Se
sabía, pero no por ello dejó de ser algo totalmente disfrutable.
Decenas de extraterrestres, Papa Noeles, el Capitán América,
Supermán... Todos compartiendo escenario con el grupo, mientras
Wayne Coyne no dejaba de tirar confeti, serpentinas, cintas multicolor,
globos enormes, se calzaba unas manos gigantes, cantaba por un megáfono,
jugaba con un títere, prestaba su cara distorsionada a una cámara
instalada en su micrófono... Tanto es así, que a muchos
se les hicieron más digeribles las canciones de su último
disco, en el que van de Yes a Black Sabbath -de quienes hicieron una
versión de su "War Pigs" para despedirse-, aunque sin
pararse mucho en él. "Race For The Prize" abrió
su actuación en lo que fue el momento más emocionante
de los tres días y, desde ese momento, nadie pudo quitar los
ojos del escenario, de tal forma que el tiempo se pasó volando
sin saber muy bien cuántas canciones habían hecho. Eso
sí: sin toda la parafernalia en escena, seguro que los comentarios
no habrían sido tan positivos. Pero, al fin y al cabo, en el
directo también cuenta la parte visual, ¿no?
Pero no siempre son los grandes nombres en boca de todos los que sobresalen
en un evento de estas características. Shellac, quienes congregaron
el mayor número de devotos en el Auditorio, ofrecieron un recital
de rock irrespirable y apabullante, en total complicidad con el público
desde que empezaron pidiendo que se acercaran al escenario para compartirlo
con ellos. El trío de Steve Albini paró de vez en cuando
su actuación para dar aliento al personal y pedirles que les
hicieran preguntas. Es muy difícil verlos en directo por lo contadas
de sus actuaciones, pero, visto lo visto, el culto se debe tanto a eso
como a lo que se puede contemplar cuando se tiene la fortuna de asistir
a uno de sus recitales -en toda la extensión de la palabra-.
También impuso su clase Richard Hawley, haciendo lo que mejor
sabe hacer: canciones de estructura clásica y alma de crooner.
Sus discos son celestiales, y escuchar "The Ocean" -también
él reconoció que era su canción favorita de su
repertorio- junto al mar no tiene precio. Estuvo tan delicado como rabioso,
y no dejó de demostrar que su visión de la música
es algo de otro tiempo, calificando de "mierda" los sonidos
de baile que se escuchaban desde otro escenario, aunque, mientras siga
sin dar un paso en falso en lo suyo, todo se le perdona.
El más entrañable fue Jens Lekman, con su cohorte de seis
chicas uniformadas de blanco que, aunque no eran precisamente los mejores
músicos del mundo, daban una nota de inocencia a su ya cándido
repertorio. Para rematar el concierto, ya solo en el escenario con su
"pequeña guitarra", hizo subir a otro sueco presente
en el festival, José González, para cantar con él
un tema que habla de las formas en las que se presenta el amor. Avanzó
que su aportación, aunque pequeña, era muy importante.
Durante unos tres minutos entonó una canción acústica
para acabar preguntando a González: "¿Se comporta
el amor de forma curiosa?", a lo que éste únicamente
respondió: "Yeah". Puede que fuera el detalle más
simpático de los tres días.
Entre la gran cantidad de grupos americanos presentes en el festival
que tienen el rock de raíces como principal referencia, Drive
By Truckers ofrecieron una de las actuaciones más contundentes,
empujada por tres guitarristas y compositores que hacen que el grupo
abrace una paleta de sonidos más amplia de lo que es habitual
en un grupo que parte del rock pantanoso del Sur. The Deadly Snakes
no anduvieron muy lejos de esos planteamientos, y ahora, además,
se han convertido en un grupo diferente, lejano del garage
de sus comienzos, gracias a la aportación de una sección
de viento y un teclista que le otorgan una vertiente más clásica.
Lambchop,
habituales en nuestro Estado, se plantearon una actuación distinta,
alternando los temas acelerados -¡parecían The Wedding
Present!- con canciones más calmadas tomadas de sus primeros
discos y que hacía mucho no tocaban. Sólo por haberse
distanciado de lo que es habitual en ellos ya valió la pena.
El relevo en una forma de hacer canciones clásicas lo tomaron
en esta ocasión South San Gabriel y el super-grupo alternativo
Undertow Orchestra, donde la cada vez más emocionante voz de
Mark Eitzel y las canciones -y los comentarios siempre acertados y,
a veces, viperinos- de Vic Chesnutt hicieron que el Auditorio quedase
embrujado con su presencia. Mientras, las canciones de José González
se crecieron en directo, y las referencias a Nick Drake ya no parecían
tan descaminadas. A pesar de que demostró que sabía hablar
castellano, en la mayoría de los casos se le notaba tan metido
en su actuación que sólo conseguía presentar sus
canciones en inglés.
Entre las curiosidades más atípicas del Festival, ESG
aportaron el funk minimalista y reiterativo más excitante que
se pueda escuchar hoy en día. Curioso que dos señoras
mayores, las hermanas Scrogling, veteranas del Bronx, y sus tres hijas
hicieran bailar al público más que ningún otro
grupo. Por su parte, la francesa Melanie Valera, en su encarnación
como Tender Forever, justificó como su única presencia
era capaz de llenar uno de los escenarios con su lirismo intimista.
No en vano su primer álbum se lo ha grabado el sello K, de Calvin
Jonson.
