Leslie Jamison: «El anzuelo del diablo»
por Mercedes Martín
Anagrama, 2015. 360 págs
En el Louvre se expone un cuadro de Leon Bonnat donde se ve a Job, el personaje bíblico, sentado en el suelo, con las piernas a un lado, la tripa abultada, el pecho enflaquecido, los brazos abiertos y las palmas de las manos boca arriba, mirando al cielo, en actitud suplicante. La piel le hace pliegues de delgadez y de vejez. Si uno examina la cara con atención, puede verse tras la larga barba amarillenta la boca hundida, los pómulos prominentes, los ojos implorantes, tanto que bizquean. ¿Qué suplica Job llegado a ese punto de desposesión y desdicha? ¿Que acabe su tormento, que Dios le crea, que le sea devuelto lo que ha perdido, que se reconozca la injusticia que con él se comete…? Yo, desde luego, no lo sé a ciencia cierta. Lo que molestó en su día a la sociedad que admiró el cuadro de Bonnat fue que el dolor se exhibiera de ese modo, de un modo que se consideraba impúdico, obsceno.
La estadounidense Leslie Jamison escribe sobre el dolor y la empatía impúdicamente, y lo hace a través de doce ensayos en tono narrativo y autobiográfico. Cuenta por ejemplo que abortó. Examina desde toda la distancia de que es capaz, si de verdad lamentaba abortar aquella vida que llevaba dentro y si lo lamentaban los otros: su novio, sus padres, su médico. Si se sintió mejor después, o si se sintió peor, y si estos dilemas los genera el propio hecho de abortar o las expectativas que una tiene y las que tienen los demás.
Está claro que uno vive las cosas según una perspectiva. Por ejemplo, en ciertos lugares del mundo no existe el concepto de violación, porque es un hecho normal y corriente que unos individuos copulen con otros sin permiso. En otros, es un hecho terrible, criminal, doloroso y traumático. En algunas sociedades, los padres que pierden a los hijos, se recuperan del trauma rápidamente sin necesidad de un psicólogo, no porque sean insensibles, sino porque tienen otra filosofía de la vida, donde la muerte forma parte de la vida cotidiana y no se esconde. Está claro que las cosas se viven según unas creencias y el dolor no es solo algo físico ni si quiera es algo pasivo. Hay algo activo y creativo en el dolor, afirma Jamison, cada uno vive las experiencias propias y ajenas interpretándolas.
Jamison narra su experiencia con el dolor propio y el que le rodea, tratando de averiguar qué hay de opinión en el dolor, qué hay de juicio propio y ajeno, qué hay de prejuicio. Porque el dolor no es objetivo o no solo es algo objetivo y mensurable. Depende de la cultura, del carácter, de la educación… ¿Qué hay de ficción en el dolor que uno siente, el físico y el psicológico? No quiere decir ficción en un sentido negativo, sino en un sentido lingüístico, social. Ponerle nombre a lo que sentimos, imaginarlo, explicarlo, comprenderlo, implica una elaboración, un comparar esto con lo otro, con lo que nos han contado, con lo que aprendemos, con otras experiencias vividas, unidas a juicios de valor adquiridos socialmente… Por eso este libro es valioso, porque la autora escribe con valentía acerca de algo tabú, que es el sufrimiento. La exhibición del propio sufrimiento es considerada obscena, no está bien visto que uno vaya contando sus penas ni que enseñe sus llagas. Se considera más adecuado sufrir en silencio, no andarse quejando y no molestar a los otros con la desgracia de uno. El hecho mismo de no seguir este acuerdo tácito acerca del dolor, te hace indigno. Te hace más digno sufrir en silencio. Y todo esto es lo que une a Bonnat con Jamison, con Job, con todos nosotros.