«Entre Pucheros», un acercamiento a la alfarería vallisoletana
por Alberto López Echevarrieta
Museo de Valladolid, del 15 de mayo al 13 de diciembre de 2015
En el Libro de las Fundaciones, Santa Teresa de Jesús dice “…entended, que si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior”. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid –no puede ser más oportuna la frase- y que se celebra el V Centenario del nacimiento de la santa, la ciudad pucelana ha montado en el Museo de Valladolid una exposición que, bajo el título de Entre pucheros, nos acerca a la artesanía de la cerámica que se facturaba en la capital castellana durante el siglo XVI.
Barrio de alcalleres
Los alfareros vallisoletanos, también llamados alcalleres, tuvieron notoria importancia en la vida social de la ciudad desde que se establecieron en ella a principios del siglo XV. Por lo general eran moriscos que se decían conversos al cristianismo para seguir trabajando en la península, aunque en muchos de los casos seguían practicando en secreto su doctrina primitiva. La propia palabra alcaller proviene del árabe alqallái que significa precisamente alfarero. Su centro operativo era el barrio de Santa María, a corta distancia de la Plaza Mayor, en la capital autonómica de Castilla y León.
Eran hábiles artesanos en la producción de loza que servían al comercio local en forma de escudillas, platos, jarros, salseras y platillos. La muestra que ahora presenta el Museo de Valladolid no es muy numerosa en piezas, pero posee un marcado interés por el hecho de que todas ellas han sido localizadas en excavaciones llevadas a cabo en el entorno urbano de la ciudad. Algunas no precisan un examen muy minucioso para apreciar en ellas una tendencia árabe patente en aristas, bordes e incluso en la utilización del color verde de cobre que lucen en la decoración. Son piezas de loza blanca, unas de “medio baño” y otras de “baño entero”, según el vidriado recubre las piezas en parte o en su totalidad.
Las escudillas no son de gran tamaño, ya que se usaban de forma individual para contener sopas. Junto a ellas vemos platos, jarros para servir o beber agua o vino, y salseras o pequeños cuencos en los que se servían salsas y condimentos. Los hogares más pobres y los conventos utilizaban las vajillas “de medio baño”, con vidriado de loza recubriendo únicamente la parte interior y el borde del recipiente, mientras que en las mesas de postín se utilizaban las “de baño entero”.
La exposición permite hacernos una idea de cómo operaban estos artesanos, desde el momento en que ponían a cocer estas pequeñas piezas de barro en el horno hasta hacer el vidriado de la loza a base de óxidos de plomo y estaño mezclados con sílice. Toda esta amalgama, una vez fundida, era molida o triturada con una maza hasta reducirla a polvo, un polvo que, diluido en agua, se aplicaba a los recipientes por inmersión. La decoración llegaba cuando las piezas ya estaban secas, bien aplicándolas verde de cobre, azul de cobalto o negro de manganeso. A partir de ese momento se las sometía a la cocción definitiva que permitía la aparición de los esmaltes con sus característicos colores.
Cuelga de una pared un gran plato italiano en el que se puede ver a un pintor de cerámica en pleno proceso de decoración de un plato. Esta artesanía está también representada en una vitrina en la que se ve a dos alfareros trabajando en sus potros de labor, si bien queda en el aire la duda de que en el siglo XVI utilizaban tornos de inercia y eje fijo o tornos de banco y eje móvil. También se aprecia la disposición del horno en el que se cocían las piezas: En la parte inferior se quemaba la madera utilizada como combustible y en la superior se sometían a cocción las vasijas y azulejos. Ambos sectores estaban separados por una parrilla.
Otra especialidad de estos alcalleres moriscos era la fabricación de azulejos para revestir paredes, suelos y techos. Los hubo en el desaparecido palacio de los Condes de Benavente, en Cigales; en la Real Cartuja de Aniago, en el Monasterio de San Benito y en la Colegiata de Santa María, de Valladolid. Luego se implantaron los azulejos esmaltados y pintados al estilo italiano en los que se representaban escenas renacentistas. Los alfareros vallisoletanos carecían de una cofradía que los agrupara, pero solían unir esfuerzos a la hora de alquilar un molino a orillas del Pisuerga para triturar el plomo y estaño dedicados al vidriado de la loza.