Poetisas: Rebeldes o sumisas por Mª Ángeles Maeso
por Redacción
Universidad de Verano, Plaza de la Cebada, 29-junio-2014
Voy a hablaros de dos palabras: poeta/poetisa. Voy a tratar de seguir el rastro de sus genes para desentrañar de dónde vienen las connotaciones negativas que conlleva la palabra “poetisa”. Adelanto que soy de las que he evitado ese apelativo por la connotación peyorativa que conlleva el término, yo misma he repetido cien veces: No, poetisa no, que me suena a mujer desmayada o a punto de pedir las sales. Esas connotaciones de mujer del suspirillo romántico es lo que hemos heredado pegado a la palabra poetisa. Cuando empecé a escarbar por mi cuenta para saber quiénes eran esas mujeres, que yo no estudié en la universidad, (aunque en Filología, hubiera una asignatura de Literatura del XIX) me llevé una gran sorpresa, tanto por la categoría de su obra como por el carácter de sus biografías.
A las preguntas que me surgieron tras el sonrojo por no haberlas buscado antes pretendo responder aquí, con voluntad del reconocimiento hacia ellas, las poetisas, y hacia los trabajos de la investigación feminista que las han recuperado, para que hoy hablemos con propiedad, empleando el término poeta o el término poetisa, sin engaños.[1]
1ª Pregunta ¿Qué hay detrás del asco al término poetisa.
La prevalencia del término poeta, frente a poetisa no tiene que ver con argumentos de normativa gramatical, pues hoy, ambos son correctos: poeta es un sustantivo común en cuanto al género y así consigna el DRAE la voz poeta con la abreviatura com. (“nombre común en cuanto al género”) He señalado hoy, porque la indicación de nombre común aparece por primera vez en la vigésima segunda edición (2001) del DRAE. En todas las ediciones anteriores, la voz poeta aparecía como sustantivo masculino, para el femenino había la entrada separada poetisa. [2] El uso del género común del sustantivo poeta está avalado, entre otros por Antonio de Nebrija quien, en su Diccionario latino-español de 1492 recoge ya poeta como única forma para «varón» y «hembra».
Y lo mismo sucede con el término poetisa, igualmente documentado por la historia de la lengua: Poetisa es coherente con la evolución del idioma para fijar femeninos a partir de sustantivos desde el latín que terminan en a: abad-abadesa. Papa-papisa. Profeta-profetisa. Safo es poetisa y Sor Juana Inés de la Cruz es la única poetisa, musa décima, equiparándola con la Antigüedad clásica. Si ambos términos tienen su uso normativo y son correctos, los argumentos para la opción de uno u otro término sólo serán de carácter sociolingüístico por las connotaciones negativas que arrastra la forma femenina poetisa de este sustantivo.
2ª pregunta: ¿Qué aspectos sociolingüísticos pueden explicar el asco hacia el empleo de “poetisa”?
Para responder a esta pregunta tenemos que detenernos en el momento en que emergen las mujeres escritoras y esto sucede durante el romanticismo. Con todas las prevenciones sobre los límites cronológicos que provoca datar el romanticismo español,[3] acordaremos que las fechas que tenemos para situar una eclosión de escritoras durante el discutido movimiento romántico, según la datación de Marina Mayoral, abarcan de 1830 a 1870.
En ese periodo del XIX en el que, según esta misma autora, se produjo la aparición de numerosas escritoras en el panorama literario; autoras que, según los estudios bibliográficos que emplea Marina Mayoral, [4] le permiten afirmar que sobrepasan el millar, aunque sean escasísimos los datos que tenemos tanto sobre ellas como sobre sus obras. [5]
Lo cierto es que las mujeres entran en la escritura al amparo de una estética literararia que:
-propicia el gusto por lo particular frente al universalismo clasicista;
-el análisis del individuo concreto, de su entorno y de sus circunstancias;
-potencia la imaginación y la fantasía;
-sustituye el ideal de precisión lógica por el de colorido y expresividad.
