Teresa de Jesús «La prueba de mi verdad» (I)
por Mariano de Blas
Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional, Madrid. Del 12 marzo al 31 de mayo de 2015
La Biblioteca Nacional en colaboración con Acción Cultural Española cobija esta exposición, constituyendo el primer acto dentro de la conmemoración del V centenario del nacimiento de Santa Teresa. Consta de esculturas, pinturas y grabados de gran calidad e interés, en muchos casos, acompañados de manuscritos y publicaciones de la Santa, de San Juan de la Cruz y de Fray Luis de León, además de diversos objetos, dos vídeos y “una celda”. Todo ello suma más de 110 piezas que son capaces de recrear y de introducir al mundo de la España del XVI, el que conoció Teresa de Ávila.
Es una ocasión única, no solo de contemplar reunidos fondos del Patrimonio Nacional, el Museo del Prado y del Thyssen, sino de 30 obras procedentes de 22 conventos y colecciones privadas (españolas e internacionales), por ejemplo, el Ecce Homo flamenco, regalo de Santa Teresa a Toledo. La exposición permite acceder al mundo exterior e interior de Teresa de Cepeda y Ahumada (Ávila, 1515-Alba de Tormes, 1582), después Santa Teresa de Jesús de Ávila. Se puede dividir en dos partes. Una trata de contextualizar y aproximar a lo que fue Santa Teresa. La otra, muestra obras de arte, valiosas en sí mismas, vinculadas por su relación con la Santa, principalmente iconográfica y narrativa, de algunos de sus episodios relevantes.
Teresa no sólo fue una santa encorsetada en el elenco santoral, sino un personaje complejo, una sufriente enferma, una buscadora de la verdad, una luchadora, una mística. Una gran escritora que innova y una mujer atrapada en un mundo todavía más machista que el presente, al que se enfrenta con energía y se adapta con inteligencia.
Luchó contra la enfermedad, contra las ideas al uso y contra personajes poderosos, como la maquiavélica princesa de Éboli que la llegó a denunciar al Santo Oficio en 1559.
Su peripecia personal transcurre entre una postura beligerante contra el conformismo, cambiando su mundo, especialmente el religioso, a su manera, y al mismo tiempo viajando hasta el interior de ella misma, indagando en su ser, bajo las premisas de la profunda creyente que era. Esa faceta, lo que de ella escribió e hizo, es lo que le hace tan atractiva a los ojos del presente.
Fue la primera en escribir un texto acerca de una indagación de sí misma. Se pueden contemplar ahora sus dos trabajos testimoniales y biográficos: «Camino de perfección» y el manuscrito del “Camino de la Vida”. Éste fue escrito por orden de su confesor y publicado póstumamente. En él no solo relata sus experiencias “espirituales” sino también sus vicisitudes terrenales y sus inquietudes “personales”, en este aspecto es una “innovadora de la expresión”, en palabras de la catedrática de Literatura Rosa Navarro, una de los comisarios de la exposición.
También figura en la exposición, el «Libro del caballero Zifar». Un libro de caballerías de los que era tan aficionada Teresa adolescente (con la oposición de su padre). Curiosamente en esta obra, una de sus personajes funda un convento cuando recibe una cantidad de dinero. Teresa desde niña era vehemente y fantasiosa. Ella cuenta en el capítulo I de su “Camino de la Vida”, que con casi siete años, se escapa de su casa con su hermano mayor Rodrigo, para sufrir martirio en “tierras de infieles” (de moros) y que allí “la descabezasen”. Su tío les devolvió a su casa (cabe imaginar lo que ahora supondría semejante escapada al ¿ejército del califato? –salvando las inconmensurables distancias entre uno y otro ejemplo). De esta obsesión deviene en hacer ermitas, construye una en la huerta de su casa y “Gustaba mucho cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas”, con rezos, pedir limosnas, reclusiones. Entra en la adolescencia con una decidida vocación religiosa y una afición a leer libros de caballerías. Bien es cierto que relata que una prima le introduce en el mundo de las vanidades del cuerpo y los chicos: “Hasta que traté con ella (la prima), que fue de edad de catorce años… no me parece había dejado a Dios por culpa mortal”. Esto hace a su figura creíble, más atractiva e interesante, es un personaje en toda su complejidad.
Su gran decisión la toma con 18 años. Su padre no la deja ser religiosa pero se escapa una noche al monasterio de Santa María de la Encarnación de Ávila, en donde se internó para procesar de carmelita..
