TRISTÁN E ISOLDA
por Jorge Barraca
Wanger con videorealización
Desde mediados de enero hasta primeros de febrero, el Real presentó una interesante producción de Tristán e Isolda en el que las imágenes de vídeo que acompañaban toda la representación han sido lo más singular en unas funciones en que algunas voces y dirección escénica han cojeado.
De todas las ideas presentes en la producción visual y de su misma elaboración ha sido responsable el videoartista Bill Viola. Las escenas son muy sugerentes, hermosas, y, por momentos, sumamente evocadoras. Se convierten en la auténtica dirección escénica, pues Peter Sellars no incluye prácticamente movimiento ni interacción entre los protagonistas; como tampoco incorpora elementos escénicos significativos. Deja toda la expresividad, “todo el mensaje”, al vídeo. Pero, en muchas ocasiones –en particular en el Acto I–, las imágenes acaban por distraer de música y cantantes, no permiten una apreciación de lo que pasa en vivo sobre el escenario y desde el foso orquesta, al fin lo crucial de la obra: la partitura inconmensurable de Wanger, sus partes puramente musicales o sus partes cantadas, que no requieren precisamente de ningún complemento.
La dirección musical Marc Piollet fue en conjunto meritoria. Tuvo un inicio, en el Preludio, cuidado, lento, en el que se deleitó; pero pronto se apreció falta de empaste en la orquesta y descuidos en los detalles tímbricos. Ese impulso que empieza desde el primer compás, desde el acorde inicial, no siguió siempre la línea continua, ascendente, ansiosa, que debe restallar en la muerte de amor de Isolda. Si bien es cierto que las dinámicas a lo largo de la obra sí se tradujeron bien, que hubo momentos de intenso lirismo bien administrado y que el acompañamiento a las voces funcionó correctamente.
Dean Smith repetía en su papel del doliente Tristán respecto a la última producción que vimos en este mismo escenario. Es conocido lo inclemente de su cometido, aun para un cantante de emisión fácil, natural, no forzada y con volumen. Dean Smith es un artista capaz y con musicalidad, pero no posee todas estas cualidades. Se defendió durante el primer acto, pero avanzado el segundo la emisión estaba ya bastante perjudicada; consiguió remontar al principio del tercero pero al final estaba tan al límite como al mismo protagonista que encarnaba. Fue la profesionalidad lo que le permitió llegar al cierre de la ópera.
Por su parte la Isolda de Violeta Urmana resultó mucho más compacta y firme. Es cierto que comenzó más titubeante y destemplada, pero fue progresando a lo largo de su actuación para acabar con un final espléndido, climático. Sin duda, ella acabó por ser lo mejor de estas funciones y acaparó el aplauso final.
Franz-Josef Selig como Rey Marke, Ekaterina Gubanova como Brangäne y Jukka Rasilainen como Kurwenal compusieron el resto del elenco y sacaron adelante muy bien sus cometidos con equilibrio vocal y otorgando calidad a las funciones.