Karl Ove Knausgård: «Un hombre enamorado»
por Mercedes Martín
Anagrama, 2014
Cuando Karl Ove decidió escribir sobre su propia vida lo hizo como estrategia artística. No era posible ya hablar de lo que no había sucedido, ya no podía decir nada sobre otro que no fuera él mismo, ni hablar de lo que no conocía. Tenía que ser el protagonista de su historia, junto con su familia y amigos. Este era el plan cuando escribió La muerte del padre, el primer volumen de la serie que terminaría seis libros más tarde y titularía Mi lucha.
Una vez se publicó el primer libro, se supo que aquello de algún modo tocaba lo más íntimo de las sociedades sueca y noruega, a las que indudablemente reflejaba. Por eso el público podía verse a la vez atraído y ofendido por lo que allí se decía. A la sociedad sueca –el escritor se había trasladado a Suecia en esta nueva etapa– se le echaba en cara su hipocresía disfrazada de civismo, su falta de coraje a la hora de hablar libremente sobre ciertos temas: los tabús acerca de la inmigración, el racismo y otros fenómenos que se ocultaban dando la falsa impresión de ser una sociedad igualitaria y un modelo de civismo. Lo que el escritor afirmaba era que todo aquello era una farsa que escondía sentimientos reprimidos, pero humanos, de los que se debería poder hablar, pues fingir que todos somos iguales y no poder discutir opiniones diferentes era tan problemático como discriminar abiertamente. Al lector occidental lo que se le plantea es que nuestras sociedades modélicas tampoco dan la talla pues ocultan sus problemas negándose a hablar de ellos.
En el segundo volumen, Un hombre enamorado, Knausgård habla de su nueva familia en Suecia, del amor y el matrimonio, pero no se trata de una novela romántica, sino de una autobiografía actual, así que no es de extrañar que el escritor relate las miserias de la vida cotidiana, la tensión entre la sociedad y el individuo, el padre y el escritor, el hombre y la mujer. Se le ha acusado de misógino, pues pone en cuestión la igualdad de géneros. Hay episodios simbólicos, como cuando va a la peluquería y un peluquero kurdo le corta el pelo: al ver los mechones negros en el suelo, se sorprende y admite que siempre se imagina a sí mismo rubio, lo que nos remite al ideal de la raza aria: hombre, blanco y occidental. En muchas partes de la historia confiesa sentirse ridículo cuando se encarga de cuidar a sus hijos en lugar de escribir y echa de menos épocas en las que el hombre reservaba para sí un destino distinto al de la mujer. Si Knausgård fuera Ulises, sería su antítesis, pues su viaje no está lleno de aventuras, sino de pañales y discusiones familiares.
Si uno tiene en cuenta su éxito de ventas, primero en Suecia y luego en medio mundo, no tiene más remedio que preguntarse:¿es esto lo que quiere el lector medio de las sociedades occidentales hoy? Es muy probable. El lector aprecia la biografía de una persona corriente que no se corta a lo hora de hablar de las contradicciones de nuestras sociedades avanzadas pero primitivas, democráticas pero que recortan derechos, libres pero con sus guantánamos, civilizadas pero vendedoras de armas e invasoras de países, espías de las comunicaciones, protectoras de evasiones fiscales de altos vuelos y generadoras de desigualdad, frustraciones y extremismos. No me cabe duda, esto es lo que necesita el lector y esto le da Knausgård: sinceridad.