Matías Escalera Cordero: «Versos de invierno (para un verano sin fin)» por Esther Jiménez
por Redacción
Amargord, 2014, 67 págs.
Versos de invierno es, ante todo, un poemario para veraneantes hartos del verano; para veraneantes hartos del invierno. Una voz ágil como un dardo que sin embargo transporta una pesada carga: la de hacer de cada verso un incómodo pellizco, un olor acre contra el adormecimiento inoculado por el capitalismo y males aledaños. Poemas para invocar la luz, para recibirla con ojos cerrados o bien para dejar que nos ciegue. La elección queda del lado del lector; elegir es lo importante. Es por ello que Matías Escalera Cordero propone verdades (nótese el plural, no una sola) agujereadas, salpicadas de huecos, de grietas por donde colarse en su mirada, galerías internas por recorrer que nos incitan al movimiento y a la búsqueda. El poeta abre constantes paréntesis que lejos de aclarar o de enmarcar, preguntan al aire; hay habitáculos acogedores donde pararse un rato y puntos suspensivos que alfombran la entrada al verso; goznes sintácticos que nos invitan a aportar, a dialogar o a protestar airadamente contra el inevitable sesgo ético y estético que todo autor trasluce. En este caso, la revelación de secretos es consciente:
“Y qué sucede de ese lado…
Uno: que se está usted preguntando si esto es poesía o no…
Dos: que no ha llegado a este punto de la lectura, y ya no está usted ahí…
(…)”
Elección y consciencia: dos puntales de la buena poesía y de una existencia deseable, que no son ni mucho menos accidentales. Se requiere un esfuerzo deliberado por replantearse la realidad, por cuestionar la propia imagen en el espejo; trabajo del autor y también del lector–copartícipe, que ha de apelar a su posición en el mundo, consultar su propia conciencia antes de seguir leyendo. Elección, consciencia y conciencia. Escalera Cordero nos quiere ver al sol, expuestos, valientes, sin sombrilla ni nada, por muy blancos y occidentales que seamos:
“Insiste –bañista– mira fijamente
Al Sol (pero sin bronceador ni protección)”
El incómodo trance hacia otra manera de ver, pasa por la ceguera; Nada de medios tonos, el despertar supone ir más allá del comedido arcoíris con que el Poder nos hipnotiza. El exceso de luz, ese blanco deslumbrante e hiriente que es la nada, ¿no se parece mucho a la oscuridad y su vacío? Y tras la devastación vendrá otro verano con sentido, ya sin la sucia toalla tiesa de rutina a las espaldas; y lo que importa se halla fuera de encuadre, sin que reparemos en ello, más allá del falso cielo de postal.
Cunde el desanimo, a veces. El invierno es duro y peor la infructuosa espera. El poeta cae a menudo en la amargura de un presente sin memoria ni salida, de la obsolescencia impuesta que desemboca en infinitos presentes de reventa; nombres alterados, hilos invisibles para una vida sin decisiones, sin acciones, fácil, cómoda, funesta. Ni el arte ni el amor parecen suficientes y el contagioso silencio nos hace esclavos… ¿O acaso amos?, se/nos pregunta. Pero es don del ciego –y su castigo– el no poder dejar de ver, de recordar la historia desoída, de alargar la mano para palpar la esperanza. Y el sueño, el de verdad, cuna de la desmedida, es el que nos promete exactitudes, agarres frente a la Nada y el Vacío; con mayúsculas, por más que las mayúsculas –dice sabio el poeta– estén pasadas de moda.