Gesualdo Bufalino
Qui pro quo.
Barcelona, Anagrama, 1992. 167 págs.
Tommaso y el fotógrafo ciego
Barcelona, Anagrama, 1998. 231 págs.
Por Iván Gallardo Bufalino
Qui pro quo
- Género. Una excursión dominical a los terrenos de la novela policiaca: es
todo lo que ha pretendido concederse Gesualdo Bufalino, regresando a las librerías
después de una pausa de feliz pero fracasado apartheid. El resultado es
una obra que conjuga gustosamente la pasión con la extravagancia, el espíritu
consecuente con las fantasías de lo imaginario. Páginas a utilizar como
juguete, por tanto, pero donde se advierte a veces un extravío. Como cuando se
ven en los espejos de un parque de atracciones multiplicarse y contradecirse las máscaras
de la razón.
- Argumento. De acuerdo con los cánones, salvando las arbitrariedades de la ironía,
el libro narra un misterio: la muerte de un editor, por delito o infortunio, en su casa de
vacaciones. Se sigue de ahí una investigación que pone en jaque a todos
los invitados y que la propia víctima, a través de póstumas revelaciones,
parece querer dirigir en primera persona. Hasta que su secretaria, una solterona de pocas
gracias y muchas virtudes, resuelve o cree resolver el caso.
- Intenciones. Curarse escribiendo pero, entre los placeres de la escritura, eligiendo el más
ingenuo: el mismo de quien rellena el esquema de un crucigrama o dibuja una cara en el revés
de un sello... Poner a prueba la compatibilidad de algunos excesos de estilo con la ingeniería
de trama... Entretener a los lectores, proponiéndoles burlas y trucos, personajes y
tipos rigurosamente increíbles... Disparar salvas (ha sido también consejo de
los médicos) sobre una silueta hecha a propia imagen y semejanza.
Tommaso y el fotógrafo ciego
- Composición. Entre una anestesia y otra, entre un by-pass y otro, por diversión.
- Argumento. Un periodista con ambiciones de escritor abandona por confusos motivos existenciales
el trabajo, la familia, los amigos, exiliándose en el semisótano de un gran
edificio metropolitano. Allí se convierte en espectador, actor y cronista de muchas
peripecias, hasta una resolución final que precipita los acontecimientos e insinúa
una hilazón metafísica y moral.
- Estructura. Una serpiente que se muerde la cola: cuando todo parece acabar, todo parece recomenzar.
Para utilizar palabras gruesas, el paratexto entra en el texto y lo refuta. Con el maleducado
propósito de desanimar la credulidad del lector.
- Personajes. Marionetas para un retrato de cámara, movidas por un hilo visible: mitad
sombras, mitad cosas firmes.
- Lugar. Una Roma exangüe, telón pintado del que se utilizan, por mera fascinación
fónica, las más comunes mitologías toponomásticas.
- Época. Más o menos contemporánea, con una franja de oscilación
de una decena de años. Digamos entre 1990 y 1999.
- Lengua. A manchas de leopardo, suntuosa y baja, como para adecuarse a la naturaleza del yo
relator, cliente habitual del aula y de la calle.
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