Leopoldo María Panero: “Rosa enferma”
por Redacción
Editorial Huerga y Fierro, Madrid, 2014, páginas. Por María Ángeles Maeso
Rosa enferma vio la luz en abril, a un mes de la muerte del poeta más famoso de nuestras letras, lo que no significa el más leído. Un poemario que, como ya se ha repetido, es su testamento poético. LMP ha ido sembrando a lo largo de su obra sus referencias de autoridad literaria, ahora, su permanencia en seguir cavando hasta el final da cuenta de una voluntad de síntesis para traspasar una poética que sobrevivirá con fuerza al personaje.
El título nos lleva a un poema de W. Blake, la rosa descubierta por el gusano de la muerte que irradia de principio a fin el sentido del poemario. Dieciocho poemas en los que aborda el desafío de capturar la belleza, a sabiendas de que esa apuesta existencial esté condenada al fracaso. La expresión de esa apuesta incluye el propio proceso creador, el desafío con el lenguaje sin que esto suponga un anillo metaliterario, de lenguaje que no remita al mundo, en LMP no caben las escisiones, no hay una demarcación que señale por aquí va la escritura, por aquí va la vida.
De ahí que, aún a pesar de las constantes referencias a la página, a la palabra, al verso, al mapa de sus citas ninguno de estos poemas resulte discursivo, cada uno de ellos sostiene el pulso con el lenguaje, cada uno es un desafío para resistir en el deseo de nombrar sin trampas el abismo al que se asoma. Porque adonde él nos lleva es a mirar de frente la muerte y seguir ante ella sin bajar la mirada, rescatando aliento y un sentido separado de la noción del ganar o perder, porque es en esa resistencia donde florece la rosa de la belleza. Se trata de una apuesta que vale como encarar el fracaso del vivir y seguir anhelando vida, porque ya sabemos que “la eternidad es del gusano”. De esa resistencia emergen sus poderosas imágenes:
“Porque solo en las noches canta el ruiseñor
Y solo la luna habita la miseria
Atroz del existir
En vano como una luna
En vano como un hombre hostil a sí mismo
Enseñando a otros hombres
El pez incompleto que lleva en la mano”
Son versos que conforman el eje sobre el que giran el resto de los poemas desde un remoto manantial barroco: “Qué vana es la caída, digo al verso/ Qué vano es el cristal de Bohemia masticado en la boca/ Qué vano el caballo que galopa sobre las tumbas/ rezándole a la nada”
En esta Rosa enferma LMP se la juega con la poesía reflexiva y señala el peligro de la metafísica como papilla rudimentaria; su papilla incluye a quienes vieron al ser humano como pastores de la nada: Spinoza con su visión del ser humano herido por la lógica; a Pessoa que pedía la vuelta de los dioses; a Eliot; a Heidegger, que habla del hombre como pastor del ser… A todos ellos da una respuesta implacable: “Pero yo digo que el hombre es pastor del excremento/ y señor solo de la rabia/ y habitante único del salmo/ hecho para llorar tan solo/ y yo adoro solo a la sílaba desnuda del versículo/ desnudo como la mentira/ como el silencio/ mientras un ruiseñor cae sobre la página/ y los pájaros gritan: Scardanelli, Scardanelli” Un guiño más para hacer sitio a la libertad del delirio. Y tras esta mirada sobre la miseria humana, ajusta cuentas en el siguiente poema con la concepción del ser humano como ser social: “A propósito del zoológico de la sociedad solo malgritaré”, para recordarnos, citando a Hegel, que “toda conciencia posible de la vida es conciencia del mal de la vida”. Otro modo de remitir a Rimbaud que matiza mediante imágenes: “la conciencia del mal de la vida/ del esturión que nada en el verso/ y la vida es solo una herida en el alma/ un fantasma con rostro, una oruga/ que cabalga sobre la página/ no sé si alce o gusano/ si tumba o locura/ si ciervo borrando la precisión/ si cierzo contra los hombres/ si viento contra la dicha/ contra la espuma del silencio”
Leopoldo no vive escindido entre lo que es y lo que escribe. El es el poeta que sabe que la poesía es el camino de la oruga y Rosa enferma es la luz de esta oruga: el gozo de las bellas imágenes con las que insiste en que la vida es una rosa quemada por el silencio; que reza por la nada y llora “por la isla suprema del poeta/ que es un continente y no una isla” como le enseño John Donne.
Es la oruga que ha señalado la antesala de la muerte, desde donde escribe para su amiga Evelyn sabiéndose menos que un suicida. Desde esa aún no tumba traspasa el hilo de voz con el que Samuel Beckett nos pedía fracasar otra vez, fracasa mejor. “Sabedlo al menos por mí/Todo hombre tiene la estatura del desastre”, nos dice LMP. Su venganza fue escribir ese desastre, soslayar el horror al gusano encarando la belleza del pez que boquea. La venganza corre a cargo de la oruga que a las puertas de la muerte afirma: “lo mejor de mi vida es que nunca he existido” Es el triunfo de una verdad horrible que se niega a repetir porque “repetirse le da a todo un ritmo de rio de Caronte”
La poesía existe porque sabemos que vamos a morir, nos repite Gamoneda, esta Rosa enferma es hija de esa luz. El testamento de un poeta que nos advierte de la necesidad del delirio para hacer de la consciencia de la nada una suprema belleza.
Si en su poética primera, la de aquella antología de los Nueve novísimos, de 1970, había escrito: “Todas las palabras son la misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el silencio dicha de muchos modos” cuarenta y cuatro años después, concluye su Rosa enferma así: “Ya los pájaros comen de mi boca/ como si estuviera por fin solo/ colgado del último verso”. Son sus últimas palabras. Entre una y otra cita, hay toda una obra, una habitación literaria desde donde ha mirado y designado el malestar del mundo, sin haber cedido un ápice en su barroco desengaño. Es muy seria la lealtad de Leopoldo María Panero para nombrarnos el desastre en el que andamos. La hiriente belleza de esta flor quemada nos seguirá diciendo por mucho tiempo que no nos conformemos con migajas.