Los Tracios. Tesoros enigmáticos de Bulgaria
Fundación "la Caixa", Madrid
Del 16 de septiembre de 2005 al 8 de enero
de 2006
Por
Carmen González García-Pando
La primera pregunta que surge en el público que acude a esta convocatoria es la de quiénes
eran Los Tracios y qué motiva que estos pueblos tengan algún interés para
ser exhibidos. En primer lugar debemos "perdonar" esta ignorancia pues durante siglos la cultura
de Tracia ha sufrido uno de los mayores olvidos en la historia de las civilizaciones. Olvido que
también podemos justificar por dos motivos fundamentales, el haberse desarrollado en un
territorio situado entre dos grandes civilizaciones: la persa y la griega, que la eclipsaron rotundamente;
y, por tener una escritura que, aún hoy, no se ha podido descifrar. Afortunadamente esa
oscuridad empezó a diluirse cuando, a partir de mediados del siglo pasado, se descubrieron
algunos de los más bellos tesoros de todos los tiempos: el de Letnitsa, Borovo, Rogozen
o el espléndido de Panagyurishte.
Es conocida la labor que desde hace tiempo la Fundación "la Caixa" viene desarrollando
en la difusión de la historia y el arte de los pueblos de la Antigüedad, con exposiciones
tan notables como fue en su día la de "Los Iberos", "Asia: ruta de las estepas" o la
de "Nubia". En todas ellas, los organizadores pueden vanagloriarse de haber conseguido no sólo
que disfrutáramos con la contemplación de unas piezas exquisitas, sino de abrir
nuestras mentes a unas culturas que son la base de la nuestra. A este respecto, y en el caso
que nos ocupa de Tracia, es curioso anotar cómo el yacimiento arqueológico de
Varna, datado cuatro mil años antes de nuestra era, es reconocido por muchos expertos,
como cuna posible de nuestra civilización europea, además de haberse encontrado
allí el primer oro trabajado del mundo.
Trescientas piezas, desplegadas de manera didáctica y bellamente exhibidas, se presentan
en un recorrido que abarca seis ámbitos cronológicos que van desde el Neolítico
hasta su disolución en el mundo romano. Las crónicas -una mezcla de leyenda y
realidad- nos cuentan que el pueblo tracio era altivo, sanguinario y rudo pero también
sensible al arte y dotado de excelentes orfebres.
Homero les presenta en el Canto X de la Iliada como poderosos guerreros recubiertos de
plata y oro y cabalgando sobre corceles blancos y ligeros como la nieve. Herodoto, en cambio,
destacaba de ellos su grandiosidad, el ser el mayor pueblo que habitaba sobre la tierra, después
de los indios, pero incapaces de dominar al resto por la fragmentación de sus reinos
y por las numerosas luchas internas. Lo cierto es que, lo poco que conocemos, procede de fuentes
griegas y romanas lo cual, desgraciadamente, dan una idea muy superficial. No obstante las últimas
investigaciones nos presentan a los tracios como un pueblo de origen indoeuropeo -pero no griego-
que procedían de las grandes llanuras entre los Cárpatos y el Mar Negro: Bulgaria,
Rumanía, Hungría, buena parte de Ucrania y amplias zonas de Croacia, Bosnia,
Serbia. Desconocemos casi todo de su organización social, económica y política,
pero sí se sabe que explotaron las minas de plata y oro de su territorio lo cual les
convirtió en una rica nación. Los tesoros encontrados en Vratsa, Letnitsa o Rogozen
confirman esta afirmación pero demuestran, además, la sensibilidad y el talento
de estos magistrales orfebres que fueron capaces de trabajar con la misma delicadeza una joya
para una dama que un arnés para su caballo. Es tal la delicadeza y finura de las piezas
que su contemplación nos conmueve profundamente. Entre ellas destacan por su elegancia
los numerosos ritones - objetos en forma de cuerno en oro, plata o metal- decorados con delicadas
cabezas de toros, ciervos, esfinges o caballos. Descubrimos, también, el riquísimo
conjunto de objetos dedicados a la guerra: puñales, armas, corazas, dagas, máscaras
de guerra, cascos y yelmos ricamente labrados.
Tras la desaparición de Troya con la invasión de Alejandro Magno y, desde los establecimientos
griegos en la costa del Mar Negro, comenzó una progresiva helenización del territorio
tracio. Dominación que se hace patente en la vida cotidiana, en la cultura o en ese
arte expresado en forma de cerámicas, ajuares o esculturas, donde apreciamos la huella
del país hegemónico. Una hegemonía, por otro lado, que no pudo barrer
definitivamente a este pueblo cuyo peculiar e indómito carácter se resistió,
hasta el final, a perder su identidad. La revuelta de Espartaco, el liberto que se enfrentó a
la ciudad invasora: Roma, fue, tal vez, el último y más bello ejemplo de la nobleza
del pueblo tracio.
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