Zamacois, el reconocimiento a una obra
Museo de Bellas Artes de Bilbao. Del 17 de octubre de 2006 al 28 de enero de 2007
Confirmación de un gran valor universal
Por Alberto López Echevarrieta
Nacido en el Bilbao de 1941 en el seno de una familia
acomodada, Eduardo Zamacois demostró desde muy
joven su inclinación por la pintura. En realidad, en aquella casa
el arte, en sus diversas manifestaciones, era el invitado permanente.
Sus hermanos pequeños, Elisa y Ricardo,
llegaron a ser afamada cantante de zarzuela y actor teatral de reparto
especializado en hacer parodias de personajes célebres.
En
1855 los Zamacois se instalaron en Madrid. Eduardo se
inició en el estudio de José Balaca y más
tarde en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Con 19 años
viajó a París aconsejado por su profesor Madrazo
que veía en el joven algo más que una promesa. Un contacto
con el gran pintor Ernest Messonier definiría
totalmente la línea a seguir dentro de la corriente preciosista
tan de moda en aquella época. El trabajo que desarrolló
en el taller del pintor más importante del Segundo Imperio le marcó
totalmente.
“Zamacois marca un hito en la historiografía
del arte vasco, reconoce Javier Novo, comisario
de la exposición con Mikel Lertxundi. Es un
pintor desconocido hasta la fecha del que apenas se recogían obras.
Muchos de los datos biográficos que existen de él son erróneos
y para colmo existen numerosas lagunas en las pocas reseñas que
existen del artista. El desconocimiento es general”.
En estas condiciones, preparar una antológica
resulta difícil por necesidad. Novo, del Departamento
de Exposiciones, y Lertxundi, de la Comisión Artística
del Museo de Bellas Artes de Bilbao, han trabajado cerca de cuatro años
en ella. Hoy se puede decir con toda propiedad que conocen mejor a Eduardo
Zamacois que sus descendientes.
“Con nuestra investigación hemos descubierto
a un pintor internacional de gran éxito económico y artístico.
A partir de esta exposición pretendemos que su imagen salga del
ambiente local y se coloque con todo merecimiento
a nivel internacional”.
Zamacois asistía a las tertulias
del Café Toulouse en las que formaban intelectuales de la talla
de José Laguna, Eduardo León Escura, Jean Vibert
y el mismísimo novelista Alejandro Dumas hijo.
Una beca de la Diputación de Vizcaya le permitió al bilbaino
vivir con una cierta holgura y alternar por los salones oficiales de la
capital del Sena.
En 1868 se instaló en Roma en el estudio de Fortuny
y allí pintó “El refertorio de los Trinitarios”
desarrollando el estilo personal preciosista que le caracterizaría.
De regreso en París, Zamacois se introdujo en
el mercado del arte gracias al marchante Adolphe Goupil que
se codeaba con compradores de pedigrí, la princesa Mathilde
Bonaparte y el escritor Charles Dickens, entre
ellos.
El pintor bilbaino alcanzó un prestigio y un reconocimiento
notables, en buena parte porque se apartó de la pintura histórica
que rememoraba grandes acontecimientos a favor de pequeñas escenas
cotidianas de tiempos pasados. Pintó casi un centenar de cuadros,
preferentemente de pequeño formato. De ellos, 68 se presentan en
esta exposición. Aquí están “La confidencia”,
“La benditera de San Pedro”, “La visita inoportuna”,
“Últimos momentos de Cervantes”, “Regreso al
convento”, “Los favoritos del rey”, “Los bufones”
y, cómo no, su obra maestra, “La educación de
un príncipe”.
“Con
esta obra, señala Javier Novo, Zamacois
consiguió la Medalla de Oro en la Exposición de París
de 1870. Fue un éxito porque la pintura preciosista, valorada en
aquel momento, se refleja perfectamente en esta composición. A
su vez, dentro de la lectura del cuadro, hay una crítica mordaz
a la dinastía imperial francesa y más concretamente a casi
todas las cortes europeas de aquella época. Me refiero a la educación
de los príncipes de manera violenta, en un clima beligerante. La
obra dispone de dos grupos o composiciones: Uno más mundano formado
por los lacayos y la institutriz, ajenos al extravagante juego del niño;
el otro integrado por los cortesanos, con el gran chamberlán y
el resto de asistentes de la corte haciéndole pleitesía
mientras observan al pequeño con interés. Zamacois pone
a todo ese grupo en el lado izquierdo del cuadro, como a los soldaditos
que el niño está derribando haciendo rodar unas naranjas.
Muchos vieron en este detalle una doble intención del artista.
Es como una lectura inmediatamente anterior a la guerra franco-prusiana”.
Cabe señalar un dato curioso. Fue Miguel,
hijo del pintor, quien sirvió de modelo para el niño del
famoso cuadro. El trabajo de Zamacois fue reconocido
en numerosas ocasiones con medallas en exposiciones nacionales de Madrid
y de París, incluso a título póstumo con la legión
de Honor en 1874.
Víctima de una angina de pecho, Eduardo
Zamacois murió en Madrid en 1870 cuando aún no
había cumplido 30 años.
La exposición, magníficamente montada,
se completa con diez cuadros de Fortuny, entre los que
están “Torero” y “Fantasía
árabe”, y ocho de Meissonier con el
gran “Caballero esperando audiencia” en cabeza.
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