Rafael Botí. Homenaje al pintor cordobés
Fundación Carlos de Amberes. Madrid.
Del 1 de diciembre de 2005 al 8 de enero de 2006
Por
Carmen González García-Pando
Tal vez una de las frases más acertadas sobre la pintura de Rafael Botí (Córdoba
1900-Madrid 1995) fue la que dijo José Caballero en el prólogo de la exposición
del autor, en el Círculo de Bellas Artes, cuando escribió que en sus lienzos "siempre
canta un pájaro". Y es que, no en vano, su formación de músico lo llevó a
componer una pintura de tenues vibraciones donde ritmo y musicalidad configuran unas formas armoniosas
y coloristas. Esta doble vocación, pictórica y musical, del artista andaluz es una de
las particularidades más notables de su obra pues, de forma serena y con exquisita sensibilidad,
consigue que de sus pinceles surja una melodía de colores y luces cuyo resultado final son esos
múltiples paisajes que, durante toda la vida, atraparon su atención.
Especialistas en la obra de Botí , como Javier Pérez Segura, destacan dos momentos
importantes en su trayectoria artística. Por un lado el periodo de formación en el
que, bajo el magisterio de Julio Romero de Torres, el pintor se inicia en una pintura que, poco
a poco, reclama la renovación y se prepara para abrazar las nuevas tendencias que sacuden
Europa. Es la década de los veinte y son cuadros como "Bodegón de los papeles" o "El
canal de Fuenterrabía" los que caracterizan estos años de brillante producción.
Un momento en el que la mano de Vázquez Díaz se deja notar en el joven Botí el
cual comienza a apasionarse por un color y unas formas geométricas cercanas al espíritu
renovador español de los años veinte. Ejemplo magnífico de este periodo inicial
es el delicioso cuadro titulado la "Estación de Atocha" de 1925, presente en la exposición
y portada del catálogo. Sin duda uno de los trabajos
más singulares ya que la temática -distinta al paisajismo habitual del autor- recrea
la conjunción del mundo rural con el urbano. Atocha, puerta de llegada a la gran ciudad,
representa la cultura moderna pero, a su vez, la colisión entre lo actual y tradicional;
entre la España rural y la que comenzaba el despegue urbanístico. Una fusión
que Botí simboliza en las imágenes del coche de caballos y el vehículo motorizado
que surge por el ángulo derecho inferior. La representación de la vida urbana en
constante movimiento y el tratamiento técnico que el autor emplea en este pequeño
lienzo, a modo de manchas y formas apenas abocetacas, es un bello exponente del talento creativo
del artista cordobés.
Coincidiendo con los años de la Guerra Civil y, a diferencia de lo que ocurrió en muchos
artistas de su generación, la pintura de Botí pierde el carácter renovador para
refugiarse en un mundo melancólico e intimista al margen de modas y tendencias novedosas. Ensimismado
en su mundo interior, el autor recrea una y otra vez más, paisajes y rincones por los que parece
no pasar el tiempo. Son visiones reducidas de una naturaleza tratada de manera singular donde la mirada
se focaliza en un punto y las formas se contornean con una gruesa línea negra. "Árboles
del Botánico", "Girasoles" o "Ventorro del arroyo Abroñigal" es un pequeño ejemplo
de este momento. Atrás quedaba el Botí participativo en los hitos modernizadores de los
años veinte o aquel que demandó al gobierno republicano medidas modernizadoras. Cambió su
rumbo y se decidió por un camino en solitario. Una especie de automarginación que fue,
tal vez, lo que hizo que su pintura sea aún desconocida entre las últimas generaciones.
Sirva por tanto, esta exposición para reconocer la complejidad humana y pictórica
de un creador que, a pesar de su aparente y contradictoria dualidad, nos ha legado un universo
de tonalidades musicales tan sensibles y silenciosas como su propia personalidad.
* El catálogo editado para la ocasión es una esplendida
publicación donde se recogen numerosos testimonios de especialistas y amigos del pintor.
Un libro imprescindible para conocer la obra del artista.
<<
|