"Sean Scully para García Lorca"
Sala Comunidad de Madrid. C/ Alcalá 31.
Hasta el 11 de diciembre
Por Mariano de Blas
Sean Scully representa la pervivencia de la pintura como discurso relevante acerca de la realidad.
La pintura permanece acantonada (y no necesariamente 'acartonada') en un lugar que se asocia instintivamente
ya al clasicismo, y como otras manifestaciones artísticas ajenas ya a la vanguardia técnica,
con capacidad de aportar algo a la expresión de la realidad presente.
Esta introducción en cierto modo solemne, corresponde a un artista no menos solemne. Aunque
nacido en Irlanda (Dublín, 1945) se forma en Inglaterra y se cristaliza su carrera en Nueva
York, incluso hasta nacionalizarse norteamericano en 1993. Scully cabalga en la cultura dominante
del momento con sus propios ingredientes de niño católico irlandés en barrio
obrero londinense. A la hora de contemplar sus obras se aprecia esa distancia estética con
la cultura Mediterránea que el mundo anglosajón muestra, ¿el no sensualismo
quizás?, y una cierta melancolía cálida que los irlandeses en su histórico
convivir con los anglos a menudo manifiestan. De hecho Scully abjura de cualquier influencia inglesa
al exclamar que sus influencias son "españolas, italianas y americanas, en absoluto inglesas".
Es evidente que su formación en Inglaterra, por fuerza le ha tenido que marcar, ya que viaja
por primera vez a USA en 1972, lo significativo es la 'actitud' que él tiene frente a esa
circunstancia.
Desde luego Scully es más complejo que el esquema simplista anterior, de hecho, él
siempre ha manifestado una cierta fascinación por el Mediterráneo y más en
concreto por España y Barcelona sobre todo. Todo esto se explica para poder tener una cierta
idea 'geográfica/biográfica' del personaje que está detrás de su obra.
En primer lugar hay que reseñar que esta es una exposición de peso, una de las más
importantes y amplias del artista de las acontecidas en España. Cincuenta y cinco obras
que han sido realizas en/o inspiradas en nuestro país, todas desde 1997. Se reparten en
veintiún óleos y treinta y cuatro obras sobre papel realizadas con pastel, acuarela,
carboncillo y grabados, éstos precisamente dedicados a Federico García Lorca.
La comisaria de la exposición, Victoria Combalia, lo define como un artista clásico
de las vanguardias. Sin embargo, Scully nunca ha pertenecido por razones de momento histórico
a las vanguardias, o mejor, al concepto de vanguardia, y mucho menos, a la pintura inscrita a una
vanguardia. Pero no es menos cierto que casi todo el mundo coincide en entender a Scully como un
clásico, pero hay en su obra una carga tan fuerte de contenido expresivo, que la hace parecer
relevante en este nuestro presente, como para tener sentido y razón esa vinculación
a la "vanguardia". Si 'vanguardias' se entiende como un movimiento que quiso traer fuerza al arte,
en cuanto que agarrara al concepto de la realidad por las solapas y sacudiera a una cultura que
manipulaba al arte como medio de enmascarar la visión de la realidad en una expresión
de la misma interesada. Como quiera, los medios técnicos de comunicación y la capacidad
persuasiva del negocio del consumo de la primera mitad del siglo XX eran muy rudimentarios comparados
con los de un siglo después. El arte entonces podía 'gritar', ahora, un trabajo 'silencioso'
como el de Scully puede resultar asimismo muy 'sonoro'.
Si el paciente lector se pregunta en este punto de qué estamos hablando de ver, se podría
decir que Scully coge nuestra visión encajonada del mundo, desde una cultura de macro-ciudad,
y la despliega en dos dimensiones. Su obra, que ha variado relativamente poco a lo largo de su
carrera, se sustente en "enladrillamientos", bandas de color rodeadas de una línea difusa
vibrante de diferentes tonos y capas. Es significativo que abandonara la figuración formal
en 1967 después de ver un catálogo de Mark Rothko de 1961. Es en Rothko en donde
se puede comprender la técnica de Scully de superponer, sin cubrir del todo, capas de color
para que vibre un plano de color. Desde luego que eso se hacía desde el barroco, pero Rothko
enfatiza las cualidades abstractas del color al separarlo de cualquier referencia narrativa-figurativa.
Por otro lado, cabe lo mismo al relacionarlo con Morandi. La sucesión casi simétrica
de formas, en el caso del boloñés, frascos y cacharros, con una paleta austera, se
entronca con la de la conjugación de sobrias bandas cromáticas del dublinés,
aunque esto ya un joven Velásquez lo pintara en sus cacharros y objetos.
Este reciente trabajo de Scully se ha denominado "muros de luz" porque ha abandonado la dimensionalidad
física de trabajos anteriores en los que superponía cuadros dentro de cuatros. Sin embargo,
permanece esa dimensionalidad temporal tan propia de su obra. Quizás una de las razones que explique
esa 'aurea' especial de su trabajo es su mostrar el 'tiempo' de realización. Raspaduras, rectificaciones,
partes a medio cubrir, ese pintar "sobre color ya viejo, de forma que el color reemplaza al color",
que escribió sobre él Arthur Danto, hacen que la obra de Scully parezca tener un aroma
agridulce de memoria a barrio obrero londinense, de ladrillos mordidos por la humedad y el desamparo.
Quizás todo esto explique en parte, porque su trabajo es atrayente y cálido aunque
deje un vago sabor de amarga derrota.
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