La libertad temática del romanticismo conllevó un gran abanico de temas para la poesía, además de una poesía amorosa, que enfatiza la expresión de la intimidad, (signos de interrogación y exclamación, puntos suspensivos) se prodiga una poesía narrativa en consonancia con la revitalización del Romancero antiguo y una poesía moral y social de matiz satírico o festivo. Sucede también que en nombre de la libertad romántica personal para hablar de todo, el paquete temático de la nueva estética propicia el desarrollo de la literatura de conflictos sociales. Podemos decir que la literatura romántica es muy comprometida. Recordemos que el modelo viene de Byron.
Señalo estas notas para tener presente que la exaltación de la intimidad que se juzga cursi en el caso de las poetas, está igualmente presente en los poemas de ellos, a los que sin embargo se les perdona como característica de estilo.[6] Con esa misma marca, hay buenos poetas y hay ripiosos poetastros. Así que en el caso de las mujeres que emergen en el romanticismo bien pudo haber sucedido que emergiera, junto al término poetisa, para las buenas, el de poetastra para las malas. Pero no sucedió esto, ellas cargarán con el apelativo de poetisas ya con las mismas connotaciones negativas que el de poetastro. Ellos son poetas o poetastros, si son malos. Ellas, sólo poetisas que es lo mismo que decir, todas malas.
De ese amplio abanico temático que ofrece la libertad romántica, a ellas, a las poetisas, lo que se les adjudica es el canto de la intimidad o la expresión de la sentimentalidad derivada de la contemplación del paisaje. Ellos, los poetas, no tienen límites temáticos ya que pueden hablar de todo. El nuevo artista considera que tiene una misión social, profeta de los tiempos modernos, ángel caído, añora otra patria más pura, y hace ver a los demás el ideal. Pero el abordaje sin límites de estas cuestiones es únicamente masculino.
En resumen, la nueva estética propicia la expresión de la intimidad; hace uso de una libertad para eliminar límites a cualquier temática. Esa nueva libertad se ve favorecida por el cambio de rol social en la figura del artista que vive de su trabajo. Las mujeres que se proponen ser poetas, pero las literatas, serán excluidas de esta libertad romántica.
-3ª pregunta: ¿Y qué sucede cuando ellas, las poetisas, abordan temas impropios del “alma de mujer”?
Rosalia de Castro (1837-1885) se queja de lo que entrañan estos prejuicios en un poema metaliterario, señala el desajuste discriminatorio entre masculino y femenino y se pregunta:
De aquelas que cantan ás pombas i as frores
todos din que teñen alma de muller,
pois eu que n’as canto, Virxe da Paloma
¡ai!, ¿de qué a terei? Rosalía de Castro, Follas Novas, 1880.
¿De qué la tendré?, es la pregunta que cierra el poema, que es lo mismo que preguntarse qué clase de monstruo seré? Rosalía problematiza su propia personalidad. Ella no canta a las palomas y a las flores, ella no se reconoce en lo que se espera de la poetisa. [7] Como tampoco Carolina Coronado, Concepción Arenal, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rosario de Acuña y otras se ajustaron a ningún patrón dado para que encajara en la supuesta alma de mujer.
Las mujeres del XIX que resisten frente al discurso dominante patriarcal, carecen de modelos de autoridad, de referentes para ejercer su obra, tienen que irse muy lejos y mirar hacia Safo, que es la poetisa, y poetisas se nombran también ellas, pero muy pronto fueron conscientes del uso peyorativo que conllevaba ese nombre y lo hicieron frente. Algunas, como Carolina Coronado, denuncian descarnadamente la burla de que son objeto, en un poema de 1845
LA POETISA EN UN PUEBLO
¡Ya viene, mírala! ¿Quién?
–Esa, que saca las coplas.
–Jesús, qué mujer tan rara.
–Tiene los ojos de loca.
Diga V., don Marcelino,
¿será verdad que ella sola
hace versos sin maestro?
