Entrevista a Richard Hawley: Aquí llega la ola
Por Xavier Valiño
A los seis años, Richard Hawley cogió una
guitarra que encontró en el sofá. Cuando su padre, un obrero de la fundición,
llegó a casa, el niño Richard se temió lo peor. Por suerte, se equivocó.
Su padre se sentó con él y le enseñó los primeros acordes. No era un
descubrimiento, porque su humilde familia tenía en la música su principal entretenimiento.
Su madre, cantante profesional, llegó a actuar como corista con The Everly Brothers en el
local principal de actuaciones de Sheffield. Su padre, obsesionado con Gene Vincent, tocó con
Eddie Cochran en una ocasión, y siempre contaba la anécdota del pionero del rock en
una ducha con un paraguas a las 3 de la mañana ‘para que el agua no entrase en el güisqui’.
A los nueve componía canciones que, evidentemente, hoy prefiere olvidar. A los 14 se fue de
gira por media Europa con una banda de amigos de su padre de más de 50 años que tocaban
clásicos del rock de gente como Elvis Presley, Gene Vincent, Chuck Berry o Vince Taylor.
Según Hawley, se decidieron por él porque no había otro guitarrista disponible
en la ciudad. Así fue como conoció de primera mano, y a una edad más temprana
que The Beatles, lo que es tocar en un bar de Alemania para unos cuantos borrachos a cambio de unas
cervezas y pasar bastante desapercibido.
A los 16 años compuso la primera canción de la que quedó completamente satisfecho,
aunque hoy dice no recordar su nombre. Pronto se encontró tocando para unos de esos combos
olvidados del pop independiente de los 80, Treebound Story.
Sin embargo, no fue hasta entrar a formar parte de Longpigs que Richard Hawley conoció de primera
mano lo que es ser parte de un grupo de rock, para bien y para mal. Algunos singles de éxito
y algún disco que pasó fugazmente por las listas llevaron al grupo a girar interminablemente
durante años. Hawley aún lamenta hoy todo el tiempo perdido para nada en giras por
todos los locales que, según él, existen en los Estados Unidos.
Saber que aquello no conducía a nada no le desespera tanto como llegar a haber perdido su fe
en la música. Era el año 1997 y la vida de drogas y alcohol en la carretera llevaron
a Hawley a su momento más bajo. Como reconoce, pasó de ser un músico que bebía
un poco a un borracho que tocaba algo.
Al acabar aquella gira y llegar a su hogar, cayó derrumbado entre lágrimas ante una
botella de salsa que se elabora en su ciudad, Henderson’s Relish. Lo de menos es qué contenía
aquel frasco, sino que se le representó claramente su fracaso, la pérdida de su creatividad
y el amor por la música, lo que antes -y ahora otra vez-, le ocupaba el 90% de su tiempo.
De su crisis lo rescataron Pulp. Requerido como guitarrista, volvió de nuevo a los escenarios,
aunque con una diferencia esencial: mientras antes estaba enrolado en un grupo en plena colisión
de egos y en borrachera de éxito, con Pulp se reencontraba con sus amigos de la infancia
de Sheffield. A partir de ese momento, Hawley fue requerido por varios artistas como guitarrista
de sesión: Beth Orton, Finley Quaye, Perry Farell, Natalie Imbruglia, All Saints, Robbie
Williams, Nellee Hooper…
A principios del nuevo siglo se encontró con un tiempo extra en un estudio de Sheffield que
nadie quería utilizar. Se metió en él y registró siete canciones para
que alguien las grabase después con su voz. Buscaba un vocalista de voz grave, pero un amigo
-que después se autoproclamó su manager- envió una copia de aquellas grabaciones
a la discográfica Setanta, entre otras. Cuando el sello se puso en contacto con él
para editar aquellas canciones, Hawley se dio cuenta, por fin, de que su propia voz era la que andaba
buscando.
Era julio del 2001 y aparecía entonces el mini-álbum Richard Hawley con aquellas
siete canciones. Tres meses más tarde veía la luz su primer álbum, Late
Night Final, al que siguió Lowedges en el 2002 y, en el verano de 2005, Cole’s
Corner, cimentado la trayectoria del crooner de mayor proyección que ha dado el
rock en los últimos tiempos.
