«El vendedor de tapices» de Fortuny, en Bilbao
por Alberto López Echevarrieta
Museo de Bellas Artes de Bilbao, del14 de abril al 13 de junio de 2015
“El vendedor de tapices”, un cuadro que Mariano Fortuny terminó en París y está considerado como iniciador de la mejor etapa del artista tarraconense, se expone en el Museo de Bellas Artes de Bilbao como pieza integral de “La obra invitada”. Se da la circunstancia de que es el único autor que repite experiencia en este programa que tanta aceptación tiene en la pinacoteca bilbaína. Esta acuarela, cedida por el Museu de Montserrat de Barcelona por dos meses, es en palabras de Josep de C. Laplana, máximo experto en la obra de Fortuny, “un cuadro sintomático y cumplidor en el conjunto artístico del pintor catalán”.
El africanismo de Fortuny
Mariano Fortuny i Carbó (Reus 1838 – Roma 1874) empezó a estudiar pintura a los 13 años en la Llotja barcelonesa de la mano de Claudio Lorenzale, un retratista perteneciente al movimiento romántico medievalista. El alumno asimiló a la perfección las nociones de policromía que le dio el maestro hasta el punto de hacer de ella una de las características más brillantes de su obra posterior. Cinco años más tarde, el muchacho ya presumía de un estilo propio que le llevó a ganar el premio de la Junta de Comercio barcelonesa con “Ramón Berenguer III plantando la bandera de Barcelona en la torre del castillo de Foix” que se puede ver en la Diputación Provincial de la capital catalana.
Las consecuencias de tal triunfo le llevaron a Roma donde fue puliendo un lenguaje artístico que alcanzaría su mejor época a partir de 1860, cuando la Diputación de Barcelona le encargó la realización de un reportaje gráfico en torno a la guerra colonial española en el norte de África. “Estuvo dos veces en Marruecos y de allí se trajo numerosos enseres que formarían parte de su particular museo de curiosidades, pero sobre todo la impresión de la luz. Todo ello queda reflejado en “El vendedor de tapices” que pasa a ser uno de los cuadros que inicia su más brillante etapa creativa”, asegura el P. Laplana, director del Museu de Montserrat, de Barcelona.
Era aquella la época de las grandes expediciones que marcaban el descubrimiento del continente negro. La sociedad estaba fascinada por las impresiones que llegaban de él a través de los ricos turistas. Creció el africanismo y con él el interés por tener cuadros que de alguna forma reflejaran el exotismo de aquellas tierras y sus gentes. “En la pintura de Fortuny lo principal no está en la temática, sino en el magistral uso que hace del color y la luz”.
Obras como “Corriendo la pólvora” y “Herrero marroquí” son vivos ejemplos de cuanto señala Laplana, pero donde la inspiración del artista roza caracteres antológicos es en su inacabado “La batalla de Tetuán”, que, a causa de sus colosales dimensiones, presenta periódicos problemas de ubicación. “Es impresionante, lleno de detalles y testimonio de una época, aunque tal vez un poco excesivo”, señala su analista.
Reconocimiento internacional
“El vendedor de tapices” (59 x 85) es una acuarela con toques de témpera sobre papel que pintó Mariano Fortuny i Carbó al poco de casarse con Cecilia, una hija del también pintor Federico Madrazo, director del Museo del Prado en dos ocasiones, y de conocer al célebre marchante parisino Adolphe Gourpil, un hombre que le introdujo en la alta sociedad francesa, tan pródiga entonces de obras de arte con marcado aire africano. Fortuny aceptó pintar cuadros de encargo hasta el punto de crear lo que se ha dado en llamar “fortunyismo”.
El cuadro que ahora se puede ver en Bilbao fue pintado en el estudio que le prestó su amigo Jean-Léon Gérôme y presentado públicamente en mayo de 1870 en la galería que Gourpil tenía en la parisina Place de l’Opera. “Los impresionistas de aquel momento acudieron a la cita dispuestos a silbarla, pero cuando se encontraron ante una obra tan natural y nada relamida, se quedaron con la boca abierta”. El catalán había triunfado plenamente. Y por si no fuera suficiente, en esa misma fecha hizo su obra máxima, “La vicaría”, siguiendo las pautas cromáticas de su siempre admirado Goya.
“El vendedor de tapices” lo adquirió Murrieta, un banquero vasco establecido en Londres, por 20.000 francos. Posteriormente, en 1956, pasó a integrar la colección del industrial catalán Josep Sala Ardiz en 350.000 pesetas. A la muerte de éste, el cuadro fue donado al Museu de Montserrat que lo guarda con tanto celo como el Caravaggio que posee, uno de los dos o tres que hay en España.