–¡Qué locura!, no señora;
anoche nos convencimos
de que es mentira, en la boda:
si tiene esa habilidad
¿por qué no le hizo a la novia,
siendo tan amiga suya
décimas o alguna cosa?
–Una décima, es preciso
dije– el novio está empeñado:
«ustedes se han engañado
me respondió, no improviso.»
–Siendo la novia su amiga,
vamos, ¿no ha de hacerla usted?–
«Pero por Dios, si no sé,
¿no basta que yo lo diga?»
La volvimos a rogar,
se levantó hecha una pólvora,
y en fin, de que vio el empeño se fue huyendo de la boda.
Esos versos los compone
otra cualquiera persona,
y ella luego, por lucirse,
sin duda se los apropia.
–Porque digan que es romántica.
–¡Qué mujer tan mentirosa!
–Dicen que siempre está echando
relaciones ella sola.
–Se enseñará a comedianta.
–Ya se ha sentado ¡la mona!
Más valía que aprendiera
a barrer que a decir coplas.
–Vamos a echarla de aquí.
–¿Cómo? –Riéndonos todas.
–Dile a Paula que se ría.
–Y tú a Isabel, y tú a Antonia.
Ja ja ja ja ja ja ja.
Ya mira, ya se incomoda.
Ya se levanta y se va…
Otras rechazan abiertamente el término poetisa como Rosario Acuña en este poema
¡Poetisa!
Raro capricho la mente sueña:
Será inmodestia, vana aprensión.
Tal palabra
no me cuadra;
a su sonido
a mi oído
no murmura
con dulzura
de canción;
no le presta
la armonía
melodía
y hace daño
al corazón.
Tiemblo escucharla. ¿Será manía?
Oigo un murmullo cerca de mí:
no me cuadra
tal palabra;
que el murmullo
que al arrullo
de la sátira
nació
me lastima
con su giro
y un suspiro
me arrancó.
Si han de ponerme nombre tan feo,
todos mis versos he de romper.
No me cuadra
tal palabra;
no la quiero;
yo prefiero
que a mi acento
lleve el viento
y cual sombra
que se aleja
y no deja
ni señal,
a mi canto
que es mi llanto
arrebate
el vendaval.
4ª pregunta: ¿Quiénes eran estas mujeres que así denuncian el rechazo al término “poetisa”?
Rosario de Acuña: (Madrid 1850 –Gijón, 1923) Dramaturga, poeta, articulista. Una militante y vanguardista del pensamiento feminista, una mujer que se separa del marido antes del primer año de casados, hablamos de 1876, por no consentir la infidelidad masculina aceptada por la costumbre, lo que es sorprendente dada la época. Librepensadora, defensora de la separación de la Iglesia y el Estado. Mujer de polémicas, que, junto con sus convicciones republicanas y su apasionada defensa de la libertad le iban a ocasionar graves contratiempos a lo largo de su vida. Su obra de teatro “El padre Juan”, prohibida por anticlerical la lleva a la ruina. En uno de sus artículos «La jarca de la Universidad» 1911, que le envía a Luis Bonafoux, editor del periódico francés El Internacional de París, muestra su indignación y utiliza la ironía para denunciar las vejaciones de que fueron objeto un grupo de estudiantes universitarias extranjeras en Madrid. El artículo, que fue reproducido también en El Progreso de Barcelona, causó tal escándalo por la ferocidad con que denuncia R.de Acuña la bestia machista, que motiva una huelga de estudiantes con masivo seguimiento. Ante la perspectiva de ir a la cárcel, Rosario de Acuña opta por huir a Portugal. Dos años después, en 1913, regresa del exilio con un indulto. A su vuelta a Gijón deposita su esperanza en la clase trabajadora, ahora más que nunca se siente cerca de los desheredados, de los que sufren y padecen, de los que se retuercen ante las iniquidades de la sociedad: «¡Si no es por vosotros, proletarios, esto se acaba, se acaba!», dice en uno de sus artículos con los que asiduamente participa en la Aurora social, periódico socialista de Asturias. En la ceremonia de inauguración de la Escuela Neutra Graduada de Gijón, pronuncia una conferencia, El ateísmo en las escuelas neutras[8], donde pide a las madres que confíen sus hijos en otro modo de educar: “Mandad, mujeres y madres, vuestros hijos y deudos a la Escuela neutra, que ha de contribuir a la civilización de Gijón, sin duda avergonzado al mirar en sus calles tantos rapazuelos que, con MUCHÍSIMA RELIGIÓN DOGMATIZADA, se burlan de los ancianos, escarnecen a las mujeres, maltratan a los animales, roban frutas, se apedrean e insultan y sirven después como manadilla de dulces corderos, para comparsas de manifestaciones fanáticas y supersticiosas”.