Se podría decir que, hasta ahora, Richard Hawley era alguien a quien conocíamos sin
saber casi su nombre ni, mucho menos, quién era, y a quien podíamos seguir a
través de los discos de Longpigs, Beth Orton, Pulp, Relaxed Muscle y tantos otros. ¿Ves
ahora ese período como una etapa de formación para tu carrera en solitario?
- No, no realmente. Nunca me planteé tener
una carrera en solitario o ponerme a cantar seriamente ya que sentía vergüenza de mi
voz, que es bastante profunda. Hoy en día, todo el mundo canta muy alto y mi voz es bastante
baja. Además, no tengo un ego tan grande, y no quería ser cantante porque una gran
parte de los que he conocido son imbéciles. Fue el resultado de un accidente y estoy contento
de haberlo hecho.
¿Cuándo te diste cuenta de que podías cantar las canciones que escribías?
- Siempre he compuesto canciones y toco la guitarra desde los seis años. Durante todo este
tiempo he colaborado con mucha gente y era algo que me gustaba mucho, así que no me planteé nada
más. Pero llegó un momento en mi vida en que me di cuenta de que tenía que
hacerlo, después de haber esperado a ser más viejo. Cuando dejé de hacer giras
me pareció el momento adecuado, aunque también es cierto que cuando grabé el
primer álbum todavía estaba de gira con Pulp. Pero no hay una razón que explique
por qué me puse a cantar o por qué dejé de hacerlo. Jarvis Cocker y Steve Mackey,
de Pulp, y otra gente me animaron a hacerlo y parece que no me ha ido mal del todo.
¿Y cuál es ese accidente o casualidad que mencionas?
- Un amigo mío envió, sin yo saberlo,
una maqueta que había grabado en un estudio de Sheffield a algunas discográficas.
Aquella grabación surgió porque tenía el estudio alquilado por un tiempo y
no había nadie interesado en utilizarlo, así que me metí allí y grabé algunas
canciones pensando que otra persona las cantaría. Parece que todos aquellos sellos mostraron
interés por ficharme, pero nos decidimos por Setanta porque parecía tener las intenciones
más honorables. De aquellas sesiones salió el primer mini-álbum que, creo,
sólo se editó en el Reino Unido y en los Estados Unidos, aunque hoy se pueden encontrar
copias en ebay.
¿Qué tipo de homenaje querías darle a la esquina de los Almacenes Cole con
tu último disco?
- Hasta 1969, poco después de haber nacido
yo, allí había una gran tienda llamada Cole Brothers. El lugar siempre ha sido conocido
aquí como la esquina de Cole, al menos por la mitad de la gente de esta ciudad, gente como
mis padres o mis abuelos, que quedaban siempre allí para encontrarse. Ahora está empezando
a decaer esa costumbre, y es algo que me gustaría preservar con el disco. Durante más
de siglo y medio, miles de personas -amigos, parejas, amantes y familiares- han tenido en ese lugar
su punto de encuentro.
¿Era tu intención rendir tributo a las personas corrientes?
- Bueno, yo soy una de esas personas corrientes.
Sé que en Madrid, por ejemplo, está la Puerta del Sol, un lugar en el que los amantes
se citan. Probablemente hay sitios así por todo el mundo. Ahora parece que ya no se necesitan
más ese tipo de lugares, por culpa de los teléfonos móviles, y es una pena.
Antes, cuando te citabas con alguien para unos días después, se trataba de una cuestión
de confianza en la otra persona, en que se iba a presentar. Ahora basta con un mensaje en el móvil,
así que parece que antes se necesitaba un esfuerzo mayor.
“The Ocean” parece que toca muy profundamente a la gente. ¿Cómo surgió?
- Supongo que la canción tiene bastante
que ver con el lugar tan hermoso en el que me encontraba. Realmente la escribí para mi mujer
mientras estábamos de vacaciones en Cornwall. Estaba en una pequeña barca, un tanto
alejado de la costa, y la canción empezó a sonar en mi cabeza. Tuve que volver rápidamente
a la orilla para grabarla.
¿Cómo haces en esos casos?
- Siempre llevo conmigo un dictáfono y una guitarra porque a mí no me sale nada cuando
me siento a componer. Las canciones siempre aparecen en los momentos más inconvenientes,
como cuando estoy de compras o intentando encontrar un aparcamiento. “Last Orders” surgió en
un taxi y “Wading Through The Water” tuvimos que grabarla con los monos de faena, ya
que estábamos empapelando el estudio y en ese momento surgió. La acabamos en una toma
y, a continuación, volvimos al trabajo.
