Christo & Jeanne-Claude: The Gates
Galería Dolores de Sierra. Madrid. Del 25 de enero – 4 de marzo, 2006
www.doloresdesierra.com
por Mariano de Blas Ortega
Las Puertas del Parque
La Galería Dolores de Sierra expone fotografías de gran formato realizadas en exclusiva
por Wolfgang Volz, de la instalación que realizó el artista Christo en el Central
Park neoyorquino hace unos meses. La muestra se describe y se relata con las reacciones que en su
momento tuvo el evento.
The Gates (Las Puertas) se desplegaron el 12 de febrero del 2005 con la intención de permanecer
algo menos de un mes, hasta el 27. Christo y su mujer, Jeanne Claude habían estado trabajando
en la realización del proyecto desde hacía dos años. El proyecto quedó constituido
por 7.500 paneles con una altura constante de casi cinco metros (16 pies) y un ancho que variaba entre
más de un metro y medio, a cinco metros y medio. La longitud total de la instalación llegó a
incidir sobre casi 37 km (23 millas) de caminos en el Central Park de Nueva York.
Los paneles eran de tela color azafrán colgando libremente y hasta una altura por encima del suelo
de más de dos metros, lo que permitía pasar por debajo de ellas. Se situaron transversalmente
sobre los senderos del parque a una distancia de más de tres metros y medio (doce pies) una de
otra, excepto cuando las ramas bajas de los árboles no permitían esta distribución.
El efecto parecía ser como un río anaranjado y cobrizo apareciendo y desapareciendo por
entre las ramas de los frondosos árboles. Un gusano luminoso y ondulante que subrayaba el efecto
serpenteante de los senderos, al tiempo que el marco sobre el que colgaban las telas parecía evocar
los simétricos rectángulos del urbanismo de Manhattan. Hay que tener en cuenta además
que el Central Park está en el centro de Manhattan, es decir, el parque está rodeado por
los edificios que lo acotan en un rectángulo.
Hasta aquí la descripción de un proyecto precedido por el rechazo de otros intentos de
llevarlo a cabo. Ya en 1979 Christo y Claude presentaron el proyecto que fue rechazado en 1981 por el
Comisionado de los Parques. Cuando finalmente aprobado, Christo hubiera deseado que se instalara en otoño,
por su similitud cromática con la de las telas, pero debido a que sólo hasta enero no fue
definitivamente aprobado y a los cambios impuestos que suponían entre otros, la reducción
a la mitad de las vallas, sólo se pudo realizar en febrero, con las ramas de los árboles
sin hojas y a veces con el suelo nevado. Esto hizo que el resultado pareciera más tranquilo pero
con un áurea de tristeza y ascetismo.
El trabajo no ha estado exento de críticas. Para Henry Stern, antiguo Comisionado de los Parques
de la ciudad, el parque se convirtió en una lavandería. Contrario a la intervención,
señaló que “el parque es en sí mismo una obra de belleza natural y no necesita
7.500 trapos mandarina aleteando”. Aunque su sucesor en el cargo, Adrian Benepe, le contestó ironizando,
que si no le gustaba tenía que tener en cuenta que sólo iba a durar 17 días. Por
otro lado, acusaciones del potencial peligro de la instalación hacia los viandantes fueron tenidos
muy en cuenta por Christo y su equipo, habida cuenta que en 1991 su proyecto de los Paraguas en Japón
y California causó dos victimas mortales. Una americana, debido a una tormenta, y otra japonesa
por electrocutación.
The Gates, intervención efímera, se confrontó con el gran público
de una manera intrusiva, en cuanto que iba a su encuentro. Es decir, no se movía dentro de los
parámetros territoriales acotados y elusivos del museo. No había que hacer un ejercicio
de intenciones para poderla ver mediante el acceso al museo. Como otros trabajos, y en concreto los de
Christo, que siempre están en lugares fuera del museo, el público y los voceros más
conservadores, se preguntaban no ya ‘si eso era un mal arte’, sino ‘si era eso
incluso arte’. Para ello se recurría a las comparaciones con obras del pasado que sí parecían
portar los valores “eternos”, que se supone que las obras de arte poseen. Se emplearon términos
del calibre de “orgullo del David de Miguel Angel”, “la elegancia de Madame Recamier”, “el
paisaje en paz de Constable”, “la energía de Canaletto” o el “drama de
Delacroix”, para acudir al consabido argumento de la crisis de los Valores. Así Ayn Rand
escribió que se deben de definir y crear unos valores, “un hombre racional necesita la proyección
concreta de estos valores, una imagen en cuya similitud él debe readaptar el mundo y a sí mismo.
El Arte (sic) le proporciona esa imagen”. Para Dianne L. Durante, The Gates no aporta
ningún “mensaje”, porque no sabes “el tipo de persona te gustaría ser” al
contemplar la obra. Sugiere evitar la instalación y disfrutar las estatuas del parque como las
de Duke Ellington, Samuel Morse, o Maine Monument, dedicado al crucero cuya explosión accidental
justificó la guerra contra España y la apropiación de Cuba, Filipinas, Puerto Rico,
y demás, bajo la excusa de ‘liberarlas del yugo colonial español’. Hago mención
a este aspecto para llamar la atención de lo demagógico y reaccionario de estos discursos.
Se basan en argumentos aparentemente benévolos para esconder intenciones reaccionarias que no
se hacen explícitas. Estas críticas no son inocentes, albergan unos intereses ideológicos
muy concretos.
Afortunadamente, la reacción popular fue positiva. Se tomó como un acontecimiento novedosamente
feliz. Se entendió como una inmersión en el color, incluso en el sonido que las telas producían
al moverse. Se llegó a relacionarlas con las túnicas budistas o estéticas japonesas.
Esto es muy propio de una pujante cultura mestiza, un proyecto de búlgaros (Christo y su mujer),
en una ciudad de origen anglo holandés asociada a la cultura oriental. En una urbe tan convulsa
se ha entendido que el recorrido por The Gates no tenía un destino ni una recompense final, excepto
los confines de tu propia contemplación.
Para terminar, el título, The Gates tiene una connotación con el diseño inicial
del parque. Cuando hace más de 150 años Calvert Vaux y Frederick Law Olmsted diseñaron
el parque lo rodearon con una valla de piedra pero con unos pasos francos que los llamaron “puertas” (gates). Al
construirlas, las denominaron “interrupciones de la valla”, y les pusieron nombres:
La puerta de los Chicos, de Las Chicas, de Los Ingenieros, de Los Guerreros, etc.
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