A su muerte, en 1923, aunque ella había expresado su deseo de un entierro silencioso, fue acompañada por un cortejo popular, representantes de las logias “Jovellanos” y “Riego”, del Ateneo Obrero, del Círculo Reformista y de otras sociedades democráticas, así como por destacados dirigentes de las asociaciones obreras.
-¿Quién era Carolina Coronado? (Almendralejo, 1820 + Lisboa 1911)
Si el romanticismo había propiciado una temática social desde una mirada compasiva hacia los tipos marginales de la sociedad, como manifiesta Espronceda en sus poemas a mendigos o condenados a muerte, ella denuncia a una fiera intocable, más feroz que cualquier alimaña y que, sin embargo vive en el seno de la sociedad:
El marido verdugo
¿Teméis de ésa que puebla las montañas
Turba de brutos fiera el desenfreno?…
¡Más feroces dañinas alimañas
La madre sociedad nutre en su seno!
Bullen, de humanas formas revestidos,
Torpes vivientes entre humanos seres,
Que ceban el placer de sus sentidos
En el llanto infeliz de las mujeres.
No allá a las lides de su patria fueron
A exhalar de su ardor la inmensa llama;
Nunca enemiga lanza acometieron,
Que otra es la lid que su valor inflama.
Nunca el verdugo de inocente esposa
Con noble lauro coronó su frente:
¡Ella os dirá temblando y congojosa
Las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello
Por sus manos de bronce atarazado,
Y a veces el finísimo cabello
Por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno transparente
Cárdenas huellas de sus dedos halla;
Que a veces brotan de su blanca frente
Sangre las venas que su esposo estalla.
Y que ¡ay! del tierno corazón llagado
Más sangre, más dolor la herida brota,
Que el delicado seno macerado,
Y que la vena de sus sienes rota…
Así hermosura y juventud al lado
Pierde de su verdugo; así envejece:
Así lirio suave y delicado
Junto al áspero cardo arraiga y crece.
Y así en humanas formas escondidos,
Cual bajo el agua del arroyo el cieno,
Torpes vivientes al amor uncidos La madre sociedad nutre en su seno.
En otro de sus poemas “Libertad” explica por qué las expectativas de éxito por una renovación política de tipo liberal deja a las mujeres sin nada qué celebrar:
Libertad
“¡Libertad! ¿qué nos importa?;
¿qué ganamos, qué tendremos?:
¿un encierro por tribuna
y una aguja por derecho?
¡Libertad! ¿de qué nos vale
si son los tiranos nuestros
no el yugo de los monarcas,
el yugo de nuestro sexo?
¡Libertad! ¿pues no es sarcasmo
el que nos hace sangriento
con repetir ese grito
delante de nuestros hierros?
¡Libertad! ¡ay! para el llanto
tuvímosla en todos tiempos;
con los déspotas lloramos,
con los tribunos lloraremos,
que, humanos y generosos,
estos hombres, como aquellos,
a sancionar nuestras penas
en todo siglo están prestos
Los mozos están ufanos,
gozosos están los viejos,
igualdad hay en la patria,
libertad hay en el reino.
Pero, os digo, compañeras,
que la ley es sola de ellos,
que las hembras no se cuentan
ni hay Nación para este sexo.
Por eso aunque los escucho
ni me aplaudo ni lo siento;
si pierden ¡dios se lo pague!
y si ganan ¡buen provecho!”