¿Por qué crees que Cole’s Corner está siendo mejor recibido
que Late Night Final o Lowedges?
- Puede que sea el mejor disco, no lo sé,
o el más completo, de alguna forma. La reacción en Europa y Estados Unidos ha sido
increíble. De todas formas, sois vosotros los periodistas los que deberíais decirlo.
También puede que se haya editado en el momento justo, cuando la gente necesita escuchar
algo con más calma, más romántico, y no con tanta ira. Recuerdo que Lowedges también
tuvo buenas críticas, pero parece que aquello se desvaneció.
En estos tiempos, ¿te apetece más hablar de las cosas pequeñas?
- Sí, me gustan más hablar de las
cosas de todos los días. Eso es lo que verdaderamente importa. De esa forma, las cosas pequeñas
se convierten en las cosas grandes. Tal y como está el mundo, con bastantes locos por ahí sueltos,
deberíamos pararnos a pensar algo más, y darnos cuenta que nos necesitamos los unos
a los otros, que debemos respetar el punto de vista del otro.
¿Por qué crees que es tan difícil encontrar hoy canciones hermosas como las
tuyas?
- Supongo que estoy muy influenciado por la música
de otras décadas que escuchaba de pequeño. Mi padre tenía una enorme colección
de discos y escuchaba de todo lo que se publicaba entonces. Hay algo en la mayoría de la
música de hoy, en la forma en la que se produce, que me da la impresión que le falta
algo. Todo suena en su lugar, todo suena perfecto, no hay ningún defecto técnico,
pero parece que le falta el corazón, la pureza. En los discos de entonces se puede ver que
había una ruta muy directa desde la voz del cantante a tus oídos. De todas formas,
quiero dejar claro que mi disco es un disco de ahora; no estoy interesado en hacer pastiches.
Supongo que te gusta gente como Elvis Presley, Lee Hazlewood, Burt Bacharach, Roy Orbison, Frank
Sinatra o Scott Walker. Con los tres últimos te dibujaron en la revista Mojo. Recuerdo
también que Scott Walker dijo: ‘Richard Hawley está ahí, entre los
grandes’…
- Sí, ambas cosas fueron algo increíble.
Scott Walker, además, me escribió una carta.
¿De verdad? ¿Y qué te contaba en ella?
- Bueno, prefiero que eso quede entre Scott y yo.
Te quería preguntar si sigues ciegamente a algún artista de hoy.
- Camera Obscura, el grupo escocés, me parece que pone su corazón en lo que hace.
Nick Cave es uno de mis artistas favoritos y su último disco es maravilloso. También
me gusta mucho Hope Sandoval, la que fuera cantante de Mazzy Star. No se me ocurren muchos más,
pero no porque no existan, sino porque no puedo escuchar la radio sin que me cabree. Tampoco veo
la televisión. Lo que me gusta es escuchar discos y tocar la guitarra. No es que quiera alejarme
de lo que se hace hoy en día, pero me resulta más difícil llegar a ello, y
más en este año en el que he estado muy ocupado.
Al mismo tiempo, pocas cosas hay tan distintas de tu música como lo que hiciste en Relaxed
Muscle. Veo que no te importa mostrar que escuchas otras cosas y experimentar.
- Bueno, escucho muchas clases de músicas
distintas, en especial mucha música electrónica, pero aquello no fue más que
un divertimento con Jarvis Cocker y Jason Buckle, de The Fat Truckers. Siempre está bien
probar otras cosas.
¿Alguna vez te has encontrado con músicos o productores que no hayan entendido lo
que querías?
- No, porque siempre he trabajado con un grupo
de músicos que me entienden, que son parte de los mejores músicos que hay y que son,
además amigos desde hace mucho tiempo: Andy Cook, John Trier, Shez Sheridan y Colin Elliott.
Tengo muy claro cómo quiero sonar, así que creo que no necesito un productor. No quiero
decir que no vaya a contar con uno en alguna ocasión, aunque lo dudo, porque no van a saber
tan bien como yo lo que busco. De todas formas, hubo una ocasión en que me propusieron grabar
con un productor que no voy a nombrar ahora, enviado por el sello Mute, y que pensaba que el sonido
de mi guitarra salía de un ordenador portátil. Fue una pesadilla. Me opuse totalmente:
sólo por encima de mi cadáver.
