Las huellas de Unamuno
por Alberto López Echevarrieta
Alhóndiga de Bilbao, del 29 de setiembre al 26 de octubre de 2014
Sesenta y ocho cuadros que representan los diversos escenarios por los que me movió Miguel de Unamuno se exponen en el centro cultural Alhóndiga de Bilbao con motivo del 150 aniversario del nacimiento del gran filósofo y escritor vasco. Típicos rincones del Bilbao que vivió en su juventud y de la Salamanca de su etapa al frente de la Universidad, amén de otros puntos donde recaló, se dan cita en esta muestra formada por óleos sobre lienzos que fueron realizados por el pintor bilbaíno Ignacio Ipiña. Cada cuadro va acompañado de la descripción literaria que hace el literato por lo que el espectador se recrea no sólo en la pintura expuesta, sino también en los textos unamunianos.
Las aventuras del pintor
A su muerte, Ignacio Ipiña (Bilbao 1934-2010) dejó una enorme producción pictórica. Este abogado, letrado del Banco de Bilbao, diputado foral en las Juntas Generales de Gernika y viceconsejero de Obras Públicas, Transportes y Urbanismo del Gobierno vasco en dos legislaturas, fue un enamorado de las Bellas Artes, especialmente de la pintura. Sus momentos de ocio estuvieron siempre ocupados por los pinceles y el lienzo. Mientras, a su lado, su esposa, Blanca Sarasúa –Premio San Juan de la Cruz- buscaba las rimas para sus poesías, como lo sigue haciendo en la actualidad.
La trayectoria personal de Ipiña tiene un punto de inflexión cuando, mediada la década de los años 50, junto a otros cuatro compañeros, mantuvo oculto a un joven Carlos Hugo de Borbón durante siete meses en el Casco Viejo bilbaíno para que conociera las costumbres del pueblo y adaptara su formación como alternativa democrática al franquismo.
En el terreno de la pintura, al que accedió a los 14 años por indicación del pintor Bay Sala, que fue su maestro, siempre gustó de documentarse antes de trazar su plan de trabajo. Hay un hecho que le define: En 1977, disfrazado de bombero y con la ayuda de un amigo, entró en Altos Hornos de Vizcaya para tomar anotaciones y fotografías con destino a una serie pictórica sobre la siderurgia. De esta forma pintó rincones a los que ningún otro pintor había llegado, como el Silo de la Limonita, la repasadora de torpedos, la decantadora, etc.
Gracias a esa tenacidad surgieron series como la dedicada a los paisajes perdidos del viejo Bilbao, los paisajes de Urdaibai, la titulada “Voces sobre el agua”, el Valle de Oma… En “Las huellas de Unamuno”, que constituyó toda una prueba de resistencia física, se volcó dispuesto en todo momento a dejar constancia de la pasión que siempre sintió hacia su paisano don Miguel. Murió al año de concluirla.
Al pie de la letra
“Mi estilo pictórico no es fácilmente clasificable, dijo en su momento Ipiña. La razón se encuentra en que no he tenido otro maestro que la Naturaleza. Siempre he tratado de estar en comunión con ella. En todo caso, resulta evidente que soy paisajista figurativo con tendencia al muralismo y a la visión de amplio angular”.
La muestra se compone principalmente de paisajes. Tan sólo hay un cuadro en el que se le ve a don Miguel. Corresponde al momento en que fue expulsado de la Universidad de Salamanca en el histórico 12 de octubre de 1936, cuando el filósofo se enfrentó a Millán-Astray con históricas palabras: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
Este cuadro fue realizado sobre una fotografía a diferencia del resto, que son todos paisajes tan íntimamente ligados a la vida como a la obra de Unamuno. El “Caserío familiar de Zeberio” (60×73 cms.) es fiel a la descripción que se hace en “Paz en la guerra”: “Era un hermoso ejemplar de la vivienda del pastor que se hace sedentaria… Un parral cubría su fachada y trepaba por sus costados abrazándola amorosamente la yedra verde por entre cuya trama asomaban las reducidas ventanas”. En otros se repasan lugares emblemáticos, como la “Iglesia de los Santos Juanes” (81×65 cms.), de Bilbao, donde don Miguel fue bautizado y frente a la cual vivió: “El estudio de Lecuona estaba en el piso más alto, especie de buhardilla, de la casa misma en que yo he vivido en Bilbao desde la edad de un año hasta los veintisiete”.
También de “Recuerdos de niñez y mocedad” es la descripción que hace del lugar que le vio nacer al señalar con euforia: “¡Bilbao! ¡Villa fuerte y ansiosa, hija del abrazo del mar con las montañas, cuna de ambiciosos mercaderes, hogar de mi alma, Bilbao querido!”. Es la población que él vio crecer a su pesar, porque siempre temió que con la ampliación se perdería la íntima familiaridad que había entre sus habitantes.
“No pinto ni describo la Naturaleza tal y como los ojos lo ven, ni mucho menos con enfoque fotográfico, sino que la reelaboro, la recreo a partir de ella misma”, decía Ipiña. Hay paisajes urbanos como la “Casa de Unamuno” (60×73 cms.) en Salamanca de la que el literato escribió: “Fue el mismo Guerra Junqueira quien otra vez me dijo: Feliz usted que vive en una ciudad por muchas de cuyas calles se puede ir soñando sin temor a que le rompan a uno el sueño”.
El pintor homenajea a su colega Zuloaga, gran amigo de Unamuno, ofreciéndonos su particular visión de Sepúlveda en un magnífico óleo de 100×73 cms. desde el mismo punto en que la pintó el de Eibar. Ipiña dedica una especial atención al agua en sus distintas manifestaciones “El agua es como la conciencia del paisaje”, decía.
Bilbao, la reserva natural de Urdaibai en honor a su esposa, guerniquesa de origen, Toledo, Segovia, Salamanca, pueblos de la comarca como Ledesma y Candelario… Son paisajes unamunianos que conforman un trabajo realizado por Ignacio Ipiña con especial mimo. Fue él mismo quien buscó los textos literarios y, basándose en ellos, realizó el trabajo que ahora podemos ver como un homenaje más al escritor universal.