Esta poetisa, con motivo de la fundación de la Sociedad Abolicionista, leyó su poema “A la abolición de la esclavitud en Cuba” (1868). Tal escándalo provocó el poema y unas declaraciones suyas contra los manejos yankees, que le costaron el cese a su marido, Horacio Perry, como primer secretario de la Embajada de Estados Unidos en Madrid.
A la abolición de la esclavitud en Cuba
Si libres hizo ya de su mancilla
el águila inmortal los africanos,
¿por qué han de ser esclavos los hermanos,
que vecinos tenéis en esa Antilla?
¿Qué derecho tendrás, noble Castilla,
para dejar cadenas en sus manos,
cuando rompes los cetros soberanos
al son de libertad que te acaudilla?
No, no es así: al mundo no se engaña.
Sonó la libertad, ¡bendita sea!
Pero después de la triunfal pelea,
no puede haber esclavos en España.
¡O borras el baldón que horror inspira,
o esa tu libertad, pueblo, es mentira!
A Carolina Coronado, el poeta satírico Manuel del Palacio le dedica unos versos que evidencian que no se le perdonan sus intromisiones políticas:
Tierna, discreta, sensible,
Yo te admiro, Carolina;
Pero, ¡ay!, me das mucha pena
Cuando me hablas de política!
-Concepción Arenal (El Ferrol 1820-1893) Más conocida por sus trabajos en el campo del Derecho, es poeta, ensayista. Consiguió asistir como oyente, disfrazada de hombre, a las clases de Derecho de la Universidad Central de Madrid. Viuda a los nueve años de matrimonio, presenta a concurso en 1860 el ensayo “La beneficencia, la filantropía y la caridad” a la Academia de Ciencias Morales y Políticas, firmado con el nombre de su hijo de diez años, que obtiene el primer premio. La sorpresa del jurado, cuando abren la plica y descubren que está escrito por una mujer, les pone en un brete, porque esto nunca había sucedido. Aún así, el jurado sostiene su merecimiento y emite a la prensa una nota de explicación que inicia “por amor de madre”. [9] A su obra La mujer del porvenir, de 1884 corresponde este fragmento:
“Si la ley civil, mira a la mujer como un ser inferior al hombre, moral e intelectualmente considerada, ¿por qué la ley criminal le impone iguales penas cuando delinque? ¿Por qué para el derecho es mirada como inferior al hombre, y ante el deber se la tiene por igual a él? ¿Por qué no se la mira como al niño que obra sin discernimiento, o cuando menos como al menor? Porque la conciencia alza su voz poderosa y se subleva ante la idea de que el sexo sea un motivo de impunidad: porque el absurdo de la inferioridad moral de la mujer toma aquí tales proporciones que le ven todos: porque el error llega a uno de esos casos en que necesariamente tiene que limitarse a sí mismo, que transigir con la verdad y optar por la contradicción. Es monstruosa la que resulta entre la ley civil y la ley criminal; la una nos dice: «Eres un ser imperfecto; no puedo concederte derechos.» La otra: «Te considero igual al hombre y te impongo los mismos deberes; si faltas a ellos, incurrirás en idéntica pena.»
Es inevitable leer la argumentación precedente sin recordar a la pionera del feminismo, Olimpia de Gouges, que durante la Revolución Francesa había escrito, casi cien años antes, en 1791, Los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana defendiendo que, si la mujer tiene derecho a subir al patíbulo, también tiene derecho a subir a la tribuna.
