Felipe Alcaraz: «La disciplina de la derrota»
por Carmen González García-Pando
Editorial Almuzara, 2013. Por Matías Escalera Cordero
Después de la lectura de esta segunda entrega de la anunciada trilogía de Felipe Alcaraz, que se sustenta, como la primera, en una premeditada economía de medios narrativos; que nos pone como ante una especie de esbozo general de un enorme lienzo en proceso, del que se destacan sólo algunos de los detalles y algunas de las escenas que definitivamente lo compondrán en su totalidad (aunque, en realidad, lo que se nos propone es que lo terminemos de componer nosotros al contemplarlo, esto es, al leerlo en el mundo que nos contiene tanto al relato como a nosotros mismos); y cuyo tema no es otro que el de la realidad política de nuestro tiempo presente (justo el de hoy mismo), el de la España de hoy mismo, en la España de hoy mismo… Tras la lectura, como digo, de esta trama de historias que emergen con detalle del esbozo general de la realidad/mundo que se novela (el nuestro, como digo; el de los que estamos aquí): la caza y captura de un rey decaído y decadente cazado en su caza particular, de elefantes y de falsas princesas; o la constitución de un gobierno de coalición en Andalucía; la biografía de un personaje del presente que ya es pasado, la estafa de las preferentes, o el casual y paradójico encuentro con la memoria de unos héroes también vencidos (al menos, con mérito) en una guerra pasada y olvidada ya (mal que les pese a los novelistas que han estado viviendo o pretenden seguir viviendo de ella); o los entresijos de sainete político y económico de la quiebra de Bankia; o la emergencia de fenómenos como el del 15M o las plataformas contra los desahucios; o las patéticas piruetas de políticos de toda ralea por sumarse, manejar y encauzar tales fenómenos, productos del hastío, sin comprenderlos realmente (“la invasión refrescante de los indignados”, llega a decir uno de los personajes centrales de la novela y de la trama, Vicente Furnieles); o, como mucho, reduciéndolos a pura aritmética electoral, o a simples piezas, peones o torres, tal vez, de ese supuesto “tablero de ajedrez” (metáfora muy significativa) a que los políticos profesionales, como Valderas o Pruaño, reducen patéticamente la realidad… Después de todo ello, a uno le queda el amargo regusto de lo caducado, de lo añejo, de lo pasado; peor aún, de lo de siempre… Ese gusto tan nuestro por el charloteo, por el “hablar por hablar”, por la cháchara en la taberna, o en el café, o en una terracita, o en Twiter, el moderno patio de vecindad, la moderna taberna o la terracita virtual donde exponer nuestro ingenio y gracejo, parloteando con agudeza de todo y de nada; creyendo que las palabras sustituyen a la acción, o la evitan… Y también esa campechanía castiza, que no es sólo de los borbones, cuidado, mucho cuidado con eso; ese compadreo al que se reduce todo, la política, la economía, la cultura, cualquier relación social, cuando no hay proyecto de país, ni de Estado, ni de sociedad, ni a la derecha ni a la izquierda… como se dice en la novela, creo que es Anguita/personaje el que lo apunta, un término acaso, ese de izquierda, ya también gastado.
Pero, sobre todo, al leer esta crónica “desde dentro” de “ese mundo”, que es la novela de Felipe Alcaraz, uno se queda con esa sensación de política terminal, de país terminal, de modelo social y económico terminal; y la incapacidad de la progresía clásica para darse cuenta, comprender y manejarse en las nuevas manifestaciones del hastío que se desbordan por doquier, porque quizás, sin saberlo, o sabiéndolo, esa progresía forma parte de ese hastío; y sólo hay que echar un vistazo, para comprenderlo, a nuestro alrededor, o leer este relato de auténtica derrota (que sólo puede ser soportada con ese resto de disciplina que tiene ya más de costumbre y de inercia que de convicción). O ver, por ejemplo, cómo esa izquierda dispersa; concentrada solo en la caza y captura de una –aunque sea magra– representación que la legitime (como “alternativa de poder”), sostiene, entre tanto, y se sostiene en el sistema, enfangada en el mero cálculo electoral (eso, pensando bien y desoyendo a la taberna mediática; o entornando los ojos para no ver lo que no quieres ver, tal vez por el último resto de disciplina que a ti te queda también; como los rumores y evidencias de reyertas tabernarias y corruptelas en sus aparatos partidarios).
Y, finalmente, esa profunda desazón al constatar tu incapacidad de sentir siquiera la vieja emoción de antaño frente a la emocionante escena final de rememoración de la batalla del Jarama; y sentir, de pronto, tan lejano aquel gesto de las viejas Brigadas Internacionales, un gesto ya incomprensible, como algo de otro universo, de otro tiempo, de otra vida; como cuando pensábamos que la política cambiaría el mundo, que el parloteo tabernario había quedado atrás, como el compadreo, pues teníamos un proyecto de país, de Estado, de sociedad que iba más allá de nosotros mismos, de nuestras poltronas en el aparato, o en la Diputación provincial, o en el ayuntamiento, o en el parlamento regional o en la Carrera de San Jerónimo. Un tiempo, permítaseme el juego de palabras, disciplinado que anunciaba ya esta derrota. Aunque sospecho que esta lectura de La disciplina de la derrota de Felipe Alcaraz está más en mí, en el estado de ánimo que me domina en estos momentos, que en el texto mismo, en su peripecia, o en la intención de su autor al escribirlo. Pero así es la literatura, sospecho, pura controversia.