y otra de supervivientes, caballos, caballeros bajo enormes banderas. En un proyecto mural de epopeya vasca no podían faltar las referencias religiosas ni los grandes acontecimentos históricos. En "Pueblo de santos" encontramos a Ignacio de Loyola escribiendo las Constituciones de la Compañía de Jesús por dictado y mandato del mismísimo Cristo, que, con una mano desclavada, le aconseja desde la cruz. La epopeya de Juan Sebastián Elcano dando la primera vuelta al mundo a bordo de su nao "Victoria" es el "leit motiv" del enorme lienzo "Pueblo de navegantes". En la primera parte, el descubridor guipuzcoano estudia el mar con una sonda que le proporciona datos sobre la ruta a la vez que la lancha del primer término aporta a su embarcación un cargamento de especias: la canela, el clavo y la pimienta. En "Pueblo de armadores" asistimos a la construcción en Pasajes de algunos de los navíos que integraron la Armada Invencible. Sobre el astillero se alinean hasta quince proas, mientras una manada de bueyes arrastra un cañón. En la parte superior se contempla la silueta de unos operarios, mientras el maestre, con su mano izquierda, da instrucciones a los hombres que levantan el enorme mascarón de proa del segundo término. El lienzo titulado "Pueblo de leyendas" se centra en la brujería como parte importante de las viejas creencias vascas: Un macho cabrío preside el akelarre que se celebra en la cueva navarra de Zugarramurdi rodeado de brujos y "sorgiñas". En el ángulo inferior derecho de la escena hay una figura portando una cruz parece deshacer la magia del acto. Como final de tanta apoteosis plástica, en el
panel "Pueblo de sabios", los componentes de la Real
Sociedad Vascongada de Amigos del País, reunidos bajo la presidencia
del Conde de Peñaflorida y ante un químico extranjero, contemplan
cómo desde un alambique se vierte sobre un cuenco un líquido
de los que dieron fama a los Caballeritos de Azkoitia, ya que no debemos
olvidar que fue en el Seminario de Bergara donde se descubrió el
wolframio.
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Nº
14 - Octubre de 2006 |
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