Elena Ferrante: «La niña perdida»
por Mercedes Martín
Lumen. Barcelona, 2015. 544 páginas
En la Historia, la mujer representa un papel muy reducido y casi siempre aparece con pseudónimo, un nombre sin apellido: la madre, la esposa o la prostituta. Es una ironía entonces que Elena Ferrante, una escritora que pretende una escritura feminista, no sea nadie tampoco, un nombre común sin foto, sin biografía. Ella escribe a lo largo de cuatro novelas sobre la vida de dos mujeres, amigas pero, en cierto modo, antagónicas. Una es brillante, sin embargo es tradicional, está casada, es madre y esposa, vive enterrada en el anonimato normal para las mujeres, pero es popular y admirada en el barrio, es la fuerza centrípeta de la familia, de la tribu, de la sociedad matriarcal italiana. La otra, que pudo estudiar, no es tan brillante ni tan segura de sí misma, intenta escapar del anonimato, ser alguien a la manera moderna: no en el barrio, sino en el mundo, en la Historia, a pesar de las hijas y del marido, de la suegra y de la propia madre —una mujer tradicional que prefiere verla muerta antes que separada y que representa los valores aprendidos y de los que trata de huir.
Elena Greco (Lenù) es la protagonista y trasunto de la autora, Elena Ferrante, que a su vez es un seudónimo, pues no se sabe nada de la escritora real, tan solo que es mujer y que es de Nápoles. A su voz la acompañan una serie de personajes corales que representan el mundo tradicional contra el que tiene que luchar para hacerse a sí misma, para reconocerse en alguien que le guste, para tener un reflejo digno en el espejo. El libro pertenece a la saga Dos mujeres, que se compone de La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida. La autora, por correo electrónico, desvela que se ha inspirado en Mentira y sortilegio de Elsa Morante. ¿Novela feminista? Si lo es, está llena de contradicciones, pero las contradicciones en la novela son buenas, si no, se trataría de un ensayo. Pero es mucho más, cuenta la intrahistoria de Italia desde los años cuarenta hasta los ochenta. En la novela, vemos una manera de ser y de sentir. No es una manera inamovible, son tradiciones y costumbres de una cultura que pueden cambiarse, pero son tan difíciles de mover como imposibles de eludir.
Además, en esta cuarta entrega de la saga, la protagonista tiene que luchar contra el complejo de Medea que se abate sobre ella: la mujer que abandona a los hijos para estar con su amante. La sociedad castiga mucho más a la mujer en estos casos y Elena no es ajena a la sociedad en la que se ha formado como persona.
“Por más que escribiera y razonara a fondo sobre la autonomía femenina, no sabía prescindir de su cuerpo, de su voz, de su inteligencia. Fue terrible confesármelo, pero lo seguía queriendo, lo amaba más que a mis propias hijas.”
Pero lo atractivo de la saga no es la vieja historia de la mujer que corre tras el amante, ni siquiera Italia con todos sus personajes neorrealistas. Lo que me parece más interesante de Ferrante es la historia de las dos amigas —un poco galdosiana, recuerden Fortunata y Jacinta—, a lo largo de la saga serán el modelo la una de la otra, unas veces modelo a seguir, otras a evitar, y así, se amarán y se odiarán durante toda su vida.