Doris Lessing, dos autobiografías
por Mercedes Martín
Dentro de mí (1994), Alfred y Emily (2008)
Hay que tener mucha confianza en la narración para escribir una autobiografía. Quizá tener confianza sea una insensatez, pero solo así es posible “contar algo” y no solamente “escribir”. Los escritores representativos de nuestro siglo jamás se llamarían narradores: La narración es de otra época, aunque la mayoría de lo que se vende tenga un estilo intemporal.¿Cómo podemos decir algo coherente después de lo que ha pasado? Las guerras bien documentadas del siglo pasado no se olvidan. Imposible olvidar aquello que está grabado en películas, fotografías y cámaras de gas. Ibsen, Kafka, Beckett: un siglo de hechos improbables dan como resultado un siglo de textos inefables. Pero Doris Lessing fue una de esas escritoras que siguió contando historias, aunque denunció la guerra, el imperialismo, el capitalismo, la desigualdad…
Para rendirle homenaje, a un mes de su muerte, he escogido dos autobiografías: Dentro de mí y Alfred y Emily. La última tiene dos partes: una novela y una biografía de sus padres, pero en el fondo me parece que es una autobiografía. La crítica ha elogiado su capacidad para combinar en ella documento e imaginación.
Los padres de Doris Lessing fueron unos seres casi mitológicos, inaccesibles y trágicos que, en realidad, poblaron todas sus novelas convertidos en diferentes personajes. Huyendo de su influencia se fraguó una fama de mujer escéptica y solitaria, independiente y fiera.
La primera condena social que enfrentó con insolencia y valor fue que abandonara a sus hijos para escribir. Así —con su propia vida y obra— puso en duda la maternidad: el instinto materno, la entrega y la abnegación; en definitiva, la falta de una biografía propia, que caracteriza a las mujeres como personajes secundarios de la Historia.
Lo hizo para no parecerse a su madre —confesaría—, una mujer profesional e intelectualmente frustrada. El precio que pagó fue tener que justificarse durante toda su vida. Cuando leemos en Diario de una buena vecina la repugnancia e inexplicable abnegación con que decide cuidar de su vecina anciana una mujer de mediana edad, ¿cómo no ver ahí la venganza de la madre y, más aún, la culpa de la hija —y, en definitiva, la venganza y la culpa con que vivió Lessing el rol femenino?
Dentro de mí y Alfred y Emily parecen, una vez más, el intento de explicación definitiva.