Tanto Carolina Coronado como Concepción Arenal formaron parte de la “Sociedad Abolicionista Española” que se crea en 1865. Imperdonable es la ausencia de reconocimiento como luchadoras por la abolición de la esclavitud, ignorando la intervención de las poetisas y literatas del XIX, no solo con poemas antiesclavistas, sino por su participación pública a favor de la liberación en mítines y manifestaciones. [10] El concurso literario que convocó el periódico “El abolicionista” en 1866 fue ganado por Concepción Arenal con su poema “La esclavitud de los negros”. En el realiza una valiente acusación contra los poderosos, los cristianos, los traficantes y los poseedores de esclavos, a los que da el calificativo de fieras y en el que también culpa a las mujeres del abuso: “hasta el punto de llamar a una dueña de esclavos leona furiosa y feroz verdugo. La poeta, en este punto, no excluye a las mujeres del horror, adelantándose a las historiadoras feministas de la década de los setenta que investigaron sobre las mujeres que ejercieron la violencia y la opresión sobre sus semejantes a lo largo de la historia; actitud que ciertas feministas no muy documentadas rechazaban en aras de una supuesta bondad intrínseca de las mujeres”. [11]
Tener alma de mujer implica sobre todo no ser dueña de un de un discurso, sino reproducir el heredado. Centrarse en la temática de la intimidad y la enfática expresión de los sentimientos. Pero resulta que ellas, las poetisas, están escribiendo, publicando, opinando, denunciando, entrando de lleno en los conflictos sociales de su época. Y lo que ponen sobre el tapete es que en la búsqueda de esa identidad de autora, por el que se interroga Rosalía de Castro, se topan con que su situación es similar a la del esclavo.
Quien va a elaborar un discurso literario denunciador de la condición femenina equiparable a la esclavitud será la poetisa y novelista cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda en su novela Sab, publicada en 1841, en España, primera novela antiesclavista de la historia, anterior a “La cabaña del tio Tom” de la escritora norteamericana Harriet Beecher Stowe. En ella, la denuncia la esclavitud es consecuencia inevitable de la postura igualitarista de su autora. Es una faceta de un sistema ideológico más amplio que abraza, entre otros elementos, la defensa de todas las minorías o grupos humanos oprimidos, incluyendo al indio y a la mujer:
«Oh, las mujeres! Pobres y ciegas víctimas! Como los esclavos, ellas arrastran pacientemente su cadera y bajan la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas. Sin otra guía que su corazón ignorante y crédulo, eligen un dueño para toda la vida. El esclavo, al menos, puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro, comprará algún día su libertad, pero la mujer, cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frentre ultrajada para pedir libertad, oye el monstruo de voz sepulcral que le grita: ‘En la tumba'». Son palabras puestas en boca del propio esclavo Sab, hacia el final de la novela y que ponen de manifiesto cuán inseparables son las luchas abolicionistas de la emergencia del pensamiento feminista. En la década de los 30 en América se formaron grupos antiesclavistas de ideología liberal, de los que formaban parte las mujeres, muy activos, recogían firmas de apoyo, organizaban conferencias, denunciaban la complicidad de las iglesias en el mantenimiento de la inferioridad de los negros. La iglesia, a través de la asociación de pastores congregacionistas, reaccionó publicando una carta pastoral en la que sostenía que el papel de las mujeres no consistía en tratar asuntos públicos. “Las mujeres más conscientes comprendieron que era necesario luchar globalmente por un nuevo orden de cosas”, señala Alicia Miyares[12]. Es el caso de Gertrudis Gómez de Avellanada.
En otra de sus novelas, de 1842 defiende el divorcio como la solución a una unión no deseada, cosechando a sus primeros detractores por el abierto feminismo que ya destaca en su obra. Su tercera novela será Espatolino, obra de corte social, en la que denuncia la terrible situación en que se encuentra el sistema penitenciario de entonces.
Con la poeta, novelista, dramaturga y ensayista Gertrudis Gómez de Avellaneda, se iniciaría una injusticia histórica que arrancó en 1853 con la negativa a ser admitida RAE, aunque contara, desde que se trasladó a España, con el respeto de los círculos literarios del Madrid de mitad del XIX y con el respeto y admiración de los grandes intelectuales de la época: Alberto Lista, Juan Nicasio Gallego, Manuel Quintana o José Zorrilla. La negativa para su ingreso en la Academia por ser mujer produjo intensas polémicas que ella misma avivó: “La presunción es ridícula, no es patrimonio exclusivo de ningún sexo, lo es de la ignorancia y de la tontería, que aunque tienen nombres femeninos, no son por eso mujeres”.[13]
5º pregunta.-¿Qué les hace odiosas?
