Bilbao, Barrio Minero
por Alberto López Echevarrieta
Museo Marítimo Ría de Bilbao, del 12 de marzo al 15 de junio de 2014
Dentro del programa “Las minas de Bilbao”, organizado por Bilbao Historiko, el Museo Marítimo de la capital vizcaína ofrece la exposición de una treintena de obras de Ignacio Ipiña, el pintor que mejor supo reflejar el alma de la minería que se desarrolló en esta zona hace poco más de un siglo. Son óleos sobre lienzo y madera de un artista muy singular, un hombre que tenía a la pintura como hobby, siempre con la idea de reflejar con sus pinceles o paletas aquellos paisajes urbanos en peligro de extinción. Hoy su obra constituye una mirada hacia el pasado llena de nostalgia, porque aquellos escenarios han desaparecido con el tiempo engullidos por el desarrollo de una capital en auge.
El artista
Ignacio Ipiña (Bilbao 1932-2010) fue un enamorado de la pintura hasta el punto de que está considerado como el mejor retratista que ha tenido la Margen Izquierda de ese Bilbao que siempre tuvo en cuenta a la hora de desarrollar su faceta artística. Agustín Ibarrola dijo de él que era tan bueno como desconocido. Esta falta de atención por parte de buena parte de la crítica y de las mismas autoridades de la cultura tal vez estén relacionadas con su particular atención hacia la clase trabajadora y a las dificultades de ésta por sobrevivir.
Ipiña pintaba porque le salía del alma, porque en realidad vivía de su trabajo en la empresa privada y de su labor en la Administración Pública, ya que, durante dos legislaturas, fue Viceconsejero de Urbanismo del Gobierno Vasco, entre 1986 y 1994.
“…Pero cuando le daba por pintar cogía el caballete y se iba a los alrededores de Bilbao para plasmar sobre el lienzo esos rincones típicos que forman parte de nuestro paisaje urbano. Tenía muy buena mano para el dibujo y primero trazaba las líneas maestras del cuadro para luego ultimar la labor en el estudio”.
Es Blanca Sarasúa quien me da datos y pistas de cómo era el hombre y de cómo se sentía el artista cuando elegía el lugar adecuado. Ignacio huía de esa manía que tienen algunos pintores de fotografiar un paisaje para luego hacer su obra en la tranquilidad del estudio.
“Mi marido necesitaba estar en la calle, sentir el contacto directo con el lugar escogido, porque en su forma de pensar, eso se transmite al espectador una vez terminado el cuadro. Fue una persona popular desde el punto de vista de que nunca le importó llevar encima todos los artilugios precisos para su creación”.
Y tú más
Blanca es poetisa y relata que mientras Ignacio pintaba ella componía en una sala inmediata a su lugar de trabajo en el Casco Viejo bilbaino. Cuando ambos habían terminado una obra cruzaban sus pareceres.
“Yo he sido muy crítica con sus pinturas y, en consecuencia, él también lo era de mis escritos, aunque creo que marcaba diferencias con mi forma de pensar la poesía para hacerme rabiar simplemente. Cuando terminaba un cuadro me llamaba para enseñármelo. ‘¿Qué te parece?’, me decía. Yo le hacía cualquier comentario en torno a la utilización de la luz, las líneas curvas que utilizaba y que eran características… Él me replicaba razonándomelo y me pedía que le leyera la poesía que acababa de terminar. Tras leérsela ponía sus objeciones al texto. La broma solía ser frecuente”.
Ignacio Ipiña fue un pintor que se especializó en paisajes de la margen izquierda de la ría de Bilbao, que es tanto como decir de la zona más acusadamente obrera. Para esta ocasión, y dado que la expo lleva el título de “Bilbao, barrio minero”, se ha seleccionado una treintena de obras que reflejan aspectos de un pasado muy próximo, cuando las explotaciones mineras rozaban algunos barrios de la capital vizcaína. Van acompañadas por detalladas maquetas de sistemas de carga y descarga de material realizadas por Jaime Gustavo Laita.
Paisajes perdidos
Observando con atención estos óleos podemos darnos cuenta de la evolución sufrida por Bilbao en las últimas décadas. Todos estos paisajes pertenecen ya a la historia. Sus edificaciones, que denotan las carencias de toda una generación de mineros, han desaparecido para dar paso a edificios modernos con grandes avenidas que en nada se parecen a los que reflejó Ipiña. Los descargaderos de mineral, los hornos de calcinación, la Mina San Luis, el restaurante “El amparo”… Para muchos son detalles que constituyen toda una leyenda urbana de la Villa y, sin embargo, han estado presentes hasta hace pocas décadas.
“Mi padre –señala su hijo Pablo- no se preocupó de fechar sus numerosas obras. Lo suyo era pintar. Ahora hemos procedido a un análisis pormenorizado para datarlas. Un detalle que nos ha ayudado mucho ha sido su cambio del sistema de firma. No obstante, la evolución que se aprecia en su forma de trabajo es tan evidente que no presenta duda a la hora de establecer la década en la que ha sido realizada”.
La exposición permite seguir la trayectoria del artista a través de técnicas diferentes, ya que pintaba con pincel y paleta. Sus cuadros, algunos de gran tamaño, acusan una marcada tendencia expresionista. Juega mucho con la luz con la que consigue efectos que parecen tridimensionales. Son edificios que parecen estar a punto de caerse, escaleras tortuosas, esquinas y rincones que tienen sobre sí la impronta de grúas y correas de transmisión que nos recuerdan que sobre las personas y sus habitáculos estaba la omnipresencia de las minas. Ipiña buscó unos lugares únicos para el arte y los encontró. Hoy son los más importantes testimonios gráficos de esta faceta del pasado. Nada queda de ello.