Fernando Ariza: «Ciudad dormida»
por Redacción
Ediciones del Serbal. Barcelona, 2014. Por Ana Isabel Ballesteros Dorado
Rodrigo Vivar enfrentado al oportunista Niebla con Unamuno al fondo, Ana Ozores casada con un Fermín de Pas, marqués de Catedral; un Atreo sin deudas con Artemisa, un Tenorio de apellido y de nombre Lang, un Máximo Estrella conocido como el Maestro y también de otro modo, un Lázaro que acaba remitiendo al de Tormes y al que se le hace el chiste, en una peripecia, de que no se le da mal conducir ciegos. Pero ninguno son sus nombres.
Con la consigna “Todo está en los libros” el autor desafía a las teorías de Bloom sobre la ansiedad de la influencia para adentrar al lector en un collage de subgéneros narrativos y cinematográficos según la tradición inaugurada por Eduardo Mendoza en su La verdad sobre el caso Savolta. No faltan el Quijote, una biblioteca a lo Borges, reminiscencias de Rulfo, Calderón y su Rosaura de La vida es sueño, los seis personajes en busca de autor y un cierre según el canon que inauguró Zola, recuperó García Márquez y aprovechó Umberto Eco.
En medio del relato de una fiesta que acabará con muerte al estilo de El padrino, en la cual el lector de Poe cree reconocer la sombra de la calle Morgue y el aficionado al cine echa en falta a la policía, se interpolará la ciberhistoria apta para menores en cómic televisivo con varias de las claves del cine juvenil, el azar y el juego, sin olvidar los cuentos tradicionales o las menciones indirectas a grandes obras literarias. Pero también el mundo de la esgrima, la obsesión cosmética, el dinero como motor y como valor supremo de unos y como reclamo de otros… tópicos de nuestro mundo occidental.
La narración comienza con una copa vacía, serpientes y escaleras con las que sueña Dona, símbolos de fácil referente psicoanalítico, recreado por el surrealismo y analizado por teorías literarias como la de la poética de lo imaginario. Pero la irrealidad del sueño se enmarca en una secuencia fílmica de neblina de carretera, muy repetida en largometrajes desde antes de Hitchcock hasta hoy.
El narrador va presentando a sus seres “primigenios” por capítulos, adoptando sus perspectivas y guiándoles hasta el mutuo encuentro. Personajes con trayectorias de género rosa a veces, otras cotidianas y con más de una clave: “Ella vivía aquello con la energía de un cuerpo de veinte años, y él lo sobrevivía con la experiencia de los mismos veinte años que llevaba castigando su cuerpo de manera similar. (…) A pesar de que saltaron todas las alarmas, cedió al sereno placer. Pronto hablaron de sus vidas, caminaron por ellas y llegaron a confundirlas. Segundo error que debió prever, pero cedió de nuevo y así llegaron las confidencias reales, más cotidianas que las dichas de madrugada pero mucho más vinculantes también” (p. 46).
Personajes prototípicos de diversos ámbitos, como el empresario avaricioso, el del mediocre casado con una mujer adinerada que no se siente bastante respetado, el del científico ambicioso y manipulador, el de la mujer hermosa de condición humilde casada con un poderoso, el de la mujer que anhela vivir la maternidad o el del perdedor, tan explotado ya: aquel detective famoso años atrás por haber desvelado un caso de mucha notoriedad, que de nuevo entra en otro caso y, de acuerdo con los tópicos del género, huye de las posibles sospechas que pudieran recaer en él, pero también comete errores extraños de aprendiz cuyas consecuencias, sin embargo, no trascienden ni se notan en el devenir de la acción.
Late en varios de los personajes un sentido íntimo de la justicia, del deber moral entre humanos de otra índole a la transmitida entre la serie de valores del cine comercial norteamericano: “Se sorprendió sintiendo lástima hacia Vivar. Tal vez fue eso lo que le ayudó a decidirse, pues por ninguna otra circunstancia habría accedido a ayudarlo. Una vez más se rendía ante la miseria ajena” (p. 77). “En el taxi masticó el amargo sabor que había dejado su comentario sobre la marquesa. No podía evitar ese tono fanfarrón con el que describía sus experiencias amorosas. Ana no se merecía aquella risa estomagante de Sancho, pero había sido él quien se la había puesto en bandeja” (p. 45). “Pensó con sorna en la ventaja que estaba perdiendo aquel hombre con cada segundo que retrasaba su ataque. Tampoco él pensaba atacar, pues lo único que se le ocurría era ir directamente con el hierro al corazón y tampoco le parecía el mejor modo de solucionar aquello” (p. 194).
De acuerdo con la técnica de mezcla que preside el relato, también el estilo camaleónico se contagia de las traducciones de novela negra, de clichés de medios informativos “desconocía el estado de las carreteras a esa hora de la tarde”, “la fiesta contaba con fuertes medidas de seguridad” (p. 141), pero también del ritmo y la sintaxis de Valle-Inclán “Anchos balcones iluminaban las habitaciones” (p. 100), o de la novela rosa “Los últimos rayos del sol habían creado una atmósfera violácea que contrastaba con la oscura silueta de una mujer que, apoyada en la balaustrada, miraba al mar como si no hubiera nadie más a su alrededor” (p.82).
Novela planteada conforme a criterios de hibridismo de géneros, de personajes, de temas. Un cóctel diferente.