Emmanuel Carrère: «El bigote»
por Mercedes Martín
Anagrama, 2014. 184 págs
El protagonista de El bigote es un hombre de clase media, arquitecto, casado y sin hijos. Quizá este es el perfil de la familia moderna occidental. Al no tener hijos, está formada únicamente por dos personas adultas y, por lo general, económicamente independientes. Por eso y porque existe el divorcio, están unidas provisionalmente, es decir que en cualquier momento pueden separar sus vidas y se supone que no pasa nada: cada cual lo asume como puede y tiene que seguir adelante porque somos civilizados. Nada les ata y, a la vez, solo algo tan impredecible como la pasión les une.
Este frágil equilibrio es insoportable para el protagonista: él no es central, no es el héroe, es uno más, en realidad es innecesario. La novela de Carrère, escrita en 1986, me recuerda a El fuego fatuo, de Louis Malle, o El amor después del mediodía, de Eric Rohmer, no solo porque en ellas se representa el amor sin romanticismo de nuestro mundo contemporáneo y las tribulaciones del individuo (generalmente hombre) en busca de su nuevo papel en la sociedad, sino también porque el cine francés se caracteriza por el uso del absurdo. Así, en la novela de Carrère, la tragedia se desencadena porque un hombre se afeita el bigote. Este hecho aparentemente baladí pone de manifiesto la independencia del punto de vista de su esposa con respecto al suyo y el miedo: miedo a perder el amor, la seguridad, la pasión, la felicidad, el hogar y la posición social. Miedo a perder la identidad que nos proporcionan las relaciones duraderas y estables.
La novela está escrita en un estilo cinematográfico (no en vano el autor es además guionista y director de cine), no avanza a través de los personajes sino de las escenas. Aunque continuamente estamos expuestos al monólogo interior del protagonista, lo interesante aquí no es la exploración de la complejidad de la psicología humana sino que la trama gira hacia el thriller psicológico y la novela policiaca. En algún momento, el lector puede desesperarse por el absurdo que ha desencadenado todo, pero la mayor parte del tiempo comprende que el bigote es solo un símbolo que representa la identidad (masculina), que es lo que realmente está en juego. Y comprende que, por otro lado, la cosa más inofensiva en apariencia puede desatar fantasmas que se mantenían latentes bajo una pátina de seguridad.
En definitiva, El bigote es una historia que vira hábilmente desde la comedia hasta el drama pasando por el thriller y la novela policíaca, y que remueve lo que habíamos colocado en la base de la sociedad.