Que Leopoldo Alas Clarín, en escriba esta frase: “La poetisa fea, cuando no llega a poeta, no suele ser más que una fea que se hace el amor en verso a sí misma”[14] indica tal grado de desprecio que, si tenemos en cuenta el talento, voluntad y valor de estas mujeres a las que llaman poetisas, mide un grado de rencor que solo puede explicarse por motivos no verbalizados.[15]
Baste este ejemplo para señalar que ellos no escatiman medios para denostarlas. Ellas sí tenían que ser muy fuertes para pelear en ese frente de la humillación y el escarnio. Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Concepción Arenal, Rosario de Acuña… Apenas cuatro nombres de esas poetisas cursis que hemos imaginado al lado del suspirillo evanescente. Y que sin embargo están reivindicando derechos de la mujer, como la educación, denunciando los malos tratos por parte de los maridos, el inhumano trato en las cárceles que deja en total desamparo a los reclusos y reclusas, ejerciendo la defensa de la libertad de pensamiento frente al absolutismo. ¿Qué puede explicar –no justificar- el odio con el que se les somete a constante escarnio?
Creo que para considerar el rechazo tan feroz a la figura de la escritora en el XIX hay que tener en cuenta la transformación económica hacia una sociedad industrial que va a modificar la figura del artista, ahora es un autor-trabajador autónomo, no dependiente de un mecenas, ahora vive de su pluma mediante las colaboraciones en forma de artículos o de capítulos de novelas por entregas a la prensa escrita. Ya no se vive del patrocinio al amparo de tal o cual conde o duque, sino de la propia escritura o de las conferencias escritura; el desarrollo de la prensa periódica, durante el siglo XIX hace del escritor periodista, articulista, novelista que publica por entregas, etc. De la escritora también. Ellas también entran y resultan muy peligrosas, al menos en dos frentes:
1.-Como competidoras ante las reducidas “ofertas de empleo”. Ellas también viven de su pluma, publican y cobran por sus artículos y se las ve como enemigas competidoras en un mercado a las que conviene expulsar.
2-Como nuevos sujetos que emergen desde su antigua condición de objeto al papel de narradoras, y que pueden cuestionar la verosimilitud del personaje mujer, representado en los textos de los autores, ya sea en poemas, dramas o narraciones, donde la mujer suele aparecer estereotipada, bien con la marca de la perversa Eva (apasionada, histéricas, depresivas, irracionales, suicida) O bien con la marca maternal Ave (piadosa, perdonadora, leal, casta, sufrida, amable, silenciosa) Muda, sobre todo muda, como dice Bécquer:
(…)
Ella tiene la luz, tiene el perfume,
el color y la línea,
la forma, engendradora de deseos;
la expresión, fuente eterna de poesía.
¿Que es estúpida?… ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla
más que lo que cualquiera otra me diga.
¿Qué hacen las mujeres escribiendo, elaborando un discurso propio, si Bécquer ya anda publicando sus Rimas, en periódicos? Ellas, las poetisas, lo que tienen que hacer es callarse, abandonar la pretensión de convertirse en sujeto del discurso, y funcionar como objeto mudo en el poema, que ya ellos lo saben todo y puedan celebrarlas como estúpidas, pero mudas, misteriosas, inalcanzables. Vagamente humanas.
Pero ellas, Rosalía de Castro, Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Concepción Arenal, Rosario de Acuña, entre otras, no leídas por si algo de la condición de las cursis poetisas XIX se nos pegara, nos salen al paso de los grandes conflictos de su tiempo y es una falta tremenda de rigor crítico y de honestidad intelectual separar su nombre de las luchas contra la esclavitud, entre otras muchas luchas que también emprendieron en pro del derecho a la educación de la mujer. Ellas no callaron y ahora, hablar de ellas implica hablar de federalismo; de educación laica; de los inicios del feminismo; de movimientos obreros; de abolición de la esclavitud, de anticlericalismo…
6ª.-Pregunta: ¿No será esta la causa para que se les silencie tanto?
