Matisse, grabador en estado puro
por Alberto López Echevarrieta
Sala BBK de Bilbao, del 14 de setiembre al 30 de octubre de 2010
La muestra de cuarenta grabados de Henri Matisse de que se compone la exposición “Matisse. El arte de grabar”, sirve para descubrir una de las facetas menos conocidas de este singular pintor y escultor francés. Son trabajos realizados a punta seca, aguafuertes, grabados en madera, monotipos, litografías, linograbados y aguatintas que nos hablan de la pasión por el dibujo sentida por quien, junto a Picasso, jugó en el siglo pasado un papel primordial en el mundo del arte.
De pasatiempo a pasión
Matisse (1869-1954) iba para abogado, pero colgó los libros para dedicarse por entero a la pintura. La culpa la tuvo la larga convalecencia que le mantuvo en cama durante largo tiempo tras una operación quirúrgica practicada cuando contaba 21 años de edad. La realización de dibujos y pinturas le sirvió para matar los interminables ratos de ocio que pasó tendido. Posteriormente, fue el pintor Gustave Moreau, su maestro, quien le hizo ver que el color “debe ser pensado, soñado e imaginado”, por lo que su primer impulso impresionista fue vencido por los tonos vivos y puros que emanan de las obras del gran Cezanne.
La primera exposición que montó en 1896 en el Salón des Cent con otros compañeros fue punto de partida de una carrera fulgurante que tendría su confirmación cuando, ocho años más tarde, realizó su primera exposición individual en la Galería Ambroise Vollard. A principios del siglo XX, inquieto y renovador, Matisse encabezó la serie de grupos que pugnaban por abrir nuevos derroteros a la pintura moderna. Sus componentes fueron saludados por la crítica al presentarse públicamente en otoño de 1905 como “Cage aux fauves” (La jaula de las fieras). En realidad, era un conjunto de artistas incoherentes en el que, junto a su líder, figuraban Georges Roualt y Maurice de Vlaminck.
Matisse propagó, contra lo que consideraba superficiales encantos del impresionismo, una fuerte configuración interna, oponiendo a lo que denomina la “nature naturelle”, un estilo plano de colorido simple y contornos definidos. A partir de 1908 su carrera se disparó con exposiciones en Berlín, Nueva York y Moscú en el primer salón de la Toison D’Or. Al poco participó en la Secesión de Berlín y retornó a Nueva York, Chicago y Boston.
Equilibrio y pureza
Confesó a sus amigos que su sueño “es un arte lleno de equilibrio y pureza, sin contrastes intranquilizadores que exijan especial atención”. Se instaló definitivamente en Niza y expuso en París con Picasso, iniciándose así una aproximación entre ambos artistas. Era la época de las odaliscas de Matisse que precedieron a la realización de los decorados y el vestuario de las obras “El ruiseñor” y “Rojo y negro” para los Ballets Rusos y el Ballet de Diaghilev.
En la década de los años 20, el artista francés alcanzó su pleno apogeo. Fue nombrado Caballero de la Orden de la Legión de Honor y marchó a Tahití siguiendo la trayectoria marcada años atrás por Gauguin, uno de sus maestros impresionistas. No abandonó por ello sus compromisos con las galerías de Berlín, París, Basilea, Nueva York, etc.
Ilustrador del “Ulises”
Tras ilustrar obras literarias de Baudelaire, Mallarmé y Montherlant, en 1934 realizó los dibujos para uno de los libros fundamentales de la literatura moderna, el “Ulises” de James Joyce. Para entonces, todos coincidían al señalarlo, junto a Picasso, como el artista plástico más relevante del siglo XX.
Uno de sus trabajos más destacados lo llevó a cabo en 1951 en la capilla del Rosario de Vence, donde no sólo fue el autor de los mosaicos, los vitrales y las esculturas, sino que, además, se responsabilizó de todo el proyecto arquitectónico. Tras inaugurar en Lausana una exposición con sus litografías más destacadas, murió en noviembre de 1954 en la localidad francesa de Cimiez. Contaba 84 años de edad.
Trazo rápido y seguro
Teniendo en cuenta que Matisse fue un dibujante nato –con rápidos trazos hacía retratos y desnudos-, su producción sobre papel es muy abundante. Para él, el dibujo, más que un ejercicio de destreza con el lápiz, era “un medio para expresar sentimientos íntimos y describir estados de ánimo”. Le interesaba la figura humana, porque le permitía expresar el sentimiento religioso que para él tenía de la vida.
Se calcula que existen repartidos por todo el mundo unos ochocientos grabados realizados con técnicas diferentes, a los que hay que añadir las ilustraciones para libros. En la exposición bilbaína, encontramos muestras de los primeros apuntes llevados a cabo en su época juvenil, así como dibujos y “collages” de su última época, cuando ya su deficiente vista le impedía utilizar los pinceles. Son trabajos realizados sobre papel a pluma, aguafuertes, grabados de madera, linograbados, aguatintas, litografías y monotipos que, con una magnífica presentación, sirven para comprender mejor a un artista tan singular como Henri Matisse, el hombre que persiguió el equilibrio, la pureza y la tranquilidad del arte.