¿Has conseguido en tus discos el sonido que imaginabas en tu cabeza?
- Completamente.
¿Cómo fue trabajar con Nancy Sinatra?
- Fue estupendo. Nos lo pasamos muy bien. Fuimos a Nueva York, a Hoboken, donde nació su
padre, para grabar, y después hice la gira europea con ella, cantando con ella todas las
noches. Recuerdo una ocasión en que Jarvis y yo nos pusimos a hacer las armonías vocales
de “Come Go With Me” de Del Vikings y, al poco, la teníamos a ella cantándola
a nuestras espaldas.
Cuesta imaginar que la hija de Frank Sinatra fuese hasta Sheffield a buscar colaboradores. ¿Cómo
contactaste con ella?
- Jarvis Cocker tenía unas canciones para ella y pensó en producirlas conmigo. Ni
me lo pensé dos veces. Por otra parte, parece que ella había escuchado algunos de
mis discos y quiso contactar conmigo. Nos hicimos buenos amigos. Te puedo contar alguna anécdota,
como que por Navidad, en Nueva York, no tenía a nadie que me llevase al aeropuerto, ni por
dinero ni por caridad, y ella me acercó en su gran limusina negra. Un mes después,
de vuelta en casa, nos llegó un enorme paquete. Se trataba de grandes cajas de sombreros
llenas de caramelos para mis hijos, que, por fuera, ella y su hija habían decorado para que
puestas juntas pareciesen un gran muñeco de nieve. No sabía si darle las gracias o
enviarle la factura del dentista de los niños. Todavía lo ponemos al lado del árbol
cada Navidad. Se ha convertido en nuestro tesoro particular.
¿Sabes que, después de tus conciertos en España con Nancy Sinatra hubo coincidencia
en que tú estuviste mejor?
- Ya, es un poco triste. Creo que no tenía
el grupo apropiado para ella. Sonaban muy fuerte.
¿Qué importancia tiene para ti seguir viviendo y grabando en Sheffield? Por suerte,
nunca te has ido a vivir a Londres o Los Ángeles, como otros artistas.
- Sheffield me mantiene con los pies en la tierra
y siento una conexión muy profunda con la ciudad. Aquí incluso los conductores de
los autobuses se llaman ‘Cariño’ unos a otros. Nací aquí, concretamente
en Pitsmoor, ¡enfrente a un cementerio y al lado de una carnicería y de un taxidermista!
No tengo el más mínimo interés en irme a Londres; ya he visto lo que les ha
hecho la ciudad a algunos colegas. Y Los Ángeles es un agujero de mierda. Aquí es
donde ha vivido mi familia durante 250 años y puede que no sea el mejor sitio del mundo,
pero es mi hogar. Aunque Sheffield es una ciudad industrial, tenemos más zonas verdes y árboles
que cualquier otra ciudad del Reino Unido. Además, los alrededores de la ciudad son muy hermosos;
probablemente tengamos algunos de los paisajes más hermosos del mundo. Sales de la ciudad
y en cinco minutos estás en un lago.
¿Es Sheffield un lugar tan romántico como se desprende de tus canciones?
- Al menos lo es para mí, aunque probablemente
a la gente no se lo parezca. Es una ciudad como otra cualquiera, pero es mi lugar favorito.
Viviste intensamente las giras por todo el mundo con Longpigs, que repercutieron en tu salud y
estabilidad personal. ¿Te sientes mejor al haber vuelto a los pequeños escenarios?
- Bueno, al menos en mi país ya no toco
en salas tan pequeñas, sino que tengo unos 1.500 espectadores por concierto cada noche, aunque
es cierto que en los pequeños auditorios me encuentro más cómodo; parece que
puedes conectar mejor con la gente.
Das la imagen de un tipo serio pero, además del divertimento de Relaxed Muscle, tocas con
The Feral Cats, tu otro grupo, aunque no tenéis nada grabado. Curioso que estés
haciendo el mismo tipo de música que cuando hiciste tu primera gira con 14 años.
- Se trata de rockabilly tocado de una forma feroz
y muy rápida, con versiones de los grandes clásicos. No es más que un grupo
para pasárnoslo bien, sin pretensiones.
¿Y es cierto que, una vez, a ti y a Steve Mackey os expulsaron del colegio por cortar las
coletas de vuestras compañeras?
- Es cierto, sí. No es algo muy agradable,
pero así fue.
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