Teresa de Jesús «La prueba de mi verdad» (II)
por Mariano de Blas
Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional, Madrid. Del 12 marzo al 31 de mayo de 2015
La exposición retrata a la entrada, de la mano de Rubens, esa Teresa orante, introspectiva. Constituyen un buen ejemplo de la calidad y la profundidad de su metodología acerca de un camino hacia el interior para proyectarse, para comunicarse con ese mundo supra terrenal divino. Esto se aprecia en los capítulos del 11º a 23º del libro de La Vida, con un modelo de oración, de comunicación entre dos realidades, comparando cuatro niveles de oración, con cuatro formas de regar un huerto. Las flores que producirá son las virtudes:
1. Riego acarreando el agua con cubos desde un pozo. Corresponde con la oración mental, interior o meditativa, el pensamiento en el silencio, evitando las continuas distracciones.
2. Riego trasegándola con una noria. Oración de quietud: también llamada contemplativa. La memoria, la imaginación y razón experimentan un recogimiento la concentración y la serenidad.
3. Riego con canales desde una acequia. Oración de unión: el esfuerzo personal del orante es ya muy pequeño: memoria, imaginación y razón son absorbidas por un intenso sentimiento de amor y sosiego: «el gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado» (Vida 16,1).
4. Riego con la lluvia que viene del cielo. Éxtasis o arrobamiento: se pierde el contacto con el mundo por los sentimientos. «Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza» (Vida 18, 1), se pierde incluso la sensación de estar en el cuerpo y cualquier posible control sobre lo que nos acontece. Corresponden con las descripciones de levitación.
Extraordinaria presentación bajo el marco del jardín, esa construcción cultural del paraíso.
Conviene presentar, volver a traer la riqueza del pensamiento místico a un occidente que encuentra como novedades culturales, las opciones de la espiritualidad oriental, muy válidas, desde luego, pero de las que no son ajenas nuestra tradición occidental, que no desmerecen en altura y riqueza de planteamientos y desarrollo. La oración, el Rosario, es como un mantra, también eran “vegetarianos”. Bien es cierto que el misticismo español es individualista, pero al fin y al cabo somos nietos de Grecia, hijos de Roma y hermanos de Europa.
Es desde esta sucesiva profundización en la oración en la que ella llega a sus experiencias místicas, a sus éxtasis, que en sentido etimológico son “penetraciones”. Hay dos fiestas de las “Transverberaciones de Santa Teresa”: el 26 de agosto, “Novus Ordo” y el 27, “Vetus Ordo”. Transverberación es una transfixión, que procede del latín ‘ transfixĭo, -ōnis’ y signifioca (RAE) “Acción de herir pasando de parte a parte” y “Referido a los dolores de la Virgen”
Santa Teresa experimenta que, ”Cuando el éxtasis es profundo, las manos se hielan y a veces se ponen rígidas como palos; el cuerpo permanece de pie o de rodillas, según la postura que tuviera en el momento de producirse”.
El 29 de Junio de 1560 tuvo su primera visión, digamos que “intelectual”, que le resulta incomprensible y le deja perpleja: …”Con los ojos del cuerpo no vi nada; mas parecíame que Cristo estaba junto a mí y me hablaba…” “…Parecíame que andaba siempre a mi lado, y como no era visión imaginaria, no veía en qué forma; mas sentía muy claro que Él estaba siempre al lado derecho y era testigo de todo lo que yo hacía y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese muy divertida podía ignorar que estaba junto a mi…” …”Como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, dióme gran temor al principio y no hacía sino llorar, aunque en diciéndome una palabra sola de consuelo quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningún temor…” (Vida de Santa Teresa, cap. XXIX). En la muestra tenemos la versión de Alonso Cano, “Aparición de Cristo crucificado a santa Teresa de Jesús” de 1629, en la que la Santa contempla un crucifijo levitando cuando ella está escribiendo. Esto es, una versión de la mística como una intelectual.
Después habría de describir el éxtasis de otra manera, como una transfixión. En la muestra hay tres ejemplos, de Ricci, Fontebasso y Bazzasoni. Coincidiendo los tres en un ángel que porta la flecha que penetra a la Santa. También hay una referencia a la versión, más famosa, la de Bernini (todos artistas italianos –no españoles- fascinados por esta imagen). La composición escultórica de Bernini está en la Iglesia romana de Santa María de la Victoria. Curiosamente encargada para su tumba por el cardenal Cornaro. En esa iglesia está colocado enfrente, en el reclinatorio, un texto de la Santa, en el que se puede leer:
“…Veíale en las manos un dardo de oro largo y, al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este parecía meterse por el corazón algunas veces, y me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba todas consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite… No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su Bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento…” (tomado de Vida c. X).
La manera en que lo representa Bernini, incluso el texto, se ha interpretado de una manera, digamos, más carnal, más sensual. No ha de entenderse como irreverente sino más enriquecedora, tanto de la representación como de la complejidad de Santa Teresa. Al fin y al cabo ella también era ¡toda una mujer!
El estilo literario de Santa Teresa era una prosa con una gran potencia visual mediante el uso de las comparaciones. Es muy pedagógico y directo para que sus monjas puedan entenderla y aprehender sus experiencias. La idea de vincular su figura con obras de grandes artistas, como hace esta exposición es consecuente con la figura a la que se refiere.
Ya se ha dicho que comienza con un retrato de Rubens prestado por el Museo Roitman de Rotterdan. Aparece arrodillada acompañada de un libro y una calavera, que también aparece en el que le hace Ribera y que también se muestra ahora. Coinciden también en representarla como Sor María de San José la describe con cuarenta años: …”Era bella, de mediana estatura, más bien grande que pequeña, más bien gruesa que flaca, de cuerpo algo abultado y fornido, cabello negro, ojos redondos y vivos, nariz menuda, labio inferior grueso, garganta ancha, y cara redonda…”. Es muy relevante que en el XVII una mujer aparezca con un libro realzando así su faceta intelectual que entonces, y ahora desafortunadamente, era y es negada por algunos hombres.
Completa el conjunto obras de Durero, Zurbarán, El Bosco, Luca Giordano, El Greco (con una Magdalena), Zurbarán (1598-1664), y una maravillosa ilustración de la Santa frente a representaciones de la verdades vestidas, místicas, morales y alegóricas sobre las siete Moradas. Una imagen que parece contemporánea en su ideación y concepto.
Esta compleja exposición muestra un pasado y un presente, en todos los órdenes, el artístico y en el inacabado reconocimiento de la mujer. Santa Teresa después de su muerte siguió siendo un personaje controvertido. Beata en 1614 y Santa en 1622. En 1626 las Cortes de Castilla la nombraron co-patrona de los Reinos de España, pero los partidarios de Santiago Apóstol lograron revocarlo, en contra incluso del criterio del papa Urbano VIII.
La Iglesia fue reacia a reconocer su magisterio en la vida espiritual: ‘obstat sexus’ (el sexo lo impide) era el argumento principal. No sería hasta 1970, con Pablo VI, que Santa Teresa se convirtió, con Santa Catalina de Siena, en las primeras mujeres elevadas por la Iglesia Católica a la condición de Doctoras de la Iglesia. Pero la iglesia todavía no reconoce a la mujer el sacerdocio. Es una obra inacabada.
Se puede cerrar con una exaltación maravillosa del gran Federico García Lorca, quien denominó a la extraordinaria abulense: “flamenquísima y «enduendada».