Yo lo dejo aquí, con la esperanza de haberos provocado un poco de curiosidad por las poetisas rebeldes. Y un poco de desconfianza para leer o releer lo que heredamos. Porque no siempre estamos empezando.
[1] Señalo los tres tomos de la Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización Celia Amorós, Ana Miguel Eds,. Minerva Ediciones,2005
[2] La RAE sigue manteniendo esta doble entrada (poeta y poetisa), pero modifica el género de poeta (ahora bajo la abreviatura com.)
[3]Tradicionalmente, el período romántico se ha enmarcado entre 1798, el año de la publicación de Lyrical Ballads de Wordsworth y Coleridge, y 1824, fecha de la muerte de Lord Byron
[4] En la introducción a Escritoras Románticas españolas, 1990 se puede afirmar que las escritoras románticas sobrepasan el millar.
[5]Aunque Rosa Chacel afirmara que en España no hubo romanticismo y que la expresión femenina de la sensibilidad romántica no apareció en España antes del siglo XX, se trata de una afirmación que también rechazó Susan Kirkpatrick, (1991: 11) en su estudio sobre las autoras románticas españolas entre 1835-1850.
[6] Bécquer, por ejemplo, también carga con el apelativo de cursi, pero se le indulta en cuanto renovador de estereotipos
[7] Manuel Seco en su Diccionario de dudas, en la entrada poeta: aplicado a mujer, recoge una cita de Rosalía de Castro en 1859 («Madame de Staël, tan gran política como filósofa y poeta», La hija del mar.
[8] ttp://www.telecable.es/personales/mfrie1/obras/conferencias/ateismo.htm
[9] «Por amor de madre. La Academia de ciencias morales y políticas, publica las siguientes líneas: «Enterada la Real Academia de que don Fernando Ágel del Carrasco y Arenal, cuyo nombre estaba escrito en el pliego cerrado que acompañó a la Memoria premiada sobre beneficencia, es un niño de diez años; y constando a la corporación, después de las investigaciones que ha estimado conducentes, que quien la escribió fue doña Concepción Arenal de García Carrasco, la cual puso en lugar de su nombre el de su hijo don Fernando, ha acordado que se tenga a dicha señora como autora de la Memoria para los efectos del programa de 3 de Julio de 1859, y que este acuerdo se anuncie en la Gaceta». Felicitamos a la escritora moralista por su triunfo, que demuestra su talento y a la vez los sentimientos maternales.» (El clamor público, periódico del partido liberal, Madrid, viernes 28 de junio de 1861, pág. 3.)
[10] Aunque España contaba con una ley de abolición de 1837, su aplicación solo se llevaba a la práctica en el territorio metropolitano, excluyendo los territorios los de ultramar, lo que colocó a España en la vergonzante situación de ser la penúltima nación abolicionista, seguida sólo por Brasil.
[11] Victoria Prieto Grandal, art. Escritoras románticas españolas contra la esclavitud, 2010
[12] El sufragismo, en Celia Amorós y Ana de Miguel, Teoría feminista de la ilustración a la globalización, T.III. 2005
[13]La norma no escrita esgrimida como respuesta, “no hay sitio para señoras”, se aplicó también a las que posteriormente lo intentaron: Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán (que, solicitó su ingreso en tres ocasiones: 1889, 1892 y 1912) y tantas otras hasta que en 1978 ingresara la primera mujer, Carmen Conde.
[14] Solos de Clarín, 1881
[15] No es la única perla de este autor. Echad un vistazo a la Regenta: C.V y XXVI, por ahí la encontraréis ridiculizada con el nombre de “Jorge Sandio” ¿Y quién es este Jorge Sandio adjudicado como apodo? Pues nada menos que la castellanización chusca de George Sand. Sus lectores del momento se partirían de risa con la gracia.