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El enigma de Robert ZimmermanBob Dylan: No Direction Home (DVD Sony)Por Xavier Valiño Si Martin Scorsese tuvo en algún momento la intención de llegar al fondo con su documental de tres horas y media No Direction Home, está claro que no lo consiguió, pero eso no hace que esta película comercializada en DVD sea menos que extraordinaria y necesaria. Centrada en los años históricos que le llevaron de tocar en bandas de rock’n’roll de Minnesota a finales de los 50 a su accidente de moto en 1966 -sea cierto tal percance o sólo una excusa que se inventó para desaparecer durante un tiempo-, No Direction Home incluye una buena cantidad de material de archivo. De entre lo recogido, destaca una larga y franca entrevista en cuatro jornadas con el propio Dylan (conducida por su colaborador de muchos años Jeff Rosen) y otras con muchos de los que lo conocieron entonces, como Allen Ginsberg, quien reconoce que lloró tras escuchar por primera vez “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” al descubrir que el testigo acababa de pasar a otra generación distinta a la suya. Lo más destacable es que, a pesar de que Martin Scorsese se encontró con todo el material rodado cuando saltó al proyecto, éste ha convertido la película en un film propio con muchos puntos en común con el resto de su trayectoria. Como Uno de los nuestros, Toro salvaje o El aviador, se trata de una historia sobre cómo los tiempos conforman a determinadas personas y cómo éstas se echan atrás en algún momento, al menos durante un tiempo. En más de una ocasión, Dylan sugiere que, aunque viene de una pequeña localidad llamada Hibbing, en Minnesota, aquel lugar no era su hogar, sino que se trataba de una localización en la que su cuerpo se había instalado temporalmente a la espera de alcanzar la mayoría de edad para volar. Consecuentemente con ello, Scorsese pone su énfasis en el potencial americano de reinventarse y la tristeza que puede sobrevenir cuando se logra. Rehaciéndose a sí mismo como un seguidor de Woody Guthrie, después como el producto más interesante de la escena folk de Nueva York y, más tarde, como un visionario rebelde del blues-rock y del estilo que llamarían americana -que aún estaba por inventarse-, Dylan contentaba y confundía a sus admiradores a partes iguales. En la parte central del film, uno de los entrevistados articula la mística central de Dylan de la forma más sencilla posible, pero con las palabras más apropiadas: “Mientras está en el escenario, de alguna forma nos transporta con sus canciones diciéndonos que sabe algo que nosotros no sabemos”. Es la forma más llana de describir la razón de la fascinación por Dylan, del mito entre el resto de los mortales, del hombre tan atrapado en la persona que se ha creado con sus textos crípticos y su apariencia que incluso un director como Martin Scorsese sólo puede arañar la superficie de un ser extraño que parece contener el secreto más grande del mundo en su música. Da igual que lo cuente todo, porque sigue pareciendo que hay algo que se nos escapa, que no sabemos; es decir, la misma sensación que dejaba el primer volumen de sus Crónicas editado el año pasado. El conflicto central de Don’t Look Back se traduce en conocer cómo se pasó en seis años de ser considerado un profeta a un paria, cómo llegó al punto de que sus fans pagasen por una entrada simplemente para abuchearlo. En la compleja narrativa por la que opta Scorsese, este aspecto se muestra hacia atrás al tiempo, mientras que los primeros años de Dylan se muestran en sentido cronológico, hacia delante. Una vez que las dicromáticas imágenes de Dylan se unen en el punto medio, conseguimos atisbar una imagen clara del enigma de Dylan: por qué sus fans se sintieron traicionados mientras a él no le importaba en absoluto lo que pudieran pensar, y cómo esa apatía sólo realimentaba la admiración hacia él. Para confirmarlo, Scorsese vuelve una y otra vez a lo que D.A. Pennebaker rodó durante la gira británica de 1966 (que conformaría la película Don’t Look Back de aquel año), aquella serie de conciertos en los que los fans le gritaban “Judas” y “Traidor” cuando aparecía con sus músicos en formación eléctrica, los mismos que luego se convertirían en The Band. Fuera del teatro de Newcastle, donde aquella polémica actuación se vio por primera vez, los seguidores británicos de Dylan expresan el sentimiento de traición que sienten porque, según ellos, Dylan ha abandonado la tópica canción protesta, sin saber que esperaban a un Dylan que ya había desaparecido. No Direction Home no desprecia totalmente ese sentimiento de pérdida. El título (Sin dirección o, también, Sin un hogar) no está ahí por accidente, ni tampoco lo están los lazos de unión entre la transformación de Dylan desde el activismo político, la muerte de Kennedy y el colapso del optimismo norteamericano que creía que una canción cantada con la suficiente fuerza y durante bastante tiempo podía cambiar el mundo. La admiración de Scorsese por la música de Dylan era evidente antes de rodar esta película, pero nunca llega a desprenderse de la idea de que el éxito de Dylan trajo sus consecuencias. Mientras interpreta canciones de dudas, desilusiones, desengaños y distintas clases de confusión a todo volumen, Dylan parece sobrecogido y fuera de sí en las imágenes de 1966, en especial una interpretación a medias con Johnny Cash de “I’m So Lonesome I Could Cry”, aunque en ningún momento se mencionan las drogas (ni, tampoco, curiosamente, a su primera mujer Sarah, la madre de sus cinco hijos). Parece que si todavía no había perdido su alma como otros personajes de otros films de Scorsese, al menos iba encaminado en esa dirección. Por supuesto, no era el único que se sentía así entonces; simplemente se dedicaba a construir su banda sonora. Si No Direction Home prueba algo, es que el Dylan ‘auténtico’ probablemente nunca aparecerá o, de hecho, puede que incluso no haya existido. |
Nº 10 - Abril de 2006 |
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