Entre la representación estatal, Anari demostró que sus
intensas canciones no pierden un ápice de dramatismo en el escenario,
confirmándola como la, probablemente, mujer que mejor rock hace
por aquí. La resurrección de los Surfin’ Bichos
fue bien recibida, por más gente de la que nunca tuvieron en
su día, con un repertorio infalible y un éxito más
que apreciable. De todas formas, hubo algunos errores de coordinación
en el grupo (era su primer concierto en más de una década)
y la presencia más estática de Fernando Alfaro en el escenario
hizo añorar a algunos la tensión que Mercromina habían
puesto el año anterior en el mismo Festival.
Mientras, La Buena Vida no consiguieron en el Auditorio el sonido que
la mayoría de artistas lucieron en ese acogedor escenario, aunque
lo compensaron estrenando versiones de sólo voz y piano de algunas
de sus grandes canciones. A estas alturas, su cancionero tiene ya demasiados
momentos álgidos como para llenar más tiempo del que dispusieron.
Lo del trío Prin' la lá, tres hermanas de entre 8 y 16
años, apadrinadas por Fernando Flow, es una de las experiencias
más perturbadoras que se puedan ver sobre las tablas, algo así
como los niños de San Ildelfonso cantando desde el manicomio
de Alguien voló sobre el nido del cuco temas con ecos
de Mercury Rev.
En otras actuaciones hubo menos unanimidad. Mientras para algunos Sleater
Kinney ofrecían un concierto recio y eléctrico, otros
echaban de menos sus primeros tiempos y les sobraba su acercamiento
a Led Zeppelin. Lo mismo sucedió con Dinosaur Jr: su ensordecedora
y bruta actuación no dejó indiferente a nadie, aunque
se les puede tachar de predecibles. Yeah Yeah Yeahs se mostraron viscerales
en el escenario, aunque no es fácil sobreponerse a su vertiente
visual y moderna. Por su parte, tanto Stereolab como Violent Femmes
respondieron a lo que se esperaba de ellos, pero sin conseguir deslumbrar,
y Yo La Tengo mezclaron su tensión habitual con canciones más
pop pertenecientes a su próximo disco a publicar en septiembre
(que, para quien lo ha oído ya, no es de los mejores del grupo),
lo que les hizo perder la pegada a la que nos tienen acostumbrados.
Por extraño que parezca, un Lou Reed más joven de lo habitual,
sin gafas, enfundado en un chándal y camiseta pop, con dos bajistas
y otro músico mucho más joven que arropaba sus canciones
con extraños sonidos al teclado, cedía una parte del protagonismo
de su bis a su maestro de artes marciales. Aunque saludó en un
par de ocasiones al público, se presentó con un concierto
esquivo, arriesgado, sin concesiones a nadie y poco amigo del camino
fácil. En las primeras filas se escuchaban silbidos y había
deserciones hacia otros lugares, pero él no cedía lo más
mínimo y parecía encantado.
Lo
de Babyshambles ya no se sabe bien dónde encajarlo. En su caótico
concierto se manifestó la misma anarquía expresiva que
en su primer álbum y en la vida diaria de su líder -tal
y como documentan profusamente todos los medios-, con continuas paradas
y Pete Doherty persiguiendo al vuelo las melodías, como si se
tratase de un novato guiando un caballo desbocado. Con decir que compareció
ya se puede uno dar por satisfecho, aunque a punto estuvo de no presentarse
tras ser retenido en el aeropuerto después de que el comandante
del vuelo que lo traía a Barcelona informara a la policía
que, tras la larga visita de Doherty a los servicios, la tripulación
se había encontrado una jeringuilla con sangre. Si se trataba
de metadona o no quedará a la interpretación de cada uno,
aunque su mirada perdida no dejara mucho lugar a dudas.
Tal vez las mayores decepciones, además de la segunda cancelación
en dos años de Television Personalities -¿le darán
una tercera oportunidad?-, llegaron con Mick Harvey, de nulo carisma
y flojas canciones, y con Big Star, que acabaron con parte del mito
del power-pop en una actuación sin alma, en la que no lució
ni su versión de The Kinks..
Lo de I’m From Barcelona -que a la primera canción contagiaban
su optimismo, a la segunda aún se les seguía el chiste,
pero a la tercera ya se descubría que faltaba la chicha-, se
les disculpa más. Al fin y al cabo ellos, autores del himno oficioso
del Festival "We’re From Barcelona" y canción
indie del verano, son un grupo recién nacido, que tomaron su
nombre de una frase que repetía el camarero Manuel en la serie
Hotel Fawlty, con pocas actuaciones a sus espaldas y que han conseguido,
gracias a esa feliz coincidencia, venirse los 29 integrantes a pasar
un fin de semana de ensueño a Barcelona. Parecen un grupo numeroso
de estudiantes
de ERASMUS convertidos en los Viva la Gente alternativos. Al menos se
lo pasaron en grande, cantando hasta en la entrada del Festival si alguien
se lo pedía.
Además del excelente nivel artístico, lo que deja claro
esta edición del Primavera Sound es que nos encontramos ante
un festival maduro. Primero, porque la edad media de los asistentes
rondaba los 30 años, a diferencia de otros eventos similares.
Y, segundo, porque a pesar de no contar con nombres de primera fila
que atraigan a la gente -manteniendo la independencia y la coherencia
del cartel, su calidad y el riesgo, incluso en sus pequeñas provocaciones-,
de haber subido el precio y de haber disminuido el número de
actuaciones, el Festival ha congregado a 40.000 personas, las mismas
que el año pasado, lo que significa claramente que está
completamente asentado.