Obituario: Ignacio de Río
por Julia Sáez-Angulo
Un gran pintor inteligente y bohemio
Ignacio del Río fue un artista de la pintura, de la buena pintura, que ha fallecido el pasado 31 de julio en Burgos, su ciudad natal, después de una vida errante de éxito y bohemia por distintos países.
El artista Ignacio del Río (Burgos, 1936 -2015) era un pintor apasionado de la pintura y de la vida. Un hombre que en su juventud recorrió el mundo y, siguiendo la pauta del eterno retorno, regresó a su Burgos natal desde donde irradia su arte. Era un artista admirado y su cotización se traducía en vender de inmediato todo lo que pinta en su tierra natal, hasta que llegó la crisis y le afectó como a todos los artistas.Él sabía también que la vida y los amigos, la palabra y las tertulias de los lunes requieren su tiempo, presencia y energía, porque sabe transmitir alegría y buen humor. Necesitaba a los amigos y se sentía querido por ellos.
Ignacio del Río contó con desenvoltura su vida de juventud en el catálogo de la exposición “Primera Época” 1953 – 1965. De la Colección Particular”. Las ciudades se sucedían en su vida durante la década de los veinte a los treinta años: Burgos, París, Ciudad Trujillo, Madrid, Torremolinos, Atenas, San Francisco, Nueva York, Estambul… Su mente era un hervidero y su cuerpo una peonza; ambos filtraban a la vez un pintura bien hecha, nutrida de las vanguardias históricas de París. Una pintura que merecía admiración y respeto.
En La República Dominicana topó con Vela Zanetti, el pintor que contrató a numerosos artistas españoles y los puso a trabajar para la gran feria del dictador Trujillo, entre ellos a los republicanos Juan Alcalde y Ricardo Zamorano, o Manolo Ortega… Nadie hizo buenas migas con Vela Zanetti, quería rapidez fallera más que buena pintura; sentía celos de todos sus colegas, también de Ignacio del Río.
En Madrid fueron Santiago Amón, Javier Domingo y Luis Martín Santos, los que avalaron la buena pintura del artista burgalés, quien descubrió el doble juego de El Paso, al dejarse mimar y llevar a Venecia por el régimen franquista. Entre tanto, su familia numerosa iba creciendo a lo largo de los años.
Ignacio del Río nos reveló su paternidad en el arte: Van Gogh o Nicholas de Staël. También sus querencias en el lenguaje y estilo: “a los pocos meses de regresar de América colgué mi cuarta exposición huyendo como de la tiña del abstracto”.
Habló del laberinto de la pintura, que en cada obra hay que resolver un problema diferente, “dándome cuenta en cada cuadro que la maravillosa complejidad de la vida desbordaba siempre al arte, que cuanto más profundizaba en los secretos de la pintura más me alejaba de la vida, más me cogía a contrapelo y por la espalda”.
La pintura de Ignacio del Río ha pasado por distintas etapas y en todas ella ha emergido con la sabiduría de quien domina el color y la forma, de quien sabe componer, de quien domina la metáfora plástica y hace ciertos guiños al pop, a la sociedad, a los grandes maestros de la pintura, a la Historia del Arte.
Genio y figura, Ignacio del Río fue, es, un pintor respetado y para los que gozaron de su amistad, un torrente de vida. Los adjetivos que le adornaron son muchos y contradictorios: inteligente, narcisista, moderno, perverso, buen amigo, imperioso, hedonista, caprichoso, responsable ante su arte…