Fue dentro de esa vida religiosa en donde se formó, sin enseñanza reglada y en donde escribió. También se puede contemplar en la muestra el «Las Moradas del Castillo interior» y el pequeño tintero de madera con que la escribió. En esta obra, el alma es como un castillo con siete aposentos de cristal diamantino, en cuyo centro se funde el alma con Dios y al que se accede mediante la oración. A él se suma «El libro de las Fundaciones», “Modo de visitar los conventos” y el manuscrito «Camino de perfección», de consejos para sus monjas.
No podría faltar en la exposición, su colaborador y compañero de fatigas, y además de gran poeta, San Juan de la Cruz con su “Códice de dichos de luz y amor”. En cierto modo con los dos se trastocan los roles tradicionales sexistas. Teresa fue la figura “masculina” (al uso), la organizadora racional, la que dirigía. Mientras que Juan representaba la emoción, la dulzura, el lado “femenino” (al uso, de nuevo) del binomio de genios. Por supuesto no ha entenderse que la primera fuera dura e insensible y el segundo blando y débil, eso sería una necedad.
Se presentan además, textos de Fray Luis de León, editor de algunas de las obras de la Santa, con una primera edición de 1588. Además del tintero mencionado, hay una arquilla para cartas, latón, cuero y papel, un hábito carmelita descalza, un relicario para la custodia del ejemplar de “Las Moradas” y cartas, como una de Felipe II. Se contextualiza mediante un mapa del XVI con las ciudades en donde fundó 17 conventos, el «Índice de libros prohibidos» y copias de cartas de Santa Teresa. Destaca una recreación de la celda, con su conmovedora única ventana en la que estuvo encerrada de 1576 a 1580, para fallecer dos años después.
Tras entrar al convento por primera vez, su estado de salud empeoró. Padeció desmayos, una cardiopatía no definida y otras molestias. Así pasó el primer año. Para curarla, su padre la sacó del convento durante un año, devuelta al convento “sufrió un paroxismo de cuatro días, quedando paralítica por más de dos años. Antes y después del paroxismo, sus padecimientos físicos fueron horribles”. Abandonó la oración (1541). Entonces, según su testimonio, se le apareció Jesucristo (1542) en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar con seglares. No obstante, la monja no cambió su estilo de vida por varios años, hasta que optó por el cambio después quedarse impresionada por una imagen de Jesús crucificado en 1555. He aquí un personaje no lineal, envuelta en un viaje personal con vericuetos sin fin.
Teresa se confortó con la lectura de las Confesiones, de San Agustín, otra obra de indagación personal, en parte, la primera autobiografía occidental. Ella es una persona que indaga en las interioridades de su ser, que justifica bajo las premisas totales de un deísmo que da un sentido total a su realidad. Esta ideología sustentada en la fe religiosa cristiana, presenta dos vertientes, la volcada al mundo: “Mirad que entre los pucheros y las ollas anda Dios” y la de sus éxtasis, o acaso alucinaciones y otras experiencias corporales. Los éxtasis se dividen en los que experimenta una presencia de Jesús a su lado y los que le provocan experiencias físicas. Éstas van desde la levitación, agarrotamiento de miembros o sentir que una flecha de fuego la penetra. Sus éxtasis han sido representados en el arte con diferentes aproximaciones, los ejemplos de la muestra lo muestran como una experiencia muy espiritual, el de Bernini ha tenido otras interpretaciones.
Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez primera experimentó un éxtasis. Pierre Boudot señala que “sus superiores le prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir”. Teresa deviene en una actitud cada vez más rigurosa con el cuerpo para fomentar su espiritualidad. Al fundar (con Juan de la Cruz) la Orden de los Carmelitas Descalzos de San José, decide que sus miembros duerman sobre un jergón de paja; llevar sandalias bastas, practicar ocho de cada diez meses ayuno y nunca comer carne. Teresa no se distinguía en nada de las demás monjas, huyendo de cualquier privilegio.
Esta actitud en la renovación de la práctica de la devoción en una orden religiosa se inscribe de los sucesivos ciclos, fundación-austeridad, riqueza-relajación, refundación-austeridad, que las ordenes religiones y otras organizaciones colectivas humanas, por ejemplo las ideológicas (políticas), además de las religiosas, se manifiestan en la historia.
Entonces se produce una lucha entre carmelitas calzados y descalzos, con sus consiguientes ataques a los reformadores, en conjunción con otros aliados poderosos, como fueron el provincial de los jesuitas o el nuncio del Papa, Teresa contraatacó acudiendo al rey Felipe II, y nunca fue encarcelada ni procesada.