Léon Spilliaert
Sala de exposiciones de Caja Duero. Plaza de Zorrilla 1. Valladolid
Hasta el
26 de mayo 2006
Por Ángela Rubio
Caja
Duero, cada vez más presente en la vida cultural con una programación
y patrocinios más que interesantes, nos presenta a través
de su obra social una exposición simultanea o dicho de otro modo,
una exposición con dos sedes: una en el Palacio Garcigrande de
Salamanca y otra en la sala de exposiciones que Caja Duero tiene en la
céntrica Plaza de Zorrila de Valladolid.
Esta exposición pretende contribuir al descubrimiento y difusión
de la poco conocida obra de Léon Spilliaert en España y
así valorar la contribución del pintor flamenco al arte
contemporáneo. Muy influido, entre otros por su compatriota James
Ensor, podemos encuadrarle dentro del Simbolismo, corriente artística
que como sabemos surgió en torno a 1890 como reacción al
impresionismo y al creciente materialismo que trajo la Revolución
Industrial. Lejos de este materialismo y un tanto ajeno al mundo encontramos
a este artista, descrito como un tipo introvertido, sensible y soñador,
sumamente irascible y de temperamento intranquilo invadido por los sentimientos
de intranquilidad, intensa soledad y aislamiento.
En sus dibujos anteriores a 1898 ya quedan patentes sus focos de interés;
uno de ellos es la idea de la muerte, simbolizada por un crucifijo junto
al mar –una de sus grandes pasiones con la profesión de marinero
como primera vocación- mujeres llorando en un cementerio, árboles
y representación de personas con tendencia a la caricatura o esqueletos
en una fosa común. Todos estos rasgos y caracteres de su personalidad
junto a las pulsiones internas son evidentes en la observación
de dos autorretratos que podemos encontrar en el primer tercio de
la exposición, Autorretrato con lápiz rojo y Autorretrato
en el espejo ambos realizados en técnica mixta sobre papel
en 1908. El del espejo es casi el reflejo de un esqueleto más que
de un hombre; rostro enjuto, nariz afilada, orbitas oculares salientes,
boca abierta como expulsando el último hálito en un hombre
en pie y erguido nos hablan quizás de una muerte interna.
Es en este año, 1908, cuando tiene lugar su primera exposición;
esta tuvo como escenario el Kursaal de Oostende. En aquella, al igual
que en esta que hoy podemos visitar, encontraron sus contemporáneos
los elementos que desempeñan un papel importante en su estética:
el mar, bosque y el campo. La pasión que sintió por el mar
hace que sean numerosas las representaciones de dunas, diques, faros,
playas con paseantes solitarios. A través de ellas intenta dominar
sus propias pasiones interpretando las emociones que lo acosaban y estas,
no siempre eran agradables como podemos ver. Ráfaga de viento
de 1904, obra escogida como portada del catálogo, es la que
mejor ejemplifica todo esto al tiempo que sintetiza la figura y obra de
Léon Spilliaert. Una única figura, para acentuar la sensación
de soledad en una escena absolutamente carente de cualquier aditamento
decorativo, que intensifican el aislamiento y la fragilidad de esta joven
junto a una barandilla algo baja de la que puede caerse en cualquier momento
-de nuevo la idea de la muerte- con la boca abierta en lo que parece un
grito desesperado que, por cierto, nos recuerda mucho a El grito de
E. Munich y todo ello en una atmósfera lúgubre y amenazadora.
En cuanto a los bosques de Spilliaert, llamamos su atención sobre
árboles (troncos con nudos) de 1938 por la fuerza expresiva
de sus troncos en la que además vemos las tonalidades azuladas
empleadas por el artista especialmente en escenas nocturnas, como
es el caso, y que contribuyen de manera extraordinaria a la elaboración
de estas estampas turbadoras cargadas de misterio. Igualmente
expresivas resultan Árboles verdes y El cortafuego, ambas
realizadas durante la Segunda Guerra Mundial en la que, sin abandonar
esa atmósfera de misterio, emplea colores vivos.
También sintió una no menos importante atracción
por la arquitectura de Oostende que sin embargo no reflejó fielmente.
Las arquitecturas que aparecen en su obras tienen parte de realidad pero
son esencialmente inventadas ; de hecho, la obra de Spilliaert formó
parte de una exposición en 2004 del CCCB de Barcelona La ciudad
que nunca existió. Arquitecturas fantásticas en el arte
occidental.
Norbert Hostyn, comisario de la exposición, nos advierte de que
en su exposición, no podemos encontrar ideas y acciones sino más
bien emociones contradictorias y ambientes tenebrosos y de que tener sentido
del misterio y la fantasía además de cierta audacia intelectual
son esenciales para adentrarse con éxito en el espíritu
de Léon Spilliaert. Atrévanse a experimentar sentimientos
intensos.
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